Aumentan depresión y suicidio en menores de edad
Las ausencias constantes de su madre y la mano dura de su padre hicieron que Gerardo sintiera desde niño “un vacío” inexplicable que en su adolescencia terminó llenando con mujeres y la metanfetamina llamada ‘cristal’. No podía externar su tristeza porque en su casa le habían enseñado que los hombres no lloran, y los que lo hacían era “porque eran putos (sic)”.Ante la imposibilidad de expresar sus sentimientos por temor a que su padre lo golpeara, desde los 14 años encontró en las drogas una forma de escapar a lo que él sentía. Consumía cualquier sustancia que se le atravesara, aunque fue el cristal el que más le “daba pa’rriba” y a su vez el que también lo llevó a tocar fondo y pedir ayuda.“Me guardaba el enojo, la tristeza, todo. Y la forma de librarla era con consumo, ya sea con cristal, con cocaína, con mariguana, con lo que fuera… No me sentía bien conmigo mismo, caminaba en la calle y sentía que me volaba el viento, caminaba chueco, me costaba mucho trabajo ver de lejos, me iba haciendo menos… En las noches, cuando me sentía ya mal, nomás veía las fotos de cuando estaba chiquito, y al verlas me rompía porque decía ‘¿qué le pasó a ese niño?’”, relata con voz pausada un Gerardo que ahora tiene 17 años, mientras sus ojos denotan un deseo de llorar que intenta contener.En la última década, se triplicó la depresión en menores de edad, al tiempo que, a lo largo del siglo, se duplicaron los suicidios de niños y adolescentes.Sí, es depresiónGracias al tratamiento profesional que ha recibido en estos últimos meses, este joven oriundo deIztapalapa, en la Ciudad de México, ha comprendido que ese vacío que sentía desde pequeño se llama depresión.Y en su caso, al sumarse a un problema de adicciones, derivó en una patología dual, una peligrosísima combinación que cada vez es más común ver en niños, niñas y adolescentes de México.De acuerdo con José Antonio Zorrilla, médico psiquiatra y subespecialista en psiquiatría infantil y de la adolescencia, los casos de menores de edad con trastornos depresivos, y a la vez consumo de sustancias, han crecido “exponencialmente” en los últimos 15 años, sobre todo a partir de la pandemia de covid-19. El problema se acentúa más en la población adolescente.“La adolescencia es una etapa de muchos cambios a nivel cerebral y esto hace que tiendan a ser más impulsivos, a no medir riesgos ni consecuencias. Entonces, cualquier cosa novedosa que les provoque cierto bienestar, pues lo van a probar, y si están pasando por un episodio depresivo, el efecto les provoca sentirse mejor, a olvidar sus problemas, y ese efecto hace que se puedan enganchar”, explica a MILENIO el también integrante de la Asociación Mexicana de Psiquiatría Infantil.Desde otra trinchera, Marcela Rosas Peña, académica de la Facultad de Psicología UNAM, concuerda en que “sí ha incrementado el consumo en menores, más en adolescentes, y también han incrementado las condiciones de salud mental y los pensamientos y conductas de suicidio”.Víctor Manuel Guisa, director de Tratamiento de Centros de Integración Juvenil (CIJ), también coincide en notar un incremento del fenómeno al grado que esta institución, originalmente centrada en la atención de adicciones, desde 2020 ha ampliado su oferta de tratamiento a otros trastornos de salud mental, e incluso ha destinado algunas de sus sedes a la atención exclusiva de menores de edad, como la unidad Iztapalapa, donde Gerardo recibe tratamiento.“Personas que tienen trastornos depresivos tienen mayor vulnerabilidad de consumo de sustancias, y viceversa, quien tenga consumo de sustancias tiene más probabilidad de desarrollar un trastorno depresivo, y esto en edades vulnerables es mucho más frecuente”, indica Guisa.Depresión por drogas y drogadicción por depresiónSegún las cifras de morbilidad nacional que publica la Secretaría de Salud (Ssa), en una década subieron 122 por ciento los casos nuevos de depresión entre la población menor de 10 años, 257 por ciento entre la de 10 y 14 años y 254 por ciento entre la de 15 y 19 años. En estos grupos de edad fue donde más creció ese trastorno mental. En suma, los nuevos diagnósticos de depresión en niñas, niños y adolescentes pasaron de 8 mil 365 a 28 mil 542 entre 2014 y 2023.Zorrilla Dosal indica que entre 15 y 20 por ciento de las infancias y adolescencias pueden presentar un trastorno depresivo. Y aunque las estadísticas oficiales no permiten conocer bien a bien cuántos de estos casos se presentan junto con un problema de consumo de sustancias, lo que se sabe es que una persona –de cualquier edad– con depresión tiene de dos a siete veces más riesgo de presentar una adicción.Según el anuario de la Ssa, “la comorbilidad entre depresión y consumo de sustancias es bastante frecuente, de 12 a 80 por ciento, y muchas veces la interrogante es qué empieza primero, si la depresión o el consumo de alguna sustancia, pero la etiología [o causa] es bidireccional, puede ser de ambas”, indica el especialista en psiquiatría infantil y de la adolescencia.Adrián Velázquez es terapeuta familiar en la clínica donde está internado Gerardo, el muchacho de 17 años. Su función es trabajar con las familias de las y los adolescentes que llegan a este lugar en busca de ayuda. Años de experiencia no le dejan ninguna duda: la depresión y el consumo de drogas están muy ligados y van en aumento.