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Una calle multicolor de 371.000 euros para echar a los hooligans preocupa a los vecinos de Ibiza: "Subirá el alquiler"

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Sant Antoni es un destino de excesos: pese a la mala fama, los pisos de segunda mano se venden a 4.500 euros el m2 y estudios diminutos se alquilan a más de 800 euros. Okuda San Miguel está a punto de pintar una calle para contribuir a una reconversión que podría hinchar más la burbuja inmobiliaria

Bernardus van Maaren, el holandés que juega al Monopoly con el barrio de la droga de Ibiza

Los incrédulos se hicieron cruces al ver lo que se estaba montando en aquel local (“¿Pero en qué piensan?”). Los suspicaces levantaron una ceja (“A ver cuánto aguantan”). Los optimistas suspiraron (“Por fin algo diferente”). Hubo reacciones de todo tipo en Sant Antoni de Portmany cuando un histórico bar para guiris se traspasó para convertirse en una casa de comidas healthy. Con un aguacate como emblema y dos adjetivos –“sano y natural”– dando forma al eslogan. Entre ventanillas rápidas que despachan kebabs, fish and chips y pollo rebozado (abiertas de abril a octubre, cerradas en invierno), aquel negocio era un cuerpo extraño en la calle ibicenca que mejor representa el turismo basura en la isla. Un troyano.

Porque el Carrer Santa Agnès es un símbolo. Algo más que una cuesta de doscientos metros de longitud. Por allí, de alguna manera, entró el turismo en Eivissa, a finales de los cincuenta, y allí se jodió el turismo en la isla, a mediados de los ochenta. Por eso, incluso los optimistas coincidían en algo con los incrédulos y los suspicaces: la apuesta de aquellos hosteleros era muy arriesgada. Abrían un negocio que parecía arrancado de la esquina más hípster de la Magdalena, Russafa, Lavapiés, el Poblesec o la Alameda en un lugar donde el hooliganismo hacía demasiado tiempo que apartó a la bohemia.

Un mural para atraer a nuevos turistas

Entonces, en abril de 2023, la reforma integral del barrio que vertebra el Carrer Santa Agnès seguía sin ejecutarse. Fue la medida estrella anunciada por el Partido Popular en la campaña electoral de 2019, cuando los conservadores recuperaron la alcaldía de un municipio que han gobernado durante nueve de los once mandatos de la democracia actual. Hubo una pandemia, probaturas, reescrituras de guión y, al fin, un plan definitivo: Okuda San Miguel (423 mil seguidores en Instagram, triángulos de colores estampados en fachadas de barrios de ciudades de varios continentes) pintará mil metros cuadrados de pavimento. 

Si las lluvias no lo posponen, el artista cántabro con campamento base en Usera comienza la próxima semana. Será un mural sobre el que se podrá caminar. Una bandera para atraer a otra clase de turista, a otro tipo de negocios. La agencia de comunicación del artista ha rechazado hacer declaraciones para elDiario.es.

Y en Sant Antoni, las reacciones, de nuevo, son distintas. Sonríen en la casa de comidas healthy, llamada Hunza, como un valle pakistaní célebre por una cantidad de centenarios que se atribuye a una alimentación baja en calorías. Tiemblan, en cambio, los que viven alquilados no muy lejos de allí. La gentrificación significa subida de precios y, en Sant Antoni, la vivienda ya está por las nubes.

“En la isla hay problemas mucho más importantes que convertir una calle en una obra de arte, que está por ver el resultado final y si va a gustar a una gran mayoría de la gente del pueblo. Me parece que es una salvajada gastarse 371 mil euros en Okuda. Ese dinero podían invertirlo mejor en aumentar plantillas para perseguir los pisos turísticos”. Susana escribe por WhatsApp sin morderse la lengua. Al leerlos, sus mensajes suenan brutalmente honestos. “A ver, es entendible que quieras echar a esa gente [los turistas de borrachera] del pueblo, pero claro si va a significar que los precios sigan subiendo, pues te vas a cargar a la gente de aquí por otro tipo de turista; y luego, ¿quién va a trabajar para esos turistas?”. Ella lleva ocho años en la isla, cinco viviendo en el mismo estudio, y la mitad de su sueldo se evapora cada final de mes para ingresar al casero los “más de 800 euros” que paga por dormir “en veinte metros cuadrados”. 

