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Cansados de tanto rascacielo, los dubaitíes defienden la tradición de hacer vida a ras de suelo

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A orillas del mar, frente a los relucientes rascacielos de Dubái, los habitantes del rico emirato del Golfo disfrutan del sencillo placer de acampar, perpetuando una tradición arraigada en sus orígenes beduinos.

La estampa de las autocaravanas rodeadas de instalaciones rudimentarias al aire libre contrasta con la imagen de lujo ostentoso y consumismo asociada a la ciudad, donde destaca el Burj Jalifa, la torre más alta del mundo.

El emiratí Jaled al Kaisi, de 38 años, afirma apreciar la comodidad de su vida cotidiana y la abundancia de servicios proporcionados por una mano de obra extranjera barata, proveniente principalmente de Asia.

Pero "a veces, lo que necesitas son cosas simples como prepararte una taza de té", dice este hombre, que explica sentir un deseo de "simplicidad y humildad".

Algunos campistas colocaron sobre la arena alfombras y cojines para formar un "majlis", el término que se usa habitualmente en el Golfo para hablar de una asamblea. Otros se conforman con sillas de camping.

Como los demás países de la península arábiga, Emiratos Árabes Unidos era un mero desierto antes del descubrimiento del petróleo en los años 1960.

Menos rica en hidrocarburos que los emiratos vecinos, Dubái fue una de las primeras ciudades de la región en diversificar su economía, transformándose en una metrópoli ultramoderna y un destino turístico codiciado, gracias a proyectos descomunales.

Los expatriados llegaron en masa hasta representar casi 90% de la población.

Pero a pesar de la rápida transformación de su estilo de vida, los emiratíes siguen aferrados a una cultura al aire libre -enraizada en sus orígenes beduinos- cuando las temperaturas permiten salir de los centros comerciales ultraclimatizados.

- Un paraíso surrealista -

"La idea viene de nuestros tatarabuelos, que vivían en el desierto. Nos transmitieron esta tradición y nos encanta", comenta Wisam Hamad Skandarani, un estadounidense-palestino de madre emiratí, al tiempo que sigue un partido de fútbol en la televisión, bajo las estrellas.

Este joven de 33 años solía acampar los fines de semana en el desierto. Pero desde que encontró este lugar, hace un mes, viene todas las noches a reunirse con sus amigos después del trabajo en el distrito financiero de Dubái, a solo minutos de distancia.

"Tienes la ciudad y el mar frente a ti. Es el paraíso", relata entusiasmado.

Ahmed Rashed al Ali, por su parte, viene del emirato vecino de Ras al Jaimah para acampar con sus amigos, como lo hizo en todo el país y la región desde que compró su autocaravana hace tres años.

"Antes montábamos la tienda en un solo lugar pero el campamento se modernizó con la caravana: un día en la montaña, otro en la playa y otro en el desierto", indica.

Todos son conscientes del carácter efímero de esta zona improvisada, milagrosamente intacta en medio de la fiebre constructora de Dubái, aunque probablemente no será así por mucho tiempo.

Las autoridades hacen la vista gorda mientras el lugar se mantenga limpio y bien organizado, explica Mohamed Chamas, un industrial de 46 años. "Pero en algún momento vendrán a decirnos que se construirá un proyecto y debemos mudarnos", añade.

Mientras tanto los campistas comparten la ubicación en internet, difundiendo el secreto de una vista inmejorable del Burj Jalifa y sus 160 pisos, espectáculo por el que los hoteles de la ciudad suelen cobrar caro a los turistas.

Sophie Ullrich, una alemana de 34 años -que recorre los desiertos del Golfo con su esposo a bordo de su 4x4 acondicionado como casa rodante-, solo conocía Dubái a través de programas de televisión y revistas.

Describe su llegada como algo "increíble".

"Miramos la vista con nuestra Toyota en el fondo... es surrealista", subraya.

saa/cab/mab/pb