Regalo de Reyes
Hoy 6 de enero, Día de Reyes, inicia propiamente 2025. Aunque hubo ya un par de días hábiles, creo que casi nadie les hizo caso, y será a partir de hoy, comiendo rosca y chocolatito, que todo mundo empiece a moverse. Con pachorra y sin prisa, como es nuestra costumbre.
Durante la semana, empezarán algunos a darse cuenta de que los primeros tres meses del actual gobierno, últimos del año pasado, fueron ya de contracción económica. Y es que no tenemos aún los datos. Sabemos que octubre fue muy malo para la actividad económica, y que en noviembre la generación de empleos crecía al 1% anual, nivel que sólo se alcanza al inicio o el fin de una recesión. También en ese mes alcanzamos una producción de petróleo crudo menor a 1.5 millones de barriles diarios, la menor desde septiembre de 1979. Entonces, con esa producción nos alcanzaba hasta para exportar; hoy, apenas cubre dos terceras partes de lo que consumimos.
Precisamente por esa razón, el sector energético sería el más atractivo para recibir inversiones. Desafortunadamente, durante el sexenio anterior se bloqueó el funcionamiento de los órganos reguladores, y con ello se perdió la confianza. Hoy ya no existen esos órganos, ni la ley abre espacios para invertir en petróleo o electricidad. En los dos rubros, no podemos garantizar el abasto y hay que importar. Por esa razón, otras inversiones se han detenido. No se les puede asegurar electricidad para sus operaciones.
Mientras la actividad económica se enfría y entra en terreno negativo, la inflación dejó de bajar durante diciembre. Los precios al productor llevan tres meses de incrementos, y en el caso de los servicios, seis. La depreciación del peso desde el día de las elecciones es de 21% (17%, si descontamos el efecto de la apreciación del dólar frente al resto del mundo), y aunque el traspaso a precios es mucho menor que en otras épocas, sumado a la presión del costo salarial y a un mercado en contracción, es probable que veamos una mayor inflación en los próximos meses.
Eso dificultará el proceso de reducción de tasas de interés en que se ha embarcado el Banco de México, y el costo del servicio de deuda del gobierno mexicano no podrá reducirse pronto. Aunque la gran mayoría de la deuda pública es interna, en los últimos meses tuvimos un incremento en deuda externa (supongo que como parte del “rescate” de Pemex, que nos sigue hundiendo). La estrategia del sexenio anterior de reducir la deuda externa reemplazando por interna, para evitar presiones cambiarias, ahora tiene el costo de un diferencial de tasas muy elevado.
No estamos en zona de peligro inminente, pero tampoco se ve posible una reducción del déficit, como se prometió. A pesar de que el gasto del gobierno es el más bajo en treinta años, tanto en operación como en inversión, el gasto total es el más elevado: pensiones y transferencias se llevan 3 billones de pesos, y el costo financiero y el reparto a entidades federativas, 2.5 billones. Bajar de 9 billones el gasto total parece igual de imposible que rebasar los 7.5 billones en ingresos.
Tener un déficit de un billón y medio de pesos, cuando la cobertura de salud se ha desplomado y no existen medicinas ni materiales, cuando se ha perdido el control del territorio a manos del crimen, cuando la infraestructura se está derrumbando, no augura un gobierno exitoso.
Por eso, y porque no pueden organizarse, quienes controlan parcelas de poder (nadie parece controlarlo todo), van a apostar por el enemigo externo. Que nadie se queje de recesión o inflación, de falta de atención en salud o de inseguridad rampante: lo que importa es masiosare, y hay que enfrentarlo unidos, con nuestros sátrapas y con los bolivarianos.
No va a funcionar.