En la isla hay problemas mucho más importantes que convertir una calle en una obra de arte, que está por ver el resultado final y si va a gustar a una gran mayoría de la gente del pueblo. Me parece que es una salvajada gastarse 371 mil euros en Okuda. Ese dinero podían invertirlo mejor en aumentar plantillas para perseguir los pisos turísticos

Sandra Vecina de Sant Antoni

Misión: echar a los hooligans

La propietaria del Hunza también paga un alquiler por el local donde funciona un negocio que, ahora, sólo es rentable mantener abierto durante la temporada. La obra de Okuda, sin embargo, puede ser “el comienzo del cambio”. “Habrá turistas que vengan a ver la calle, y la propia gente de aquí cambiará la forma de verla. Eso hará que se acerquen a negocios nuevos, como el nuestro, que ofrezcan otras cosas. Tardará un poco, pero hay que empezar por algo”.

Rodeados de pubs, discotecas, estudios de tatuajes, edificios inacabados y una barra de striptease, esta empresaria ha tenido que picar mucha piedra para mantenerse a flote. Aunque decadente, Little Britain es un estigma. “Yo tenía este mismo negocio durante cinco años en otra parte de San Antonio, y por el COVI tuve que cerrar, como muchos. Al venir aquí pensé que la gente del pueblo volvería a venir, pero tienen mucho miedo y rechazo al West End [el nombre que recibe la zona de turismo de borrachera]. Algo increíble. Algunos clientes ingleses que tenía siguen viniendo y el balance es bueno. Pero tengo la sensación de no estar en mi pueblo. Por eso espero que con esta reforma se quite ese estigma de peligro y mala fama del barrio. Porque si nosotros mismos odiamos nuestro pueblo, nadie vendrá a quererlo”.

Al venir aquí pensé que la gente del pueblo volvería a venir, pero tienen mucho miedo y rechazo al West End [el nombre que recibe la zona de turismo de borrachera]. Espero que con esta reforma se quite ese estigma de peligro y mala fama del barrio

Propietaria de un local

El enfoque de Susana no es, en algunos aspectos, tan diferente al de la hostelera del Hunza, pero no puede evitar que la especulación inmobiliaria se cuele en su pensamiento. “Es cierto que en los últimos años se ha notado que cada vez hay menos hooligans. Pero no creo que pintar el suelo de una calle sea algo que vaya a hacer que esta gente no esté en esas zonas. Eso se consiguió con la limitación de horarios [aprobada e impulsada por un tripartito de centroizquierda entre 2015 y 2019, la primera vez que no gobernaba el PP desde 1983]”. 

Hay tres minutos caminando desde el portal del edificio donde vive Susana hasta la última baldosa que coloreará Okuda. “Entiendo que quieran mejorar la zona, pero si precisamente estoy en San Antonio es porque es el lugar en el que he encontrado los alquileres más asequibles. Si la percepción es que el pueblo es mejor, los precios subirán y lo que va a pasar es que la gente normal nos terminaremos yendo cuando los propietarios quieran subir el precio en relación al mercado. Ibiza es una isla para gente de poder adquisitivo muy alto. Aquí muchas personas han asumido que tendrán que compartir piso toda la vida. Yo, no, tengo más de treinta y quiero vivir sola”.

Si la percepción es que el pueblo es mejor, los precios subirán y lo que va a pasar es que la gente normal nos terminaremos yendo cuando los propietarios quieran subir el precio en relación al mercado. Ibiza es una isla para gente de poder adquisitivo muy alto

Susana Vecina

El alcalde: “La subida de precios es un mal menor”

–Alcalde, ¿qué efecto cree que tendrá convertir el Carrer Santa Agnès en una calle instagrameable? ¿Se va a encarecer el precio de la vivienda, como en algunos barrios (Wynwood, Miami; Cais de Sodré, Lisboa) que alguna vez ha puesto como ejemplo de reconversión a través del arte?

–Si esto hace que suban de valor las viviendas pegadas al West End, que deben ser las más baratas que quizá haya ahora mismo, bienvenido sea. Si suben de valor es que el barrio también lo hace. Sí es verdad que hay precios que son inasumibles tanto para los ibicencos como para la gente que viene de fuera, tanto los alquileres como la compra, pero estamos trabajando, tanto desde el Consell d'Eivissa como el Govern. Nosotros también trabajaremos en esta línea urbanística para intentar paliar la subida de precios, faltan más VPL o VPO sobre el terreno y luchar contra la vivienda turística ilegal.

