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La pandemia y el deber de construir juntos cinco años después

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Han pasado cinco años desde que la pandemia de covid golpeó al mundo con una crudeza inimaginable. En marzo de 2020, el sistema sanitario español se vio desbordado por una crisis sin precedentes. Los hospitales se llenaron hasta el límite, los médicos y el resto de los profesionales sanitarios trabajaron sin descanso y, en demasiados casos, sin la protección adecuada.

Durante aquellos meses oscuros, la sociedad salía a los balcones cada día a las 20:00 horas para aplaudir a los sanitarios. Fue un gesto de gratitud y reconocimiento pero, cinco años después, esos aplausos se han convertido en un eco lejano que contrasta con la realidad: seguimos con los mismos problemas estructurales, las agresiones a los sanitarios han aumentado y la memoria de los 125 fallecidos en acto de servicio se diluye en la indiferencia.

La pandemia nos deja cifras devastadoras pero, más allá de los números, cada fallecido fue una pérdida irreparable. Ciento veinticinco médicos murieron en la primera línea, enfrentando un virus desconocido sin los medios adecuados. Lo hicieron por vocación, por compromiso, por ética profesional.

Sin embargo, sus muertes no se han traducido en mejoras reales para la profesión. A pesar de las promesas políticas de fortalecer la sanidad, la precariedad laboral sigue siendo la norma, los sueldos continúan sin reflejar la responsabilidad del trabajo médico y la sobrecarga asistencial es, si cabe, aún mayor.

Pero quizás lo más doloroso es la creciente violencia contra los sanitarios. ¿Cómo hemos pasado del aplauso al insulto, de la gratitud a la agresión? Es inaceptable que el ejemplo de los que dieron su vida por los pacientes se haya convertido hoy en blanco de ataques en hospitales y centros de salud.

Existe un amplio consenso en que el modelo sanitario español es uno de los mejores del mundo. Su carácter universal y su vocación de equidad lo convierten en un pilar esencial de la justicia social. Sin embargo, esto no significa que no deba adaptarse a los tiempos y a las necesidades reales de los profesionales y los pacientes.

La reforma del Estatuto Marco, tal y como se está planteando, corre el riesgo de generar más problemas que soluciones. El alambicado sistema de horas ordinarias, extraordinarias, de descanso y de atención continuada, sumado a las reducciones de jornada y la falta de planificación, ha convertido la gestión del tiempo de trabajo en un laberinto normativo. No podemos seguir acumulando parches sobre un sistema ya desgastado.

Debemos salir de este marco y abordar una nueva propuesta que solucione los dos problemas nucleares: la jornada laboral y el modelo retributivo de los médicos, y hacerlo desde la serenidad es clave. Un sistema tan complejo no puede reformarse pensando a corto plazo.

Es imprescindible mirar modelos que funcionan. Fijémonos en el modelo retributivo británico, sin ir mucho más lejos, donde la estructura salarial refleja de manera más certera la formación, la responsabilidad y la dedicación de los médicos.

Desde la Organización Médica Colegial debemos insistir en que este debate no es solo una cuestión de condiciones laborales, sino también de ética profesional. La atención al paciente requiere plena capacidad física y psíquica, lo que significa que las horas de descanso deben ser, de manera efectiva, horas de descanso. Esto es, sin duda, una necesidad ineludible.

Al igual que ocurre con los conductores profesionales o los pilotos de avión, no podemos aceptar que el médico que tiene que tomar decisiones críticas para la vida de un paciente lo haga tras una guardia de 17 o 24 horas sin un descanso adecuado. Garantizar el descanso de los médicos es garantizar la seguridad de los pacientes. Parece por tanto lógico, en este sentido, que la administración regule un máximo de horas de trabajo asistencial.

Si algo dejó claro la pandemia es que la sanidad no puede sostenerse solo sobre los hombros de los médicos y los profesionales sanitarios. La respuesta a una crisis sanitaria de esta magnitud requiere el compromiso de todos.

La profesión médica y el resto de los sanitarios debemos mantener nuestra vocación de servicio, pero también alzar la voz contra las condiciones que ponen en riesgo la calidad asistencial. Es clave que las administraciones garanticen los recursos, la estabilidad y la planificación que la sanidad necesita.

Las instituciones y los colegios profesionales deben seguir defendiendo la dignidad de la profesión y la calidad del sistema sanitario. La sociedad en su conjunto debe entender que proteger a los médicos y al resto de profesionales sanitarios es proteger su propia salud y bienestar. No podemos permitirnos seguir divididos. La sanidad no es solo un problema de médicos o de políticos, es una responsabilidad colectiva.

En Madrid, en la Plaza del Sagrado Corazón, se alza la escultura del Árbol de la Vida, un monumento en homenaje a los profesionales sanitarios fallecidos en la pandemia. Es un símbolo de memoria, pero también un recordatorio de que el reconocimiento social es efímero si no se traduce en hechos. Un árbol necesita raíces fuertes para sostenerse, y la sanidad española necesita bases sólidas construidas con el esfuerzo conjunto de todos. Cuidar de este árbol significa cuidar de los profesionales que siguen sosteniendo el sistema sanitario, con medidas reales que dignifiquen su trabajo y garanticen su seguridad. Medidas consensuadas desde el conocimiento y junto a los profesionales.

Cinco años después, el mejor homenaje que podemos hacer a los médicos que murieron en la pandemia no es solo recordar sus nombres, sino transformar su sacrificio en un cambio real. Porque la memoria no puede ser solo pasado; debe ser el motor de un futuro mejor que construyamos juntos. Todo con un único y crucial objetivo: ayudar a los más vulnerables: los enfermos.

*Tomás Cobo es presidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos