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"Cuando no tienes nada, vas a pelear por todo": sobreviviente de incendios de Altadena

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Han pasado cinco días desde que el señor Felipe Carrillo se enfrentó, él solo, a la avalancha de fuego que bajaba desde la montaña y que amenazaba con tragarse su casa y las de sus vecinos más próximos, en un barrio ubicado casi en la cima de la sierra de Eaton, en Altadena.El de Eaton es el segundo incendio más grande que desde el 7 de enero permanece vivo al noreste de Los Ángeles, después del de Palisade, apenas controlado al 27 por ciento, según el Departamento de Bomberos.“Fue como una... ‘shower’”, describe Felipe para explicar que las cenizas encendidas cayeron como lluvia sobre las casas de su barrio.El martes pasado, luego de que se llevó a su esposa y a sus dos hijos lejos para protegerlos, él regresó a su casa y vivió una madrugada llena de adrenalina para defender su hogar, su auto y su lancha de fin de semana.Mantuvo a raya al fuego con la manguera de su jardín y con agua que sacaba a cubetadas de su alberca. Se niega a decirse héroe y más bien, atribuye su éxito y su supervivencia a la confianza ciega que tiene en su hermano, ya fallecido, y en Dios.“Tenía a mi hermano y a Dios adentro y yo podía oír a mi hermano diciéndome ‘¡pelea, pelea!’”, recuerda con voz entrecortada y entre lágrimas.Durante tres horas en la madrugada, de las 2:00 a las 5:00, Felipe no descansó, yendo y viniendo para mojar su casa y dos más, aledañas a la suya, cuyos propietarios prefirieron evacuar tan pronto supieron que el fuego los amenazaba tan cerca.Él las salvó del incendio como pudo. El hombre, que resultó con una quemadura en su brazo izquierdo, y que ahora cubre con una venda, ya está más tranquilo y bebe una cerveza sentado en la puerta de su casa, que ahora parece un oasis en medio del barrio de Loma Alta, que quedó, en su mayoría, reducido a cenizas y escombros carbonizados e irreconocibles.La jugada le resultó bien, por fortuna. El agua de la manguera le alcanzó para proteger su casa. Hoy, con el paso de los días, admite que fue una decisión arriesgada, pero que no se arrepiente porque defendió lo que con mucho esfuerzo ha conseguido.Llegó de niño a Estados Unidos, cuando sus padres lo trajeron desde Jalisco.“Yo soy inmigrante, con mi familia, de México. Ellos vinieron con nada. Y esto que tengo es porque yo y mi esposa trabajamos duro. Y no la quería perder sin pelear. Y yo peleé y yo gané. Y eso es la razón”, dice con una expresión emotiva, pues recuerda que hace muchos años, sus padres llegaron indocumentados de Jalisco y trabajaron mucho para sacarlo adelante. “Es que ustedes saben. Cuando no tienes nada, tú vas a pelear por todo en lo que tú pusiste tu mano y todo tu corazón. Esta casa es de mi esposa y mis dos niños. Y yo no lo iba a dejar que se fuera tan rápido”, dice.Felipe tiene 59 años y trabajó muchos años como mecánico de motocicletas, certificado por el California Highway Patrol. Su esposa, Noelia, es maestra de escuela en Altadena.Hace apenas unas horas, pudo bañarse luego de cuatro días sin hacerlo, los mismos cuatro días que lleva sin salir de ahí, porque prefiere seguir vigilando que no haya nuevos fuegos, que los reavive el viento, que caigan desde la montaña y acaben con lo que no pudieron acabar el martes pasado.Aunque no hay ni electricidad, ni gas, ni agua, Felipe platica que usó botellas de agua, que le han regalado, para bañarse. Ahora, muestra su casa a quien pasa a verlo y señala los pedazos de su cerca que sí se ennegrecieron por el fuego, pero también dos de sus pertenencias más preciadas que sobrevivieron y que defendió con el corazón.Uno es un semillero para aves con forma de casita que cuelga del árbol de su jardín trasero. Aunque el árbol luce sin hojas y quemado, la casita contrasta con la opacidad del tronco, pues está decorada con flores que le puso su hija y atrae a pajaritos que cantan y revolotean alrededor de ella.“Mi hija tiene 10 años y ella es muy artística, y cuando estaba la lumbre. Si ves, no está quemada. ¿Qué hice? La quité y ya cuando todo pasó, hablé con mi hija y me preguntó: ‘Papi, ¿cómo están los pajaritos, todos se murieron?’. Y le contesté: ‘no, no, no, voy a ponerles tu casita y vas a ver, van a venir’. Le mandé fotos de sus pajaritos y ella estaba tan feliz”, platica alegremente.El otro objeto es un cartel blanco con azul que le regalaron a su hijo, de 14 años, hace unos meses cuando en su liga de béisbol, Pasadena Little League, lo nombraron “All star player”.“Lo mojé, lo agarré y lo tiré abajo. Es que yo dije: una persona puede decir ‘pues nada más es un cartel’, ¿verdad? Sí, pero para mi hijo era… para mí, significa cuánto ‘effort’, esfuerzo, puso para llegar a esto y yo no iba a dejar que se perdiera”, agrega Felipe.Confiesa que siente un poco de tristeza porque desconoce qué pasará ahora en su vecindario, sin habitantes, sin casas, sin comunidad.“Es muy difícil. Es tan difícil. Es que yo no sé qué va a pasar. Todos mis vecinos... ya no los vamos a ver. Ya no van a ver mis hijos. Es que ellos estaban aquí cuando mis hijos nacieron. Ellos vienen cuando tenemos barbecue. Ya no van a estar aquí. ¿Qué vamos a hacer?”, lamenta.