Chaves, la fealdad y la democracia
El profesor Dilip Gaonkar, director del Centro de Cultura Global y Comunicación (Northwestern University), hace una provocativa clasificación de la situación actual de la democracia en el mundo, usando la conocida frase “lo bueno, lo malo y lo feo”. Tenemos, así, la democracia buena, la democracia mala y la democracia fea.
La democracia fea, indica Gaonkar, tiene tres características principales: 1) Surge a través del proceso electoral establecido (es decir, utilizando los mecanismos propios de la buena democracia); 2) los gobiernos democráticos feos, una vez que llegan al poder, hacen todo lo posible por retener ese poder debilitando y atacando las instituciones democráticas, y 3) los gobiernos democráticos feos tratan de consolidarse en el poder a través de la destrucción de la cultura democrática del país.
Resulta bastante sencillo identificar en el gobierno de Rodrigo Chaves y compañía esas tres características de la democracia fea. Aclaremos un punto fundamental: la fealdad que ha traído Chaves al país está directamente vinculada con problemas sociales, políticos, económicos y culturales que no han sido enfrentados de un modo mínimamente satisfactorio en Costa Rica durante, al menos, las últimas dos décadas.
Sin embargo, Chaves ha logrado, en muy poco tiempo, afear la democracia costarricense de un modo que pone en peligro la sostenibilidad de las bases institucionales y jurídicas de nuestra república democrática. Dicho de otro modo: ha cruzado límites que hacen de las próximas elecciones, algo mucho más determinante y delicado que un proceso de votación para un cambio de gobierno.
Los problemas con el tipo de gobierno que Chaves lidera van más allá de los usuales conflictos a los que estamos tristemente acostumbrados en América Latina: corrupción, ineficiencia, incompetencia. Por supuesto, este gobierno se ha caracterizado por esos tres problemas. Pero lo más lamentable es que esas no son las situaciones más graves.
Estamos ante un escenario, en mi opinión, nunca antes visto en el país. Todos los indicadores que diagnostican la calidad de vida de la población nos demuestran que la gestión del gobierno ha sido catastrófica en seguridad pública, en educación pública, en salud pública, y en reactivación económica (como la generación de empleo, apoyo a las pymes y atracción de inversión). Aun así, Chaves mantiene el apoyo de más del 60% de la población, según la última encuesta realizada por el Centro de Investigación y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica (CIEP-UCR).
¿Por qué lo apoyan? Si bien muchas mujeres apoyan a Chaves, su base fuerte son fundamentalmente hombres. Y muchos de esos hombres (podríamos decir que son mayoría) parecen estar muy frustrados, muy enojados y deseosos de recuperar control y de infundir respeto, o mejor aún, temor. Así es como se presenta Chaves ante los medios de comunicación.
Al igual que otros líderes políticos demagógicos y con delirios autoritarios, Chaves ha recurrido al espectáculo para mantener entretenido al segmento de la población que aún lo defiende, a pesar de que las decisiones gubernamentales hayan golpeado duramente su calidad de vida. Y al igual que Donald Trump, Chaves ha sabido gestionar estratégicamente el odio, el resentimiento y el hartazgo popular. Estas estrategias de gestión del odio y del resentimiento están siendo usadas con un éxito apabullante, por líderes como Nayib Bukele y Javier Milei, y están afianzando el crecimiento de partidos políticos de extrema derecha en varios países europeos.
Un aspecto clave en esa estrategia demagógica-extremista de gestión del odio es la masculinidad tóxica. Una figura de hombre fuerte, que no se va a dejar controlar por el lenguaje políticamente correcto, ni tiene ningún empacho en presentarse como el arquetipo del “Macho Varón Masculino”, sale cada semana ante cámaras para tomar una buena tajada de la economía de la atención.
Este es uno de los tantos factores que no supieron entender los demócratas en Estados Unidos. Y todo indica que la oposición en Costa Rica tampoco lo entiende. Todo el país (o una gran mayoría) está pendiente, cada miércoles, del show presidencial. Pero, durante el resto de la semana, siempre abundan más escándalos, con declaraciones vulgares y efectistas de sus ministros o demás subalternos. Toman decisiones diseñadas para crear ruido y polarización, como la eliminación de los programas de educación sexual o la presentación del proyecto de ley para endurecer las penas por aborto.
