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Parma: una idea global de Verdi para 'su' ciudad

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Abc.es 
En su autobiografía, el tenor Giuseppe di Stefano afirmaba que «Parma es para la lírica lo que es Sevilla para las corridas de toros; el público se siente protagonista, parte integrante del espectáculo que le apasiona». Estos no son ya los lejanos tiempos del mítico partenaire de Maria Callas, donde los aficionados de las galerías superiores ('loggione', en italiano) del Teatro Regio imponían su particular ley de la tradición, aclamando o hundiendo cantantes. Ese sustrato explica la pasión lírica de la capital parmesana, que con la llegada del otoño celebra cada año el festival que dedica a su vecino más notable: Giuseppe Verdi. Bajo el epígrafe de 'Poder y política' , el ciclo representó entre septiembre y octubre cuatro óperas de Verdi y un nutrido programa de recitales, galas líricas y conciertos sinfónicos, que llenan de música no solo la ciudad de Parma, sino la vecina Fidenza y Busseto, la villa natal del compositor. «Somos ante todo un festival monográfico», detalla el director artístico Alessio Vlad, «y cuando ese autor es Verdi, la responsabilidad es enorme, es un desafío . Debemos representar un lugar en el que lo que se ofrezca establezca un nivel». El Festival colabora estrechamente con el Instituto de Estudios Verdianos, «y cuando en los ensayos tenemos una duda, le escribo a su director, que pulsando un botón de su iPad accede a los manuscritos verdianos; eso es una experiencia única». Parma sabe que no es Salzburgo , ni dispone de la holgura presupuestaria de Viena, Londres o Milán, y sin embargo se ha convertido en un referente del calendario lírico europeo. «Verdi es el músico de la vida; es el autor del futuro» , escribió Riccardo Muti en su ensayo sobre el compositor. ¿Pero qué tiene de especial? «El pathos, tanto pathos», insiste Marina Rebeka, que ha cosechado un gran éxito esta edición con 'La battaglia di Legnano', «y la libertad que le da al cantante». La soprano letona es muy querida en la ciudad, en la que estudió durante tres años, además de participar en el concurso de voces verdianas y haber hecho de la obra del compositor uno de sus caballos de batalla. Para Luciano Ganci, tenor presente en los 'Attila' y 'Macbeth' del festival, «cantar Verdi significa dar vida a la historia de Italia ; tenemos la responsabilidad de mantener viva una tradición musical y política, en un momento en el que se siente la necesidad de unir no a Italia, sino a su ciudadanía; hay demasiada división». Entre soprano y tenor acumulan casi cuarenta roles verdianos. Rebeka sueña «con cantar Abigaille», la villana de 'Nabucco', y restituirle «su vocalidad lírica original, pero sin cansarme la voz»; Ganci se encomienda a seguir siendo «uno de los mayores servidores de Verdi», con nuevos roles en agenda en los próximos años. «Su música nos cuenta tantas cosas... Nos presenta todos los estados de ánimo del ser humano». Habla Enzo Petrolini, el presidente del 'Club dei 27' , una asociación de apasionados verdianos, una institución en la ciudad. Sus miembros son tantos cómo óperas compuso Verdi (con el añadido de su Requiem), y cada una de ellas da nombre a sus miembros. Fundado en 1958, su labor fundacional es la divulgación de la obra verdiana, que hacen desde hace cuarenta años en los colegios parmesanos, con concursos y talleres. Dentro del festival organizan 'Fuoco di Goia', una gala benéfica cuyos ingresos van a pequeñas asociaciones asistenciales. «Llevamos más de 120.000 euros en los diez años de galas», apunta Petrolini. De Parma es legendario su temido 'loggione', aunque para el presidente de los 27 ya no es lo que era. «Queda alguno de los veteranos, pero ha cambiado, porque también lo ha hecho el cómo escuchamos la música». Al Regio, afirma categórico, «se viene a escuchar voces» . «Es un público sabio –intercede Alessio Vlad– que conoce la obra de Verdi y nos exige que, a la hora de presentarlas, lo hagamos con el debido respeto: con humildad y sin superficialidad». Petrolini todavía recuerda la última vez que las protestas de los loggionisti obligó a la conclusión anticipada de una ópera. «Fue en el tercer acto de 'La Traviata', en diciembre de 1979, con Bruson y la Mauti Nunziata. Hubo tal bronca que se bajó el telón sin que acabara la función». Aquellos tiempos no son estos que vivimos, aunque a Marina Rebeka no le tuerce el gesto. «Sé qué se exige aquí, pero no tengo miedo; si me vienen silbidos, pues que vengan. Será algo para recordar». Ganci acepta el desafío, porque «nadie me exige más que yo mismo». El Festival excede los muros de los teatros y sale al encuentro de la ciudadanía con el 'Verdi Off', un programa paralelo con casi un centenar de actividades, espectáculos, encuentros y exposiciones que ha cumplido su novena edición. «Son las dos caras de la misma moneda», explica Luciano Messi, sovrintendente del Teatro Regio. Su visión busca ampliar el concepto de 'comunidad', y que no se limite a los aficionados que adquieren una entrada. «Debe entenderse en modo amplio, y es un recorrido que empieza desde abajo», mediante «un fuerte diálogo cotidiano con la sociedad contemporánea». «Un teatro es expresión de una sociedad; el Regio es un símbolo identitario de Parma , que se proyecta y dialoga con el mundo sin olvidar sus raíces», sintetiza. El proyecto de Messi –llegado al Regio en 2022 tras una larga trayectoria en otros teatros y recientemente renovado tres años más– pretende desanclar la ópera del estereotipo de manifestación cultural «lejana y cerrada», solo al alcance de bolsillos pudientes. También desterrar la imagen