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La Riviera gazatí, un dislate cósmico

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El filósofo francés Michel Eltchaninoff publicó en la revista «Philosophie» el 4 de febrero un extenso estudio sobre la «estrategia de la estupefacción» que asegura que es una hoja de ruta deliberadamente adoptada por el presidente Trump. Nos recuerda que esta técnica de gobierno ya fue descrita por Maquiavelo en «El príncipe» y que consiste en causar el mayor estupor posible para después quedarse en el resultado real que se buscaba. Es decir, una especie de negociación de bazar, en la que se pide el doble del precio para regatear y acabar cobrando lo que se pretendía desde el principio. La teoría no es disparatada, y los primeros pasos de la Administración Trump 2 parecen confirmarla, empezando por la amenaza de guerra arancelaria. Sin embargo, despacharse con ocurrencias o exabruptos en una materia tan sensible es extraordinariamente irresponsable, arriesgado y desestabilizador, aunque sea el presidente de EE UU, o precisamente porque lo es.

La población de Gaza se compone principalmente por refugiados y desplazados (que son refugiados al cuadrado pues fueron desplazados dos veces). Los gazatíes tienen, además, la desgracia añadida de estar dominados por Hamás. Gobernados es un vocablo demasiado noble para describir su régimen de terror. El desplazamiento de toda la población de Gaza (aunque sea temporal según la portavoz de la Casa Blanca) sería en términos proporcionales, la mayor de la historia de la humanidad, el cien por cien de más de 2,2 millones de habitantes. La mayor de la historia hasta ahora fue la partición de la India en 1947, 20 millones de 300 millones.

El frágil proceso de paz se inició en la conferencia de Madrid de octubre de 1991 bajo los auspicios del presidente George Bush padre y el presidente ruso Gorbachov, siendo anfitrión Felipe González. Las negociaciones secretas de Oslo en la fundación FAFO, entre el gobierno de Israel y la OLP con la mediación noruega, bendición estadounidense y anuencia rusa, culminaron el 20 de agosto de 1993 y fueron selladas en un acto solemne en la Casa Blanca con la firma entre Yitzak Rabin y Yasir Arafat, bajo los auspicios del presidente Clinton el 13 de septiembre de 1993. El acuerdo de autonomía «Gaza-Jericho First» firmado en el Cairo el 4 de mayo de 1994, posibilitó que Arafat se convirtiese en el primer presidente de la Autoridad Nacional Palestina el 5 de julio de 1994. La llegada de Arafat a Gaza en helicóptero el 29 de junio de 1994, después de 27 años, tuvo un hondo impacto simbólico en toda la opinión pública árabe. Además, estos acuerdos, no hay que olvidarlo jamás, le costaron la vida al irrepetible Yitzak Rabin, primer ministro de Israel, vilmente asesinado por un ciudadano israelí, fanático antiproceso de paz el 4 de noviembre de 1995.

El cuarteto de la paz, Estados Unidos, Rusia, la UE y la ONU como garante exigió con firmeza a Hamás (firmeza que nunca llegó a imponer) unas condiciones muy claras y sencillas para reconocerlos como actores políticos, interlocutores, tras su victoria en las elecciones del 25 de enero de 2006. Éstas eran, a saber: 1) Renuncia incondicional e inmediata a la violencia. 2) Reconocimiento sin reservas del Estado de Israel y su derecho a existir en fronteras seguras e internacionalmente reconocidas. Y 3) Respeto a todos los acuerdos de paz firmados hasta ese momento entre la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) primero y la Autoridad Nacional Palestina después con el Estado de Israel. Hamás nunca las aceptó, y la comunidad internacional tampoco se lo impuso, más allá de declararlos, lo que era evidente que eran y siguen siendo, una organización terrorista, con territorio, y estructura gubernamental. Un peligroso cóctel.

El plan de Trump echa por la borda décadas de esfuerzos por la paz, decenas de miles de víctimas de un conflicto encarnado y secular. Aunque desde 1995 se ha dado una situación de violencia entre candente y ardiente que no ha hecho más que alimentar la inestabilidad y el sufrimiento en la región, nada justifica el plan de la Riviera Gazatí. Esto no es una boutade, una ocurrencia o un dislate. Es mucho peor, es un acto que anima a la limpieza étnica de Gaza, que alimenta al extremismo, y que justifica a los ojos de los yihadistas y de regímenes abominables como el iraní, toda la barbarie del pasado y la que pueda venir en el futuro. Hasta el gobierno del Reino de Arabia Saudí, amigo y aliado de los EEUU, hizo público un comunicado en el que insistía en que no reconocería al Estado de Israel sin que se respetase la solución de dos estados.

Egipto y Jordania (leales aliados de los EEUU) no podrán aceptar jamás el plan Trump por las siguientes razones: 1) Una cuestión de principios, no se puede aceptar la expulsión en masa de 2.4 millones de palestinos. 2) Ambos están saturados de refugiados, pero sobre todo Jordania, tanto palestinos como sirios. 3) Un número tan elevado de refugiados sería una peligrosa fuente de violencia e inestabilidad, teniendo en cuenta que con ellos se colaría el estado mayor y las brigadas terroristas de Hamás en ambos países. En Jordania el fantasma del intento de secuestrar el estado por parte de la OLP sigue presente y de cómo el Reino Hachemí puso fin a esa amenaza en lo que los palestinos llamaron «septiembre negro». 4) Aceptar la expulsión de la población y la ocupación de Gaza, causaría graves problemas de opinión pública, incluso de rebelión. Egipto y Jordania tienen sus propias organizaciones islamistas radicales que han ganado elecciones, así como la persistente amenaza de grupos yihadistas autóctonos o afiliados a Al-Qaeda o DAECH.

Quizás sea ingenuo desear que el exabrupto «trumpiano» se quede al final en el envío de tropas multinacionales bajo el liderazgo de EE UU para desarmar a Hamás y reconstruir Gaza. La otra opción sería, simplemente, una locura.