Trump más allá de aranceles: adiós USAID
Las primeras semanas de la administración republicana en Estados Unidos han estado marcadas por una serie de movimientos políticos y económicos, tanto a nivel nacional como internacional. Con más de 76 órdenes ejecutivas, Trump ha aprovechado cada oportunidad para demostrar su enfoque radical.
En cuanto a México, Trump intentó un acuerdo manipulador cuyo resultado sigue siendo incierto. Aunque el gobierno de Sheinbaum ha logrado avances medibles en seguridad, narcotráfico y migración, la administración estadounidense ha eludido sus responsabilidades sobre tráfico de armas y seguridad, además de aplicar aranceles de manera errática según su conveniencia.
Tal y como recalcó el martes ante el Congreso, con sus primeras órdenes ejecutivas, Trump ordenó el reconocimiento oficial de solamente dos sexos: hombre y mujer; prohibió el financiamiento público para servicios de salud relacionados con la transición de género para niños, niñas y adolescentes, y suspendió capacitaciones, cerró oficinas y canceló políticas de inclusión, diversidad y equidad en todas las áreas de la administración federal.
Además, sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París, de la OMS y del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. También terminó con medidas ambientales; afectó parques y reservas nacionales; y declaró al inglés como la única lengua oficial de Estados Unidos. Así, burlonamente declaró que Estados Unidos dejaría de ser “woke”. Estas decisiones implican un grave retroceso en términos de igualdad, de derechos, de salud ambiental y en general de empatía y de reconocimiento del otro.
Por si no fuera suficiente, implementó el desafortunado y drástico recorte al presupuesto de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID). Esta agencia, la mayor donante humanitaria del mundo, brinda asistencia en más de 100 países, financiando proyectos como el suministro de agua, alimentos y servicios de salud para víctimas de desastres naturales, el establecimiento de clínicas gratuitas para personas con VIH, programas para combatir la hambruna y la desnutrición infantil, y campañas de vacunación contra enfermedades como la polio, ébola, viruela, COVID-19 y malaria. Para muchas personas que se benefician de estos programas, no existen alternativas similares en sus países.
Con el recorte impulsado por Trump, la fuerza laboral de USAID se reducirá de 10 mil a menos de 300 personas en todo el mundo. Así, el gobierno de Estados Unidos ha comenzado a desmantelar sus oficinas y muchas personas empleadas por USAID en el extranjero han visto desaparecer sus puestos de trabajo, pero, sobre todo, esto ha provocado que millones de personas en situaciones de extrema vulnerabilidad queden desprotegidas. Esto, porque si bien Estados Unidos destina solo el 0.24% de su ingreso nacional bruto a la ayuda humanitaria internacional, este pequeño porcentaje representa el 43% de la ayuda humanitaria global.
Lo más grave serán los efectos a largo plazo: se perderá la experiencia acumulada de profesionales especializados y el avance de proyectos que llevaban décadas en desarrollo se detendrá abruptamente.
Decir adiós a USAID es despedirnos de la empatía y la sensibilidad frente a la necesidad del otro. El crecimiento económico de las potencias mundiales no debe prevalecer sobre la ayuda humanitaria, que solo puede ofrecerse desde una posición privilegiada. Priorizar lo primero refleja un entendimiento sesgado de lo que realmente se necesita para alcanzar el bienestar pleno. Entre mayor sea la brecha de desigualdad global, mayor serán la inseguridad, la violencia, la enfermedad y el desplazamiento forzado, lo que al final terminará afectándonos a todos.
El punto de encuentro entre países desarrollados y países en desarrollo pasa por entender que estamos unidos en lo humano. La lucha por la inclusión y la justicia social es una responsabilidad que beneficia a toda la humanidad, no solamente a quienes tienen acceso libre a sus derechos.