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Kakistocracia reloaded

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Era el año de 1994 cuando en Italia emergió un fenómeno político que cambió la conversación sobre el estado de salud de las democracias de la segunda posguerra. Silvio Berlusconi, en un discurso que he vuelto a escuchar, anunció que había decidido “scendere in campo” —entrar al campo de juego— para incursionar en la política nacional de su país.

El hombre más rico de Italia, dueño de cadenas de medios de comunicación tradicionales (estaciones de radio, medios impresos y, sobre todo, el más grande conglomerado de televisión, Mediaset), había decidido gobernar a su país. Lo lograría durante poco más de 9 años en tres momentos distintos.

Poder económico, poder ideológico y poder político amalgamados. Dinero, ideas e ideologías y violencia estatal en las manos de un sujeto y su camarilla de secuaces.

Michelangelo Bovero, el filósofo de la política heredero de la cátedra de Norberto Bobbio y líder de la Escuela de Turín, advirtió, visionario, que ese era un laboratorio de la amenaza más seria para las democracias en ese momento. Desde entonces, con agudeza y rigor, lo advirtió en cuanto foro académico y político pudo hacerlo.

De hecho, en el año 2000, publicó un libro breve y preciso en el que despliega una gramática de la democracia bajo un título que es una advertencia: Contro il governo dei peggiori.

Kakistocracia llamó Bovero al “gobierno de los peores” que aquejaba a su país y amenazaba a todas las democracias occidentales.

En uno de los ensayos de aquel volumen —que sería traducido al castellano por la editorial Trotta—, Bovero advertía en dónde se encontraba el núcleo de su desasosiego. El origen podía rastrearse en la obra de su maestro Bobbio, pero al final, emanaba del pensamiento iluminado y contundente de Max Weber.

El pensador alemán —como es bien sabido— había estudiado con rigor las tres esferas de poder social presentes en toda sociedad humana. Precisamente: el poder político, el poder económico y el poder ideológico.

Weber también había advertido que el punto diferenciador entre estos poderes no era el fin que perseguían ni la persona que los detentaba, sino algo más relevante: el medio que utilizaban para hacerse efectivos.

Si el poder en general era la capacidad de un sujeto —o algunos sujetos— para lograr que otro —u otros— hicieran lo que no querían hacer o dejaran de hacer lo que sí querían realizar, entonces, lo importante era el medio a través del cual lograban imponerse.

Tener la capacidad de doblegar la voluntad de los demás era la substancia del poder, pero lo importante era identificar cómo se efectuaba la imposición.

Si se hacía a través de la amenaza o el ejercicio de la violencia, se trataba de un poder político, si era a través de los recursos materiales, era un poder económico, y si se ejercía mediante el control de las ideas, entonces, era un poder ideológico.

Una cuestión aparte —para nada irrelevante, pero distinta— era si se trataba de poderes legítimos o ilegítimos, lícitos o ilícitos, civiles o salvajes. El quid de la cuestión era identificar quién detentaba el medio y, por lo tanto, tenía el poder.

En las cavilaciones de Bovero estaba esa lección weberiana con un elemento adicional fundamental. La ecuación entre poder y libertad es la siguiente: “a mayor poder del sujeto ‘x’, menor libertad del sujeto ‘y’”. Se trata de una relación inversamente proporcional. Luego entonces, entre mayor concentración de poder en las manos de un sujeto —o de un grupo de sujetos—, menor libertad para todos los demás.

La conclusión cae por sí sola: la sociedad libre solamente es posible cuando nadie detenta de manera simultánea al poder político, al poder económico y al poder ideológico. Cuando esa concentración se verifica, lo que existe se llama absolutismo.

Esa era la advertencia fundada y fundamentada de Michelangelo Bovero cuando denunciaba la concentración de poderes en las manos de Berlusconi en la Italia, “sí bella e perduta!”, como canta el Nabucco de Verdi.

Traigo el cuento a cuenta porque temo que el berlusconismo haya sido un juego de párvulos frente a la concentración de poder que amenaza nuestras libertades actualmente. No estoy pensando en México, sino en el mundo.

La mancuerna Trump-Musk y la pandilla que los rodea constituyen el mayor peligro para nuestras libertades que haya existido en la historia moderna de la humanidad. La amalgama de poderes que detentan, atada con su deriva fascistoide, nos deja a la intemperie y sin defensas.

Y no, nos equivoquemos, no será DeepSeek ni nada que provenga de China lo que vendrá a rescatarnos. Allende tampoco tiene valor las libertades.

Así que quizá es tiempo de retomar el “apelo al cielo” de lockeana memoria.