Las heridas de Loreto, por monseñor Miguel Ángel Cadenas
En enero 2025, un amigo sacerdote reseñaba cómo un padre de familia de la periferia de Iquitos, con hijos pequeños y dos con habilidades especiales, migró a Arequipa para trabajar en la minería, mientras el resto de la familia se quedó en Iquitos. Lamentablemente el padre de familia murió en la mina arequipeña quedando una familia rota, desamparada y en condiciones mucho más precarias. Queda una mujer con hijos dependientes, herida segura.
Esta mujer, que queda con hijos dependientes en una ciudad que poco hace para acomodar a personas con habilidades especiales, vive en carne propia la conclusión de un nuevo informe del Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN): Loreto es la región del país con la proporción más grande de personas que viven en situaciones de vulnerabilidad.
La palabra “vulnerabilidad” proviene del latín vulnerabilis (vulner: herida; -abilis: posibilidad). Vendría a significar la posibilidad de ser herido. De ahí que el informe es un diagnóstico que muestra de forma descarnada las heridas como país. La más sangrante de todas: Loreto, con un 56.5% de vulnerabilidad. La diferencia con Moquegua, la región que encabeza la lista con 21.8% de vulnerabilidad, es abismal. La lectura plasma una desigualdad lacerante. La comparación entre ambas regiones, en el informe, no tiene desperdicio.
¿Qué es lo que nos une? ¿Qué ha pasado con la regionalización? ¿Qué es un país? ¿Quién es el “nosotros” que dibuja el informe? Las preguntas se amontonan. En este contexto, son más necesarias que nunca las reflexiones del Papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti (FT) en torno a un “nosotros” mayor que la suma de nuestras individualidades (FT 17.35.43.78.88.152).
Hoy sabemos que la felicidad y la salud dependen, en parte, de las conexiones sociales que establecemos. Por tanto, disminuir la “vulnerabilidad social” es una obligación o compromiso que nos atañe a todos y nos construye como personas y como comunidad. Además, crea sociedades más equilibradas y justas, ayuda a la cohesión social, contribuye a la paz y es una fuente de creación de sentido y pertenencia.
Las rupturas de la cohesión social en Loreto, que ha generado esta “vulnerabilidad social”, tienen sus raíces en la historia de extractivismo que también ha hecho que Loreto sea la región con la mayor cantidad de conflictos socioambientales, según la Defensoría del Pueblo.
A principios del siglo pasado, la vulnerabilidad de poblaciones indígenas esclavizadas para recolectar caucho llevó a un virtual genocidio y el desplazamiento de comunidades hacia otros ríos, o hacia las profundidades del bosque, donde sus descendientes siguen viviendo como semi nómadas, evitando contacto con la sociedad nacional. Desde entonces, olas sucesivas de extractivismo (pieles, carne de monte, madera, petróleo, oro) han agudizado la situación de vulnerabilidad de las comunidades indígenas.
Son estas comunidades con menos peso político y económico las que me hacen pensar en el hombre que fue asaltado y dejado al lado del camino en la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37). Desde 2014, la comunidad kukama de Cuninico (distrito de Urarinas, provincia y región Loreto) ha sido asaltada en los caminos de la vida, de Jerusalén a Jericó, herida y abandonada medio muerta por los derrames de petróleo que han beneficiado suculentamente a unos pocos, mientras la mayoría de la región y del país pasaba de largo.
Las aguas amazónicas son caracterizadas simultáneamente de uso humano, por ser la única fuente de agua para consumo humano, y como parte del ambiente con distintos estándares de calidad ambiental. Lo que ha supuesto una ventaja para las empresas petroleras sobre el derecho de la comunidad a un agua apta para el consumo humano.
Las consecuencias son patentes: se produce una “violencia lenta”, sistemática y persistente contra los ecosistemas y las personas que manifiestan una “nostalgia ecológica”, una añoranza de su espacio anterior a los derrames. Pese a que Cuninico ha ganado algunos juicios, siguen sin ejecutarse plenamente las sentencias. Lo de siempre, los espacios más precarios socioeconómica y ambientalmente los habitan poblaciones indígenas vulneradas.
El informe del CEPLAN señala 23 indicadores distribuidos en 4 grupos: 1) población infantil; 2) población femenina; 3) acceso a los servicios básicos y de salud; y, 4) educación. Todo un programa que cualquier gobierno debe tener en cuenta.
Lamentablemente, la mayoría de los latinoamericanos cuentan únicamente con sus fuerzas o de sus familiares, no cabe esperar mucho del Estado. Es más, en ocasiones tienen que pelear contra el mismo Estado para defender su vida.
Así sucede que, en Iquitos, dos asentamientos humanos interpusieron una demanda constitucional por el derecho al agua y saneamiento básico. Ganaron en primera instancia. Pero aquellos que tienen la tarea de ejecutarla (Municipios y Gobierno Regional) apelaron y ganan en segunda instancia: el mundo al revés. Así que tuvimos que acudir al Tribunal Constitucional. Hace año y medio el TC dicta una sentencia ejemplar, declarando “un estado de cosas inconstitucional en Loreto por falta de agua y contaminación ambiental”: Pleno. Sentencia 322/2023. En la sentencia el TC incluye a todo Loreto, en la misma corriente que señala el informe CEPLAN. A pesar de todo, sigue sin ejecutarse la sentencia por falta de voluntad política. Pareciera que en Loreto no somos ciudadanos. Así se gestiona el bien común (con indiferencia).
El CEPLAN nos señala las heridas y algunas vendas y remedios a modo de conclusiones y recomendaciones. En la estela del Papa Francisco podemos indicar que es hora de la “mejor política” (FT 154-197). Por tanto, descartamos el individualismo desconectado, como pretende el mercado, es hora de crear conexiones. La autonomía personal y social, que son necesarias, se construyen no solo “al lado de otros”, sino “con otros”, activamente. Necesitamos esa relación positiva. Moquegua y Loreto son dos extremos geográficos y en grados de vulnerabilidad. Dos extremos dentro de un país que tiene que equilibrar y distribuir mejor su riqueza.
Pero no todo tiene que ser negativo, esta situación es una oportunidad para convertir la vulnerabilidad en vulner-H-abilidad. La ‘h’ no es ingenua. Se trata de hacer surgir las habilidades necesarias para sanar las heridas. Hoy sabemos que un enfermo que pone de su parte se recupera antes de su enfermedad, siempre y cuando se le administre la medicina adecuada y oportunamente en un contexto apropiado. La motivación colabora con la sanación.
El samaritano, con su acción, es fuente de esperanza para el herido en el camino. Por eso, urgimos a tomar las acciones personales y estructurales que alimenten la esperanza. Loreto no merece este sufrimiento injusto. Por eso, el evangelista Lucas no ahorra ningún detalle al describir al buen samaritano. Así nos indica que se conmueve, se acerca al herido, le cura sus heridas con aceite y vino, se las venda, se sube a su montura… Nos toca seguir su ejemplo: ver, conmovernos y buscar con la inteligencia y con el corazón las vendas y remedios que puedan sanar las heridas de Loreto (y otros territorios heridos). La lectura del informe CEPLAN da muchas pistas de qué se debe hacer, y hay que hacerlo.