“El zapatismo se adelantó a su tiempo y puso los grandes temas sobre la mesa”: Guiomar Rovira
“Llegué a Chiapas y descubrí el mundo”, escribe Guiomar Rovira en su libro Zapata vive. Son las postrimerías del año 1993. Guiomar —periodista hispanomexicana— aterriza en México con la aspiración de emprender un recorrido por América Latina. Estaba “cansada ya de la vieja Europa anquilosada”. En este rincón del sureste mexicano esperaba hallar playas paradisíacas, colores vibrantes, quizá algún eco de las civilizaciones antiguas. Pero lo que encuentra es otra cosa. “Vi a los indígenas andando por las calles, vendiendo sus artesanías, vi el paisaje, las verdes montañas. También descubrí algo diferente en sus ojos, algo muy distinto a las miradas sumisas de los pobres indios de otros estados, hundidos en la degradación y en la miseria”.Su primera parada se convierte en la definitiva. La cautivael fulgor de una realidad que sólo había visto materializada en esa esquina del orbe, cuyo nombre era prácticamente ignoto hasta antes del 1 de enero de 1994. “Los insurgentes habían llegado con el año”, escribe en su texto. Se refiere a uno de los hitos de la historia reciente de México: el levantamiento zapatista.Desde el corazón de la selva Lacandona, contingentes armados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional toman las cuatro cabeceras municipales de Chiapas. Han, finalmente, alzado la voz. Reclaman justicia, tierra, democracia. Dignidad, sobre todas las cosas. Es un grito colectivo de las comunidades indígenas, un “¡ya basta!” que puebla el espacio público y trastoca la Historia.Treinta y un años después, Guiomar Rovira reflexiona sobre ese pasaje, sobre lo que significó documentarlo como periodista extranjera y sobre el libro que escribió desde la trinchera misma de ese movimiento. Zapata vive(Sexto Piso, 2024) es una crónica que entrelaza las voces de los protagonistas —campesinos, insurgentes, líderes indígenas y comunidades organizadas— con el análisis sensible y preciso de una periodista que vivió, escuchó y experimentó esa revolución.En Zapata vive describes dos visiones de México: una superficial, idealizada, y otra que enfrenta profundas adversidades. Como extranjera, ¿cómo viviste ese primer encuentro con el México profundo?Fue completamente inesperado. En el imaginario cultural, México era un país hermoso, casi idílico. Yo no sabía nada sobre los pueblos indígenas. Mi ignorancia de juventud era total. Llegar a Chiapas fue revelador. Me encontré con la diversidad de los pueblos indígenas, con un México vivo, profundamente arraigado en culturas milenarias. Era un contraste abrumador. Por un lado, la injusticia y la violencia eran devastadoras. Por otro, descubrí una fuerza enorme en las comunidades: la capacidad de resistir, persistir y organizarse.El zapatismo encarnó esa fuerza. Era una propuesta colectiva de vida que buscaba transformar las condiciones del país y construir un lugar donde todos los Méxicos pudieran coexistir. Ellos decían “nunca más un México sin nosotros”.Esa filosofía resultaba sorprendente en aquellos años en que el país se encaminaba hacia la cultura del individualismo, de la propiedad privada, del neoliberalismo…Eso fue una de las cosas más alucinantes que nos proporcionó el 94 y el alzamiento zapatista: la fuerza universal de la demanda de los pueblos indígenas, la interpelación cosmopolita que surgía de ahí y que nos incorporaba a todos. Era un “para todos, todo”. Esos lemas no eran solo palabras bonitas dichas en comunicados; eran algo que veías en las comunidades organizadas, en las tropas zapatistas, en los pueblos, en los milicianos, en los insurgentes y en las bases de apoyo zapatista. Había una vocación de luchar por otro mundo posible que no fuera el modelo neoliberal que se acababa de imponer tras la caída del muro de Berlín y la construcción de este mundo unipolar capitalista.En tu libro describes la importancia de la palabra como herramienta de resistencia. ¿Cómo ocurrió esta “lucha de las palabras”?La palabra fue central. El gobierno de Carlos Salinas de Gortari descalificó al zapatismo llamándolo una “guerra de papel y de palabra”, como si fuera menos legítimo. Pero esas palabras tenían una fuerza transformadora. Era la potencia simbólica que se despliega completamente desde Chiapas y que iba acompañada, no solo de palabras, sino de imágenes, interpelaciones, acciones, gestos. Me parece que es un espejo que nos pone el zapatismo. En algún momento escribí que era como si nos regresaran ese espejo que los españoles trajeron cuando llegaron aquí, intercambiando oro por espejos. De repente, nos regresaron el espejo, y lo que vimos en esa mirada fue un mundo atroz, basado en el robo, la explotación y la