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El Jazz Plaza borra fronteras y políticas divisorias

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«Lo más importante del jazz es que es una música de colaboración», me dijo el músico Pablo Menéndez, nacido en Estados Unidos, y cubano de corazón. Resalta así una de las peculiaridades más significativas del género que ha convocado a cubanos durante esta semana en La Habana, Villa Clara y Santiago de Cuba en la edición 40 de un festival que aboga por mantener viva la historia con rumbo hacia el futuro.

Como música de colaboración al fin, me explica el líder de la agrupación Mezcla, todos disfrutan de la libertad de crear e improvisar, uno cuida al otro en sus solos, nadie «ensucia» a nadie, y se acompañan con el ánimo de hacer florecer el tema musical en sí. «Es maravilloso, ojalá en la vida todo fuera como es en el jazz».

Y si de colaboración y experiencias compartidas se trata, Pablo Menéndez —fundador del Jazz Plaza— reconoce que un festival de la magnitud del que se celebra en Cuba es fiel reflejo de ello y no solo por la pasión por la música, sino también por la necesidad de hacer trascender los vínculos entre los pueblos.

Su madre, Barbara Dane, legendaria cantante de jazz y de blues clásico, representante de la música folclórica y la canción política, fue la primera artista extranjera en apoyar y presentarse en el Jazz Plaza durante la segunda edición, en 1981. Fallecida en octubre pasado, su legado fue homenajeado por su hijo este año durante el Festival en la sala Tito Junco del complejo cultural Bertolt Bretch, acompañado por músicos de la talla del pianista Ernán López-Nussa, el baterista Enrique Plá, el trompetista Mayquel González, el saxofonista norteamericano Ayo Brame y el coro folclórico Obbá Areanlé.

«No solo es un homenaje a la artista que fue Barbara Dane, amiga de Cuba, sino también a todos los que privilegian la cultura, el arte, más allá de razones políticas o de otra índole.

«No sabíamos que el festival duraría 40 años y en ese momento, el respaldo de una artista internacional era muy importante para lograr la trascendencia de ese evento en ciernes. Ella desafió las prohibiciones de Estados Unidos y fue censurada en medios de comunicación y escenarios. Fue su sacrificio y al final, ha valido la pena.

—¿Lo valió entonces el Jazz Plaza?

—Sin dudas, porque este festival es increíble. La hostilidad del Gobierno de Estados Unidos convirtió a ese país en enemigo de Cuba, pero realmente el enemigo no es el pueblo de ese país, y por eso la música, política aparte, hermana a las personas.

«En la casa de la cultura de Plaza, en Calzada y 8, se gestó este inmenso evento que hemos disfrutado. Hacíamos unas jam session, una especie de minifestival de jazz con quienes queríamos defender el género. Carlos Averhoff, Manuel Valera, Eduardo Ramos, Emiliano Salvador, Ignacio Berroa, Bobby Carcasés y yo, entre otros. Contra viento y marea, y aquí estamos.

«He estado en numerosos países para asistir a festivales de este tipo, y me siento orgulloso de Cuba. Es maravilloso ver cómo el evento se masifica a través de muchas sedes y no en un solo teatro, sino en todos los disponibles de tres provincias.

«Artistas de naciones de todos los continentes vienen hasta acá y no se les paga, pero vienen porque admiran a Cuba y anhelan ofrecer música a personas de todos los rangos sociales. Coexisten con jóvenes de nuestras escuelas de arte que asombran por su talento y formación, figuras de renombre internacional, cubanos residentes en otras latitudes… Eso eleva el prestigio del evento, por la calidad de lo que se ofrece.

«El público es el principal beneficiado. Asistir a un evento de esta magnitud en cualquier parte del mundo es un lujo. Según la cercanía al escenario, el precio aumenta y no es barato en ningún caso.

«Cuba es el único país que permite ver a estrellas del jazz a nivel mundial por un precio asequible para todos. Los más jóvenes deben valorar eso, ser parte y proponerse metas que, aunque parezcan inalcanzables, puedan repentinamente cobrar vida durante 40 años.

«Los jazzistas cubanos logramos que este festival permaneciera vivo. A pesar de las dificultades, el resultado siempre es loable porque se borran fronteras y políticas divisorias. Eso es lo que vale, y es lo que mi madre también quiso hacer valer. Admirable».

Barbara Dane, legendaria cantante de jazz y de blues clásico, fue una gran amiga de Cuba. Foto. Cortesía del entrevistado