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Educar para la sexualidad y la afectividad es también deber del Estado

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“A mis hijos los educo yo”. Cuando de sexualidad y afectividad se trata, esta frase resuena con fuerza en ciertos sectores de la sociedad costarricense, especialmente los más conservadores. Por ello, es un tema recurrente en debates sobre educación sexual en las aulas.

Si bien la familia es el primer espacio de los procesos de enseñanza-aprendizaje, cuando respecta a educar para la sexualidad y la afectividad responsable, consciente e informada, los datos sobre embarazo adolescente, aborto, y mortalidad materna e infantil, obligan a cuestionarnos si la educación que se da a los niños y jóvenes sobre sexualidad y afectividad en el entorno del hogar es la adecuada.

El embarazo adolescente es un importante problema de salud pública. Según el INEC, en el 2022, cerca del 10% de los nacimientos correspondieron a mujeres de entre 15 y 19 años: la mitad de diez años antes. Hasta el 2012, el porcentaje de embarazos en ese grupo etario se mantuvo entre 19% y 23%. La ONU, a su vez, indica que casi el 50% de estos embarazos son no deseados, y el 55% de estos terminaban en abortos, a menudo muy inseguros.

Asimismo, las madres adolescentes tienen mayor riesgo de eclampsia, endometritis puerperal e infecciones sistémicas. Además, sus bebés tienen un riesgo aumentado de padecer bajo peso al nacer, prematuridad y afección neonatal grave. Cada adolescente embarazada representa una vida obligada a modificar su curso y factor de riesgo para problemas sociales como la deserción escolar, trabajo informal, prostitución, violencia en las relaciones de pareja, entre otros.

Penosamente, existe el riesgo del “ciclo intergeneracional del embarazo adolescente”: las hijas de madres adolescentes tienen una mayor probabilidad de repetir la misma experiencia. Una combinación de factores sociales, económicos y culturales contribuyen para perpetuar la vulnerabilidad de las adolescentes ante embarazos no planificados.

Para romper ese ciclo, es necesario reconocer y trabajar en sus factores de riesgo: bajo nivel educativo, pobreza y exclusión social, falta de acceso a educación sexual y anticoncepción, normalización del evento, machismo o estructuras patriarcales socialmente establecidas y aceptadas.

Los expertos coinciden en que la educación integral, multidimensional y multidisciplinaria, es la clave para atender con éxito este problema. Ya Costa Rica lo sabe porque lo implementó, desde el 2012, los Programas de Educación para la Afectividad y la Sexualidad en los planes de estudio del Ministerio de Educación Pública (MEP), con una revisión en el 2017. La curva de casos de embarazo adolescente decayó, en forma constante, en diez años, a la mitad.

No obstante, ese logro está en peligro. Con la complicidad de un Consejo Superior de Educación, la hoy exministra de Educación decidió suspender esos contenidos programáticos en el MEP. Ello, cimentado en argumentos falaces, ridículos e impensables, propios del oscurantismo. Populismo barato, burdo. Una más de inexplicables decisiones que solo agravaron más el problema de la educación costarricense.

Esta nueva decisión es tierra fértil para los grupos más ortodoxos y conservadores que desempolvan el trasnochado argumento de que la educación sexual y afectiva es responsabilidad exclusiva de la familia: “es que estábamos muy bien antes”. ¡Válgame, Dios!

Delegar en los padres y madres la educación sexual y afectiva de sus hijos entraña un riesgo latente: no todos los padres y madres tienen el conocimiento, las herramientas o la disposición para abordar estos temas con sus hijos. La gran mayoría siente incomodidad o inseguridad al hablar de sexualidad con sus hijos: las conversaciones son superficiales, parciales o, en el peor de los casos, inexistentes.

Este vacío de información es llenado por los adolescentes con sus pares, redes sociales, o fuentes poco confiables. El resultado es una educación en sexualidad fragmentada, errónea y cargada de mitos y falsedades. ¿Cómo educar bien cuando no se tiene formación ni información suficiente o actualizada?

La educación sexual integral en las escuelas no pretende suplantar a los padres, sino complementar la formación que se ofrece en casa. Busca brindar información científica, promover la toma de decisiones responsables y fomentar el respeto por el cuerpo propio y el de los demás. La afectividad es parte esencial de este proceso: la sexualidad también involucra emociones, valores y relaciones humanas.

La educación sexual y afectiva es fundamental para la vida de las personas; no es solo responsabilidad de la familia, sino también del Estado y la sociedad en su conjunto. Un enfoque basado en derechos humanos busca garantizar que niños y adolescentes tengan acceso a información clara, científica y libre de prejuicios.

Si la educación en la familia falla, toda la sociedad sufre las consecuencias. Por ello, es deber del Estado educar en todos los aspectos de la vida, no solo para el conocimiento tradicionalmente enseñado en el sistema educativo.

juan.romero.zuniga@una.ac.cr

Juan José Romero Zúñiga es médico veterinario, profesor de Epidemiología en la UNA y la UCR. Ha publicado unos 140 artículos científicos en revistas especializadas.