Solitos
Lo sabemos, lo vemos, lo sufrimos, pero está bien reflejarlo en letras. Según el barómetro de la Fundación Once, en España un veinte por ciento de la población confiesa que sufre de soledad no deseada. Y casi un cincuenta dice haber experimentado este sentimiento en algún momento. O en muchos momentos, añado yo, porque en este lugar donde habitamos es muy difícil la compañía auténtica.
Y aunque los jóvenes también sufren de esta penuria, hoy vamos a centrarnos en los mayores. Una de las particularidades de la edad son los achaques físicos, por lo que la movilidad es más escasa que en los jovenzuelos. Otra de las particularidades de los viejos es no sentirse viejos. Siempre recuerdo a mi madre, con setenta y pico, diciéndome que no, que yo no voy ahí -se refería a los centros de mayores- que está lleno de viejos. Y hacía bien la mujer, pero claro, se sentía muy solita.
Porque a la mayoría de los mayores de esas generaciones lo que más compañía les hace es estar con los hijos y los nietos, algo que si no ejerces de canguro es improbable en este lugar que habitamos. Además, para sentirnos acompañados tenemos que sentirnos estimulados por los acompañantes, y la mejor manera es la mezcla. Estar con gente de diferentes edades es algo estimulante pues permite el aprendizaje de lo nuevo. Con el edadismo brutal que vivimos, los mozos no suelen divertirse con los ancianos, algo penoso, sin duda, ya que se pierden conocer de primera mano la historia cercana a través de las inusitadas vivencias de sus antecesores.
Los más ancianos son los más condenados a esta exclusión, propiciada en primera instancia por los gobiernos y sus políticas abrumadoramente telemáticas. O manejas un “esmarfon” con letras gigantes o estás fuera de juego. Quedar en las grandes ciudades tiene asimismo su dificultad. Hay que ajustar horarios, rutinas, deseos. Sin duda, un proyecto común en vecindad es lo que más acompaña. Busquemos esos modos de compartir. Hay proyectos maravillosos para hacer amistades, amistades cercanas y verdaderas.