Dejemos algo en claro de una vez: a la gente que está hoy en el gobierno, la agenda conservadora no le importa en lo absoluto, pero saben que es una agenda tremendamente efectiva para capturar atención mediática y para movilizar una masa cautiva de votantes. Este gobierno está en el negocio de concentrar tanta atención del público como sea posible, porque esta estrategia da réditos (vuelvo al ejemplo de Trump).
Además, claramente requieren complacer a un sector de la base electoral que sí se toma en serio lo que he denominado Reconquista Reproductiva (conocida también como la “batalla cultural” relacionada principalmente con los derechos reproductivos de las mujeres) y que amerita otro artículo en una próxima oportunidad.
Lo central en este momento es comprender que Chaves, al igual que otros líderes antidemocráticos, entiende muy bien el poder del odio y del resentimiento, dentro de la economía de la atención. Azuzar el odio hacia el otro, que es caricaturizado como culpable de todos los males, ha demostrado ser una efectiva arma retórica que fortalece movimientos y partidos políticos extremistas, en momentos de alta frustración popular, alta polarización, pérdida de la confianza en las instituciones del Estado y, hoy más que nunca antes, desencanto con el funcionamiento de la democracia.
Hay un efecto psicológico muy interesante en este escenario de la gestión política del odio: tiene más importancia sentir el placer de la venganza que sentir que se ha hecho justicia. O dicho de otro modo: las personas perciben la venganza como la forma más efectiva de justicia. En nombre de la justicia, grandes sectores de la población quieren ver el mundo arder. Milei, Trump, Chaves son sus vehículos emocionales a través de los cuales sienten poder, quizá por primera vez en sus vidas.
Las grandes mayorías han dejado de confiar en las vías institucionales establecidas por la democracia para resolver conflictos y reclamar derechos. Sienten que han sido estafadas y engañadas por los partidos políticos tradicionales, por los burócratas de las instituciones públicas y por ciertos grupos y sectores que perciben como privilegiados y arrogantes (pongamos acá a las universidades públicas, aquí, en Estados Unidos, en Argentina).
Cada semana, en conferencia de prensa, Chaves hace lo mismo que Trump, lo mismo que Milei, lo mismo que –desde otra orilla ideológica– hacía Hugo Chávez. Discursos incendiarios contra los críticos del gobernante, que son paulatinamente construidos a través de la narrativa del líder, en enemigos del pueblo y de la patria.
Cualquiera que critique al Supremo es un canalla. Los seguidores más apasionados de Chaves lo ven como un justiciero que vino, no a canalizar sus demandas ciudadanas, sino sus rabias, sus iras y sus deseos de venganza (la lista de los odiados es diversa: incluye al PLN, el PAC y el Frente Amplio, las universidades públicas, las feministas, el movimiento LGBT, y ahora la CCSS también, o bien, cualquiera que sea empleado público).
Con esto, no quiero decir que esa parte de la población esté enceguecida de odio, sino que Chaves alimenta ese odio y ese rencor porque lo necesita para mantener su caudal de atención que, a su vez, sostiene su potencial político-electoral. Hemos llegado al extremo de que muchos no solo crean que es posible que Chaves se reelija en las próximas elecciones (lo cual es legalmente imposible, pero el gobierno ha fomentado esa confusión) sino que, para muchos, es absolutamente necesario para asegurar el cambio que el país necesita.
¿Cuál es ese cambio? No está claro. Lo que sí está claro es que esa idea de cambio está enmarcada en la construcción de un enemigo absoluto al que van a aniquilar en el 2026, cuando este grupo gane no solo la presidencia, sino también, una mayoría de escaños en la Asamblea Legislativa. Ese es el plan.
Con esta agitación del rencor, es posible que los grupos de poder que apoyan a Chaves y a sus elegidos para las próximas elecciones, logren concretar reformas constitucionales que destruyan las bases sobre las que aún se sostiene lo que nos queda de Estado social de derecho.
Si ponemos atención a lo que está ocurriendo en Estados Unidos, tendremos un aviso muy claro de lo que, a corto plazo, puede suceder aquí. Si los diversos grupos sociales que comprenden la gravedad de la situación en la que estamos no somos capaces de hacer las diferencias a un lado para crear una fuerte coalición unida por un acuerdo mínimo –defender y rescatar la democracia–, no habrá segundas oportunidades.
arguedas.gabriela@gmail.com
Gabriela Arguedas es catedrática de la UCR y profesora asociada de la Escuela de Filosofía, donde imparte cursos de bioética, ética profesional para las carreras de las áreas de la salud y teoría feminista.