Marcos Serra Colomar gobierna Sant Antoni desde 2019. En público y en privado lleva un par de años defendiendo el encargo que, sin concurso público, pero acorde con la legislación, se ha hecho a Okuda. “El arte siempre genera críticas, pero estamos convencidos de que esa obra va a ser positiva”, explica sentado en la mesa de reuniones de su despacho. A su espalda, y ante sus ojos, hay dos cuadros al óleo. Están firmados por Joan Llaveria i Labró, un modernista que puso de moda el veraneo en la Costa Brava retratando, uno a uno, sus pueblos y calas. Hacia 1913 viajó a Eivissa y retrató, por dentro y por fuera, la iglesia de Sant Antoni.

Pañuelos en la cabeza, refajos rozando el suelo, sombreros oscuros de ala ancha, barretinas coloradas, paredes encaladas y sillas encordadas frente a un retablo (cada feligresa se llevaba la suya de casa). Un domingo cualquiera en un pueblo de pescadores y payeses que no pasaba de los cinco mil vecinos y que al pintor Llaveria debió recordarle a Cadaqués. 

Esa esencia marinera enamoró, más tarde, en la II República, a los primeros turistas. La Guerra Civil fue una larga interrupción, pero luego llegó el turismo de masas y la inmigración peninsular para darle servicio. Todo cambió, hubo prosperidad y los recién llegados se asentaron. Bastantes hijos y nietos de aquellos inmigrantes sufren ahora los precios inasumibles de la vivienda. Sus mayores ganaron mucho más dinero que en su tierra, pero no lo suficiente para comprar, cuando los precios no estaban tan inflados, suficientes viviendas para todo el clan.

La Guerra Civil fue una larga interrupción, pero luego llegó el turismo de masas y la inmigración peninsular para darle servicio. Todo cambió, hubo prosperidad y los recién llegados se asentaron. Bastantes hijos y nietos de aquellos inmigrantes sufren ahora los precios inasumibles de la vivienda

“Nadie quería vivir en el West porque por la noche nadie podía dormir. Lo que no quiero es tener un gueto. No me preocupa la subida de precios, creo que es buena noticia –sin que se me malinterprete– porque partimos de abajo y eso significa que por fin se puede vivir allí. Nadie quiere ir a una calle donde hay conflictos de madrugada, por lo tanto, si suben los precios, es que esto ha descendido. Así que si sube el precio yo creo que es una buena noticia para los vecinos de la zona. Con esto no quiero mostrar que quiero favorecer la subida de precios. Sería un mal menor, porque estamos hablando de una calle y no de todo el municipio”, dice el alcalde Serra.

Sin vivienda pública

Entre el Carrer Santa Agnès y la sede del Ajuntament de Sant Antoni hay una pescadería, y en la puerta de la pescadería, un anuncio: “Se vende piso de 100 m2. Tres habitaciones, salón, cocina, dos baños (dentro de una habitación y otro compartido). Centro de San Antonio, Calle del Mar. 450 mil (negociables)”. Los propietarios lo tienen alquilado “desde hace muchos años a una familia que mantiene una renta antigua”. Cuando el edificio se terminó, a mediados de los noventa, el piso costó seis o siete veces menos que ahora. Una subida que no sólo se debe a la inflación acumulada durante treinta años. Es la tendencia general en una isla donde esta bahía situada al oeste ha sido, como decía Susana, la zona menos cara para encontrar un hogar. 

Actualmente, no hay ninguna vivienda pública en un municipio que roza los 30.000 habitantes. Tampoco, pese a la apuesta del equipo de gobierno por reconvertir el turismo de excesos en turismo cultural, un auditorio o casa de cultura. 

El alcalde Serra dice que se está buscando un solar para construir esa infraestructura, y menciona un terreno en ses Païsses, el extrarradio de Sant Antoni, “que está cedido al Institut Balear de l’Habitatge”. Es una barca varada: no se puede construir hasta que se apruebe un nuevo planeamiento urbano en el municipio. Desde Palma informan que esa parcela (cedida y vacía) está en el limbo urbanístico desde hace veinte años.

