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Arabia Saudí se prepara para explotar la debilidad de Irán

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El año recién estrenado comienza de la misma manera en que acabó 2024 en el conjunto de Oriente Medio: con la región de lleno en una fase de inestabilidad y profundos cambios y con la amenaza de que la guerra por interposición que libraron en los últimos 12 meses el Estado de Israel y la República Islámica de Irán pueda aún escalar hasta convertirse en una conflagración directa y total.

La respuesta del Gobierno de Benjamin Netanyahu a la matanza terrorista de Hamás el día 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel, después de que el resto de fuerzas paramilitares del ‘eje de la resistencia’ se unieran a la organización islamista palestina en su deseo de castigar a la “entidad sionista”, ha tenido consecuencias sísmicas para el escenario del conjunto de la región.

El año 2025 comienza con Hamás, fuerza política y militar nacida de la Hermandad Musulmana, e Hizbulá, la otrora temible milicia chiita y proiraní, muy menguadas tras meses de ofensiva militar de las FDI, que han neutralizado gran parte del poderío bélico de ambas y descabezado a sus respectivas jerarquías.

La larga campaña de las fuerzas israelíes en las últimas semanas del año contra los rebeldes chiitas en control de gran parte de Yemen, incluida Saná, amenaza con tener resultados semejantes. En el último día del año la aviación israelí celebraba la muerte de un mando de Yihad Islámica en Gaza y la destrucción de armamento de Hizbulá en el sur del Líbano.

Una de las consecuencias del debilitamiento de Hizbulá -aunque, sobre todo, de la fragilidad de la posición rusa- ha sido la inesperada caída a comienzos del pasado mes de diciembre del régimen de Bachar al Asad en Siria después de 13 años de guerra y más de medio siglo de autocracia. Un año nefasto, por tanto, para la República Islámica de Irán, que, tras ver fragilizadas a sus milicias afines y la pérdida de un socio clave, ha sufrido además directamente las consecuencias de las sanciones occidentales a su economía y de la mala gestión, que se han traducido en las últimas semanas, por ejemplo, en continuados cortes en el suministro eléctrico de los hogares.

Varios son los frentes abiertos en la región y todos ellos tendrán carácter protagonista desde el mismo arranque del año. En pleno relevo en la Casa Blanca, la nueva Administración Trump continuará en las próximas semanas su labor mediadora con vistas a alcanzar al fin un acuerdo de alto el fuego entre Hamás -que ha vuelto a lanzar proyectiles hacia territorio israelí en las últimas jornadas- y Tel Aviv.

El próximo día 27 de enero expirará además la tregua de dos meses que se dieron, a su vez, el Gobierno de Benjamin Netanyahu e Hizbulá en el Líbano, que acaba de elegir a un nuevo presidente después de dos años de vacío de poder.

Asimismo, las miradas se seguirán posando en las próximas semanas y meses en Siria, donde los yihadistas de Hayat Tahrir al Sham (HTS) -una organización cuyos orígenes se encuentran en Al Qaeda y el Frente al Nusra- dan sus primeros pasos en el poder tras su fulgurante entrada en Damasco el pasado 8 de diciembre. Los paramilitares, que vienen defendiendo en los últimos años -desde 2018 han administrado la provincia de Idlib, en el norte, con el respaldo de la Turquía de Erdogan- una agenda estrictamente nacional y la renuncia a cualquier veleidad fundamentalista, heredan un país al borde de la tragedia humanitaria -el 90% de la población se encuentra en situación de pobreza- y dividido en varias zonas de influencia, la mayor de ellas al menos un 20% del territorio en manos de las prokurdas Fuerzas Democráticas Sirias. Además, más de cinco millones de sirios se vieron obligados a abandonar su país como consecuencia de la violencia en los últimos trece años y hay seis y medio más de desplazados internos.

Con la reciente advertencia sobre la posibilidad de que la convocatoria de elecciones libres pueda tardar hasta cuatro años, las nuevas autoridades comienzan a confirmar no tener prisa por dar la voz a los sirios y ceder así el testigo a una administración civil y democrática. La ingente tarea de la reconstrucción de un país destruido que los neoyihadistas tendrán por delante en los próximos meses y años los obligará a negociar con los diferentes gobiernos y fuerzas no estatales de la región en busca de reconocimiento y ayuda.

Así, mientras Irán encaja los golpes recibidos, otra dictadura, la monarquía saudí, aprovechará este año para reforzar su posición e influencia en el turbulento tapete de Oriente Medio. Si en el Líbano se espera que los saudíes desempeñen un papel destacado en la recuperación económica del país -ocupando el lugar de Irán en los últimos años- tras la guerra, no menos importante lo será en Damasco dada la plena sintonía ideológica entre la monarquía y las ideas islamistas de HTS.

La otra gran capital ganadora en el nuevo escenario regional es la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, sin cuya aprobación y respaldo la ofensiva insurgente a la postre triunfante no se habría producido. El veterano mandatario islamista seguirá haciendo gala de neootomanismo y tendrá mucho que decir en el Oriente Medio de 2024, donde su principal obsesión será impedir que el nacionalismo kurdo saque tajada de la situación, aunque sea a costa de reavivar las hostilidades en Siria. Por otra parte, 2025 pondrá nuevamente a prueba la normalización de relaciones entre varias de las monarquías árabes -Emiratos, Bahréin y Marruecos- y Tel Aviv, aunque Arabia Saudí ha dejado claro que no reconocerá a Israel mientras no haya un Estado palestino.

Con su castigo a Hamás, Hizbulá y los hutíes de Yemen, el mensaje de Netanyahu al régimen de los mulás admite pocos equívocos. Previsiblemente, Teherán evitará tentar la suerte con una nueva agresión directa contra territorio israelí como las de abril y octubre del año pasado.

La cúpula de la República Islámica, que ya trabaja en la sucesión del ayatolá Ali Jameneí -que cumplió en abril 85 años-, es consciente de que el objetivo ya no disimulado de Tel Aviv es la caída del régimen. Por delante, el Gobierno iraní tendrá ante sí el reto no menos ímprobo de tratar de recuperar el poderío que sus fuerzas proxy tuvieron no hace mucho a lo largo y ancho de Oriente Medio al tiempo que controlar el descontento creciente de su sociedad por la mala gestión de la economía.

El revés sufrido por Irán y Rusia a lo largo del año recién concluido ha puesto en evidencia la fragilidad del eje Teherán-Moscú-Pekín en Oriente Medio y la indiscutible fortaleza militar israelí. Ni Estados Unidos -siempre atento en la defensa de su socio israelí durante los momentos de mayor tensión de los últimos meses- se acaba de ir de la región ni China logra tomar el relevo como gran potencia mundial en la región.

La inestabilidad, las alianzas cambiantes, la violencia y la fragmentación crecientes serán las únicas certezas en los próximos 12 meses. Como la será la tragedia de los gazatíes, que empiezan 2025 de la misma manera en que acabaron 2023 y vivieron todo el año pasado. Hace días que las autoridades de la Franja elevaron por encima de las 45.000 el número de muertos como consecuencia de la campaña aérea y terrestre de las fuerzas de Israel contra Hamás.