devastación ambiental y cultural. Pero en ese espejo también veíamos la potencia de otras cosmovisiones, de otra relación mucho más potente con el entorno, con la tierra, con las personas, con la diversidad.Da la impresión de que el zapatismo había asimilado asuntos que el mundo apenas empezaba a considerar.Eso es clave. El zapatismo, en el fondo, se adelantó a su tiempo. Puso los grandes temas de la actualidad sobre la mesa: el racismo, la explotación, la devastación ambiental, el neoliberalismo, la concentración brutal de poder. Y, además, planteó la necesidad de una articulación global para transformar lo local. Fueron una semilla. Incluso se adelantaron al movimiento que después llamamos altermundista y a la potencia de la acción en red que vino más tarde, con el ciclo de las plazas que empezó con la Primavera Árabe y la reivindicación de una democracia profunda y real.Estos procesos, que han proliferado en las últimas tres décadas, ya estaban en el corazón del zapatismo desde 1994. Incluso, en las luchas feministas recientes, podemos ver cómo el zapatismo fue precursor de muchas de estas demandas. Sin embargo, también es desesperante que, pese a todo, no hayamos logrado transformar realmente el mundo.Dedicas un capítulo al papel de las mujeres en el zapatismo. ¿Cómo describirías su transformación en estas tres décadas?Las mujeres han sido fundamentales desde el principio. El hecho de que un proyecto de guerrilla convencional se transformara en algo permeado por la potencia de las luchas de las comunidades indígenas cambió por completo la dinámica. Mujeres que recorrían los pueblos, hablando con otras mujeres e involucrándolas. Esto permitió que las luchas femeninas se integraran en la vida cotidiana de las comunidades. El zapatismo logró que, en las comunidades indígenas, el feminismo —aunque no se le llamara así—, se arraigara en las formas cotidianas de la vida comunitaria. Transformaron estructuras profundamente machistas y violentas. Esa transformación es uno de los legados más importantes del movimiento.¿Cómo lograste transformar esa complejidad en un libro que pudiera ser entendido por lectores de otros contextos?Para mí, el periodismo siempre fue más que un oficio; era una vocación, un sueño. Quería practicar un periodismo que transformara las relaciones de poder, que tuviera un impacto real. En 1994, encontré esa oportunidad. Sin duda, fue el año más importante y transformador de mi vida. Recuerdo que llegué a Chiapas como freelance, con los recursos y las expectativas limitadas que eso implica, pero todo cambió rápidamente. Me convertí en corresponsal del segundo periódico más importante de España, y mis reportajes comenzaron a publicarse en distintas partes de Europa. Sentía que tenía una misión histórica: contar lo que estaba sucediendo en Chiapas para impedir que esa verdad fuera distorsionada o anulada. El libro refleja mi propio descubrimiento, mi búsqueda de sentido en medio de esa realidad abrumadora. Intentaba entrevistar a todo el que se dejara y revelar lo que estaba viendo: un pueblo en armas. Pero no solo era eso. No era una guerrilla sanguinaria con ideas delimitadas que buscaba demandas específicas, sino que era un proceso que se abría a la transformación, a la imaginación política. En ese sentido, creo que el zapatismo ha sido clave para entender el proceso de democratización de México hasta el presente. Con el levantamiento zapatista apareció también la posibilidad de pensar una globalización alternativa, de crear un movimiento de resistencia global contra el neoliberalismo. Y, a la vez, entender que no vamos a poder transformar el mundo si no pensamos desde lo local, actuando y reconociendo que no hay soluciones parciales. Toda solución parcial es importante, pero, al final, el capitalismo financiero es un sistema de muerte a nivel global. Por tanto, la resistencia también tiene que incluir toda la diversidad y no permitir identidades cerradas.La A 31 años del levantamiento, ¿a quién le habla este libro?Este libro dialoga con todos. Especialmente, me parece importantísimo que dialogue con las generaciones más jóvenes, para que no perdamos el referente de lo que representó 1994. Fue un momento de estallido, de potencia emancipadora. Dentro de las luchas ancestrales y seculares de los pueblos, fue un destello de luz. No podemos perder ese destello con todas sus consecuencias.Fue un momento de apertura, de interrupción de las formas de la dominación y el poder. El zapatismo generó un entusiasmo global por pensar la revolución, por pensar en la transformación del mundo y por reconocernos, por no querer la muerte, por no querer que este sistema brutal siga adelante con su maquinaria financiera devastadora y trituradora.ÁSS