“Si se deja morir al barrio, tardará veinte años en morirse”

El Ajuntament de Sant Antoni sí ha realizado otros trámites recientemente. Aprobó la compra, por un millón de euros, de una casa que ha derribado para construir una galería de arte. Estará junto a la obra de Okuda. También ha sacado adelante unas ayudas para que los dueños de los locales del West End que quieran reconvertir el negocio reciban 80.000 euros. Joan Pantaleoni Roselló ya piensa en transformar lo que hace tiempo fue una hamburguesería veinticuatro horas en una heladería artesanal cuando el artista termine de pintar sus triángulos. 

Tercera generación de empresarios turísticos (su abuelo abrió, justo en el inicio del Carrer Santa Agnès el primer hotel del pueblo, el segundo de la isla) y con trayectoria en la política del municipio (fue teniente de alcalde y tuvo a su mando a la policía entre 2003 y 2011, y presidió la junta local del PP durante aquellos años), Pantaleoni no habla, simplemente, en primera persona, sino que expresa sus ideas como portavoz de Noches de Ibiza. Este colectivo reúne a una quincena de asociados, casi todos con negocios en el antiguo barrio de sa Raval. 

–Si se atrae a otro público durante el día puede ser un incentivo para que alguno empiece a hacerse a la idea de que hay que ofrecer otro producto. Okuda es un artista importante, habrá que preservar su obra, pero todo es una incógnita porque es la primera vez que se hace algo diferente aparte de prohibir y machacar a los empresarios. Ahora mismo, el 60% de los locales del West End están cerrados. Si se deja morir al barrio, tardará veinte años en morirse. No solucionaremos nada y perjudicaremos a mucha gente.

“Hay cosas más importantes que pintar el suelo”

Mario no piensa igual. También le interesa mucho lo que está a punto de ocurrir en el Carrer Santa Agnès porque tiene una vivienda en propiedad no muy lejos de allí. Su domicilio. “Ojalá me tenga que poner un punto en la boca”, explica Mario, “y quede todo bonito, limpio, y que cambie la calle”. “Hay cosas mucho más importantes que hay que hacer para el pueblo, que no pintar el suelo. Que empiecen por poner más vigilancia en verano. Si fuera el primer proyecto que dijeron, todo blanquito con sus plantitas… sí que me parecía algo bonito, muy ibicenco. Lo que están haciendo, para, supuestamente, hacerle un lavado de cara, es totalmente lo contrario”, comenta.

Señala este vecino los toldos, anclados desde hace semanas, que darán sombra y protegerán del sol a una pintura “que se hará todo lo posible por preservar”. Lo asegura el alcalde Serra, anunciando un nuevo sistema para descargar la mercancía de bares y comercios. Mario no lo cree: “Los toldos acabarán llenos de cagadas de pájaros, de agujeritos por colillas que tiren desde los balcones de los hoteles, y daremos las gracias si no se le ocurre a alguno tirarse para ver si aguanta o no la colchoneta. Y la pintura de la calle más de lo mismo, entre los camiones, golpes de barriles y chicles (que los chicles es culpa nuestra, que somos muy guarros), quedará súper bonito todo”.

Los toldos acabarán llenos de cagadas de pájaros, de agujeritos por colillas que tiren desde los balcones de los hoteles, y daremos las gracias si no se le ocurre a alguno tirarse para ver si aguanta o no la colchoneta. Y la pintura de la calle más de lo mismo, entre los camiones, golpes de barriles y chicles, quedará súper bonito todo

Mario Vecino

Pantaleoni confía, en cambio, que la pintura de Okuda (que cobrará 100.000 de caché y tendrá la obligación de mantener la pintura durante un año) sea una máquina del tiempo. Para viajar, de alguna forma, a otra época, antes de que el empresariado autóctono le abriera la puerta a los turoperadores británicos, especializados en el público entre dieciocho y treinta años: vacaciones salvajes para la clase obrera de la Inglaterra, el Gales o la Escocia postindustrial. 

Así recuerda el portavoz de Noches de Ibiza, que es de la quinta del 62, el turismo que conoció de adolescente en la década de los setenta: “Era diferente, más tranquilo. Antes no había tanta actividad de día. Quiero decir, no existían ni los beach clubs ni la puesta de sol estaba tan masificada. Ahora, como estiran en esos sitios hasta casi medianoche, la gente llega al West sin dinero y tocada. Sólo trabajamos dos horas. Por eso es muy importante diversificar la oferta de día. Que abran más tiendas y restaurantes, que no sean todo bares con música, para que estos negocios estén adaptados al número de clientes potenciales. Con incentivos, puede hacerse, pero será un proceso lento. Yo probablemente ya no lo veré”.