Cargos del PSOE ven al Gobierno en un «callejón sin salida»
La cara y la cruz. Pedro Sánchez salió a hombros del Foro Económico de Davos, ungido como referente de liderazgo internacional en Suiza; mientras en España, a nivel doméstico, proyecta una profunda debilidad. En Moncloa asumieron hace tiempo que todo pasa por Carles Puigdemont. Los siete diputados de Junts son el clavo del abanico de la legislatura: imprescindibles para que la mayoría de la investidura prospere y necesarios también para desalojar al Ejecutivo con una moción de censura auspiciada por el PP. Conscientes de su capacidad de influencia, los posconvergentes ejercen este papel y están dispuestos a reclamar su cuota de protagonismo hasta las últimas consecuencias. Aunque esto suponga poner la legislatura al límite. Y lo hacen, convencidos, como están, de que el PSOE no romperá.
La situación es de parálisis y solo Sánchez tiene la capacidad de dar un golpe en el tablero. Solo a él le corresponde la facultad de apretar el botón nuclear y convocar un adelanto electoral que ponga fin a la sensación de colapso. ¿Está en sus planes inmediatos? «Para nada», responde tajante un miembro del Ejecutivo. Esto después de que el Gobierno registrara el miércoles la derrota más contundente de lo que va de legislatura, evidenciando que no es capaz de sacar adelante su agenda social ni compatibilizar los intereses y exigencias de sus socios a izquierda y derecha.
El afán de resistencia se topa ya con el malestar de algunos cargos del PSOE que cada vez defienden con mayor vehemencia que «no se puede gobernar a cualquier precio» y que «mantenerse en el poder no equivale a gobernar». Sánchez ha demandado en numerosas ocasiones a sus barones territoriales que defiendan al Gobierno central y su gestión, pero desde algunas de estas plazas asisten con incredulidad a los correctivos que Junts inflige al Ejecutivo con demasiada frecuencia. Algunos, como Emiliano García-Page, consideran «humillante» tener que «arrastrarse» ante Puigdemont para mendigar su apoyo. Varios cargos consultados califican de «callejón sin salida» la situación del Gobierno, por su dependencia de Junts para llevar adelante su agenda legislativa y que esta quede al albur del estado de ánimo del expresidente catalán. «La parálisis es total», lamentan.
El clima que recorre el Gobierno y el PSOE es de profundo enfado, y pese a que la estrategia pase por endosar toda la responsabilidad al PP, lo cierto es que este argumento solo busca esconder que la relación con Junts se encuentra en un punto crítico. El rearme del Ejecutivo consiste ahora en trasladar todos los focos al PP, a quien Sánchez acusó ayer de hacer una «oposición destructiva» que genera «dolor social». Sin embargo, Moncloa no está dispuesta a poner en marcha los instrumentos a su alcance para paliar ese daño. No desvelan, de momento, por dónde pasan sus planes inmediatos para lograr que estas medidas vuelvan a estar en vigor y tampoco se plantean la convocatoria de un Consejo de Ministros extraordinario –según confirmaron fuentes gubernamentales a este diario– para revertir los efectos adversos del rechazo del decreto ómnibus. Y esto, porque se prioriza la política de regate corto, la lucha partidista sobre el beneficio a los ciudadanos. En concreto, el Ejecutivo quiere que se perciban los perjuicios de la negativa de PP y Junts a apoyar la subida de las pensiones y a prorrogar las ayudas a la DANA o al transporte público, y que sean los españoles quienes les castiguen por ello.
En paralelo, en el PSOE se afanan en reconducir la relación con Junts, aunque no ocultan su vocación de seguir adelante, incluso sin Presupuestos, si la negociación se torna inviable con Puigdemont. «No sería nada grave», aseguró el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, abonando la pedagogía que desde hace días despliega el Gobierno para «desdramatizar» una prórroga presupuestaria. Este tipo de pronunciamientos son el mejor termómetro para testar el estado de las relaciones con sus socios. Cuando las conversaciones avanzan, el Gobierno se fija unos hitos en el calendario que, cuando encallan, se vuelven imposibles de cumplir.