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Otro legado de Nicolás Yerovi: el poeta Luis Hernández

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En estos días hemos despedido al escritor Nicolás Yerovi. Yerovi falleció este domingo 19 de enero a los 73 años y, como ya lo sabemos, su cuerpo no pudo ser velado en el Ministerio de Cultura, como mandaba el sentido común. Las críticas por este acto no se hicieron esperar. Yerovi fue un personaje muy incómodo para todos los gobernantes de turno y en los últimos tiempos sus festivos señalamientos estaban dirigidos a la gestión de la presidenta Dina Boluarte. El pretexto fue burocrático, sinuoso: Yerovi no estaba incluido en la lista oficial de artistas del Mincul.

Cuando pensamos en Yerovi, se nos viene a la mente el personaje risueño e irónico, positivo, “porque no me queda otra”. Pero en lo que no se incide es en el hecho de que fue igualmente un literato muy sólido y un autor literario al que deberíamos prestar más atención (ya hemos recomendado su novela La casa de tantos, una historia literaria de amor, humor, política y sangre).

Muchas veces, la figura pública que construye un autor va en contra de sus otras facetas. Eso, creo, es lo que pasó con Yerovi, quien aparte de heredarnos una monumental obra satírica, es a quien le debemos nuestro acercamiento a uno de los poetas peruanos más queridos, influyentes (más allá de la poesía) y que en la actualidad es el poeta hispanoamericano con más lectores jóvenes: Luis Hernández (Lima, 1941 – Buenos Aires, 1977).

Poeta de culto y generador de múltiples leyendas urbanas, Luis Hernández, o Luchito como asimismo se le llamaba, posee una obra que seduce, por su ternura y su locura lúdica, a los lectores de poesía de más de una generación. De 1961 a 1965, publicó tres poemarios/plaquetas: Orilla, Charlie Melnick y Las constelaciones. Desde 1966, dejó de publicar y comenzó la etapa en la que se forma su leyenda: su poesía y su actitud poética con la vida, las trasladó a los cuadernos que regalaba a propios y extraños.

Su muerte, ocurrida el 3 de octubre de 1977, cuando tenía 35 años, suscitó una conmoción en el circuito cultural peruano. Luis Hernández, médico y psicólogo, había viajado a Argentina para seguir un tratamiento de salud mental. Sobre su muerte, hay varias versiones que hasta hoy no están del todo claras. Por un lado, la más difundida: se suicidó al lanzarse a los rieles de un tren y la otra, de aparición relativamente reciente, indica que Luis Hernández murió tras discutir con agentes locales del orden (Argentina estaba bajo una dictadura militar), quienes arrojaron su cuerpo a los rieles del tren.

Antes de partir a Argentina, Luis Hernández sabía que Nicolás Yerovi, su amigo, estaba trabajando en una tesis sobre su obra. Parte de esta empresa, consistió en consignar todos los poemas de esos cuadernos regalados por el poeta a diestra y siniestra tras la salida de Las constelaciones. Yerovi no quería escribir una tesis para la valoración de un minúsculo grupo de especialistas. Quería dejar un documento para los futuros lectores. Había visto en la obra de Luis Hernández una sensibilidad peculiar que, a lo mejor, podría tener una mejor recepción de los lectores en un futuro cercano o a mediado plazo. En 1978, se publicó Vox Horrísona en editorial Ames. Fue un acontecimiento. Este libro ha tenido varias ediciones, siendo la última de Pesopluma, disponible en librerías y plataformas. Además, por muchos años, la edición de Punto y Coma (de portada morada), de 1983, llegó a ser una de las más buscadas por los fanáticos de Luis Hernández. Pagaban capricho.

Veamos un fragmento de uno de los poemas más conocidos de Luis Hernández: “Ezra Pound: cenizas y cilicio” de Constelaciones.

“Ezra/ sé que si llegaras a mi barrio/ los muchachos dirían en la esquina:/ qué tal viejo, che´su madre,/ y yo habría de volver a ser el muerto/ que a tu sombra escribiera salmodiando/ unas frases ideales a mi oboe./ El milagro se oculta entre lo oscuro/ Donde olvido y memoria son tan solo/ Los reflejos de los áspero y amado,/ La ilusión que ha surgido del enebro./ Duramente recuerdo tus poemas,/ Viejo fioca,/ Mi amigo inconfesable”.

Si hoy vemos la fiebre Luis Hernández, con lectores que buscan su poesía con obsesión, se lo debemos a un gran lector: Nicolás Yerovi.