de un teatro que solo abre para albergar espectáculos. «Demasiado a menudo están cerrados, y deben volver a ser lugares de agregación social», puntos de encuentro. Ensayos, talleres y visitas mantienen vivo al Regio, que además alberga la única tienda de discos de música clásica de la ciudad, gestionada por Armando y Daniela Azzali. La transversalidad caracteriza al 'Verdi Off': desfiles urbanos, exposiciones de arte contemporáneo basadas en el maestro, instalaciones performativas que interaccionan con el visitante, eventos para niños, videomuestras y hasta un 'cucú verdiano' en el que cada día a las 13 horas se interpretaba un aria a piano en los soportales del Regio. De las cuentas del Festival Verdi, que ascienden a 5,5 millones de euros, destacan los 3 que aportan los patrocinios privados. «El festival genera una transferencia del 62% sobre el territorio de Parma; por cada 10 euros invertidos se retornan 31, un efecto multiplicador importante» que se mide anualmente mediante un estudio que elabora la universidad local. Solo 1,5 millones del presupuesto sale de las arcas públicas. En el conjunto de la actividad del Regio, a lo largo del año, la participación público/privada se reparte al 50%. Parma desbarata la imagen de quiebra que se le imputa a no pocos teatros italianos. La ópera estelar del festival ha sido 'Macbeth', en la versión francesa estrenada en París en 1865, que desde entonces no se había representado en escena. Una recuperación histórica que firma Pierre Audi, con una propuesta minimalista, que ahonda en el carácter teatral de la ópera. Dos cantantes poco conocidos, como el barítono Ernesto Petti y la soprano Lidia Fridman, encarnan el matrimonio disfuncional de los Macbeth: él, sólido y sonoro; ella, con la personalidad y la voz para delinear la maldad de su personaje. Luciano Ganci convenció con un Macduff aguerrido y de agudo brillante; Michele Pertusi fue un Banquo sin tacha. Aunque el gran triunfador fue Roberto Abbado , con una lectura orquestal sobresaliente, plena de matices y detalles, reconocida por el público del Regio. 'La battaglia di Legnano' (1849) es un Verdi temprano, que sitúa un triángulo amoroso en el contexto de las guerras entre italianos y alemanes a finales del s. XII. La regista Valentina Carrasco deriva la acción hacia un tiempo indeterminado, un escenario bélico cualquiera, con muchos caballos de cartón piedra, símbolos de la barbarie. Un horror escénico. Brillan con luz propia la soprano Marina Rebeka, una apasionada Lida cantada exquisitamente; y el brío de Antonio Poli como Arrigo , pleno de arrojo aunque no siempre refulgente en el registro agudo. La clase del Roderigo de Vladimir Stoyanov está más en su fraseo y su comprensión de la palabra verdiana que en un material vocal limitado en proyección y extensión. Correcta la batuta del jovencísimo Diego Ceretta (1996), que conduce a la Orquesta del Comunale de Bolonia a través de una lectura clásica (a veces demasiado) de la partitura verdiana. El coqueto Teatro Magnani de Fidenza rezuma ese aroma del Verdi de provincias : su inauguración, en 1861, se hizo con 'Il Trovatore', y por allí ha pasado buena parte de la producción del compositor, sin importar lo reducido de su escenario o su foso. Es el sueño de cualquier aficionado, porque las voces suenan como si se estuviera en el salón de casa. El Festival llevó a sus tablas un 'Attila' (1846) en versión concierto, muy bien servido en el papel del protagonista homónimo, a cargo d el bajo-barítono georgiano Giorgi Manoshvili, de centro y agudo firmes y timbrados, y un grave quizás algo menos sonoro: un valor al alza . Sorprendió gratamente la Odabella de Marta Torbidoni, que no es la soprano lírico-spinto que reclama el rol, pero que cantó con carácter y buen gusto, que no es poco. Por una cancelación de última hora, el Foresto recayó en Antonio Corianò, un tenor sin el color ni los acentos que el canto verdiano exige. Claudio Sgura fue un Ezio tan monolítico como rotundo. En el foso, Ricardo Frizza a los mandos de la Filarmónica Arturo Toscanini combinó con acierto los pasajes más melódicos de la partitura, en arias y escenas corales, con el fuego y el ardor que agradecen las cabalettas y los concertantes. También en Fidenza se pudo escuchar un recital inolvidable del barítono mongol Amartuvshin Enkhbat , probablemente el más bello timbre de la cuerda en los últimos treinta años, al que acompaña un canto cada vez más flexible y modulado. Acompañado a piano, el intérprete hizo enloquecer al público con sus aproximaciones a las arias de Germont, Carlo di Vargas o Nabucco. Porque no es solo el color, son las medias voces, la facilidad en el agudo, las largas frases... Un cantante llamado a marcar una época en los agradecidos papeles verdianos de barítono. Y si coqueto es el Magnani, todavía más recoleto es el Verdi en Busseto. Apenas 300 butacas en un teatro casi de bolsillo y encantador. El festival sirvió aquí 'Un Ballo in Maschera' con voces jóvenes de un nivel aceptable , entre las que destacó el Renato de Ludovico Filippo Ravizza, la presencia más sonora del reparto. De Davide Tuscano (Riccardo) gustó su color tímbrico, aunque su canto pecó de exceso de afectación; la Amelia de Caterina Marchesini mostró solvencia pero, al mismo tiempo, falta de adecuación vocal a un rol tan exigente. A la batuta de una versión reducida de la orquesta Giovanile Italiana estuvo Fabio Biondi, habitual del repertorio barroco. Dirigió con detalle a los intérpretes, pero con algunos pasajes demasiado lentos que pedían más brío. La producción, funcional y vistosa para un espacio muy limitado, sumergió la acción en una ambientación halloweenesca, con algunos momentos llamativos.