“El mal manejo emocional vinculado con depresión, ansiedad, muchas veces es canalizado por medio del consumo de sustancias. Es algo que observamos mucho en esta clínica: el trastorno depresivo lleva al consumo de sustancias y el consumo de sustancias lleva a la depresión, uno retroalimenta al otro”, detalla.Saber qué orilla a los menores de edad a desarrollar ambos trastornos es un problema multifactorial, desde historias de abuso físico, sexual o psicológico hasta la separación de los padres, el abandono parental y los entornos de violencia que existen en las colonias o vecindarios donde viven.Para Marcela Rosas, una de las situaciones de mayor riesgo es el conflicto con los padres o cuidadores, lo que se traduce en una disciplina rígida, relaciones violentas y la falta de supervisión e interacción con los hijos.“Si los papás no están cercanos, no hay esa comunicación, el adolescente no tiene personas a quienes acercarse o una red de apoyo, pues esto va a seguir presentándose con mayor frecuencia y se puede ir complejizando”.Por desgracia, la atención profesional en algunos casos demora años y los trastornos se vuelven cada vez más crónicos, elevando el riesgo de autolesiones y también de suicidio, añade el terapeuta familiar Velázquez. Esto se vuelve relevante en un país como México, donde el número de suicidios de menores de edad ha crecido año con año.De acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), entre 2000 y 2023 la tasa de defunciones por suicido en las personas de 10 a 17 años se duplicó, pasando de dos a cuatro por cada 100 mil casos. La misma organización indica que los suicidios son la tercera causa de muerte entre los adolescentes de 12 a 17 años, sólo por debajo de los accidentes de transporte y los homicidios.Atención rápida ante focos rojos“Yo antes estaba deprimida porque sentía que no valía nada en este mundo; antes estaba deprimida a un cien por ciento, pero ahora siento que ya sólo lo estoy a un cincuenta. Lo que cambió fue todo: desde mi forma de pensar hasta la forma de quererme y pensar, y la forma de relacionarme con mi familia”, escribe una chica de 17 años, paciente de Velázquez, como parte de su terapia para hacer frente a su problema de consumo de sustancias y depresión.El terapeuta de CIJ trabaja con distintas técnicas para poder determinar si un adolescente con adicciones adicionalmente presenta un cuadro de depresión, ya que a ellos les cuesta externar lo que sienten o lo manifiestan de distintas formas que no necesariamente es tristeza, sino que pueden ir desde dolores de cabeza o estómago hasta incluso irritabilidad y enojo.Recomienda a los padres fijarse también en síntomas como ánimo bajo o falta de energía, cambios en el comportamiento habitual o en los hábitos alimenticios, alteraciones del sueño o bajo rendimiento académico.Gerardo es otro de sus pacientes que ha mejorado a comparación del estado en el que llegó: “He aprendido a quererme, a amarme también… He aprendido que está bien llorar, me tomó bastante tiempo aprender que era natural”. Con la terapia ha podido sacar muchas cosas que cargaba desde su niñez. Cuando lo den de alta de la clínica, él quiere retomar sus estudios de preparatoria que dejó truncados por el vicio, seguir jugando los deportes de contacto que tanto le gustan, como el boxeo y el futbol americano y, ¿por qué no?, cumplir su sueño de estudiar gastronomía.Desafortunadamente, no todas las infancias y adolescencias tienen la oportunidad de acceder a un tratamiento. Varios son los motivos: desde la estigmatización y la poca importancia que se le da a la salud mental hasta la falta de personal y recursos suficientes. Sólo 434 de los 15 mil 637 establecimientos de atención primaria o consulta externa del país brindan atención de salud mental y adicciones, según la Secretaría de Salud. Y en cuanto a especialistas en infancias, se estimaba que en 2020 sólo había 300 paidopsiquiatras en todo el país.“La salud mental sigue sin ser una prioridad en nuestro país, cada vez se trata de que se acerque más, de que las personas puedan acceder a tratamientos profesionales, sin embargo, todavía estamos cortos”, concluye Marcela Rosas.EHR