Una nueva era VUCA: extrema volatilidad geopolítica en 2025 (II)
La historia no cambia en una fecha concreta, se trata más bien de una interminable sucesión de procesos que, cada uno a su manera, comienzan, se consolidan y culminan. Pero resulta habitual que, al estudiarla o relatarla, la estructuremos de acuerdo a un orden cronológico que nos induce a la engañosa percepción de que sus acontecimientos más relevantes sucedieron en una fecha precisa, casi en un día concreto, ignorando hasta confundir al lector sobre las causas y el tempo de lo ocurrido. Sirva este breve preámbulo para explicar que de la misma forma que la última era VUCA de volatilidad e incertidumbre no empieza el 9 de noviembre de 1989 con el derribo del muro de Berlín (la reunificación no se produciría hasta el 3 de octubre del año siguiente) sino que se trató de un proceso que venía gestándose años, incluso décadas, nos encontramos ahora en un capítulo de evolución similar. La coincidencia y superposición de un número, por otra parte inusual, de crisis y conflictos en un corto periodo puede considerarse el preludio de grandes convulsiones geopolíticas que amenazan con empujarnos al borde del abismo. Las incertidumbres a las que nos enfrentamos, la ya mencionada volatilidad extrema, la inestabilidad, la proliferación, el extremismo rampante, la expansión del populismo y el debilitamiento profundo de la democracia como sistema, constituyen un cóctel extremadamente peligroso, tanto que el riesgo de implosión del sistema surgido de la Segunda Guerra Mundial, con sus luces y sus sombras, podría no tener remedio al demostrarse incapaz de reinventarse, mucho menos de hacer frente con éxito a estos nuevos jinetes del Apocalipsis que lo han puesto al borde del jaque mate.
Ciertamente, estamos ante un escenario completamente nuevo que, a pesar de sus analogías con otros momentos críticos de la historia, contiene elementos nuevos y desconocidos hasta ahora que lo hacen mucho más inquietante. Quiero destacar en primer lugar la evolución de la tecnología, que debe permanecer bajo el control y al servicio del ser humano evitando que pueda tener iniciativa independiente, ni tan siquiera autónoma. No se trata de prohibir o limitar la Inteligencia Artificial, sino de mantenerla subordinada a la voluntad humana. Hay un número creciente de estudios que han hecho sonar las alarmas sobre el muy negativo impacto de las redes sociales y la inmediatez de la opinión sobre la calidad de la democracia y el futuro mismo del sistema. Hemos visto como el populismo, que no nace en el siglo XXI, pudo ser vencido o por lo menos controlado en el siglo XX y todavía hasta hace unos pocos años. Sin embargo, causa espanto comprobar como en nuestros días el populismo opresivo y totalitario se está expandiendo más allá de las sociedades menos desarrolladas que siempre fueron su natural caldo de cultivo y comienza a arraigarse en las democracias más antiguas y otrora más sólidas del planeta. A pesar de su aparente inocencia y del júbilo inicial con el que las recibimos, las redes sociales se han convertido en el más eficaz catalizador e incluso vector de infección del populismo en este momento histórico. El cuestionamiento de la democracia empieza siempre del mismo modo: primero el desprestigio de ciertos políticos que no están a la altura y en poco tiempo la mancha se extiende a la clase política en general, cuya calidad y solvencia, cierto es reconocerlo, están en caída libre desde hace por lo menos 20 años. Antes de que nos demos cuenta la infección del descrédito alcanza a las instituciones, primero a los poderes ejecutivo y legislativo (en los sistemas parlamentarios la crisis es simultánea, en los presidenciales sucesiva) y cuando, más pronto que tarde, llega al poder judicial el sistema empieza a desmoronarse. Así, una democracia carente de pesos y contrapesos, y arruinado el prestigio de sus instituciones, acaba perdiendo la legitimidad y hasta su razón de ser y es reemplazada por sistemas autoritarios que atropellan nuestros valores más preciados.
Los regímenes autoritarios y dictatoriales, adversarios, rivales y enemigos de las democracias, pretenden ser más eficaces y eficientes que éstas, pues no tienen ninguno de sus controles, límites y cortapisas, ni legales, ni ético-morales, ni de respeto a los derechos y libertades fundamentales de sus ciudadanos. Estamos ante un peligroso espejismo y un número creciente de ciudadanos se siente seducido por la apariencia de éxito y falsa seguridad que los regímenes totalitarios pretenden dar. No se puede olvidar que sin libertad no hay seguridad y sin seguridad no hay libertad. Este delicado equilibrio solo lo pueden respetar las democracias más sólidas. La defensa de la libertad no es posible desde la debilidad, solo la fortaleza inquebrantable de las instituciones democráticas y la solidez de los principios en los que se asienta el sistema pueden luchar con determinación y sin desfallecer contra el caos, la violencia, el extremismo ideológico en cualquiera de sus repulsivos pelajes, el totalitarismo o el terrorismo, cuyo avance, créanme, resultaría de otra forma arrollador. Cualquiera, político, servidor público, periodista o ciudadano que se una a los corifeos del desprestigio de la democracia, es un cómplice del totalitarismo, un agente de la barbarie.
Occidente en general y Europa en particular vivieron irresponsablemente despreocupados desde su victoria en la Guerra Fría, considerando que el mal llamado nuevo orden internacional era irreversible y que los beneficios económicos de la globalización serían la panacea que daría solución a los males del mundo. Mientras, cedimos a China nuestro liderazgo industrial y hoy su industria de batería y paneles solares no tiene competencia en la economía verde que nos hemos impuesto y cuyos excesos ahogan a nuestras empresas y empoderan a nuestros adversarios. Al mismo tiempo aceptamos la droga dura de la energía que nos ofrecía Rusia, permitiéndole que, con ella, dopara a sus enemigos de Europa Occidental, convirtiéndonos en yonquis del gas y el petróleo ruso a precios de ganga y acceso fácil con gasoductos y oleoductos construidos y financiados por nosotros mismos para beneficio de uno de nuestros principales adversarios. La paradoja es que cuanto más intentábamos sacudirnos la dependencia rusa, más caíamos en las redes del monopolio «verde» chino. Es el suicidio perfecto.
La otra víctima de la que se habla menos en esta volátil pesadilla es el riesgo que todo esto representa para la economía de mercado. El sistema económico capitalista supo reinventarse tras la Segunda Guerra Mundial primero, y, aún con mayor éxito, con la «Reaganomics» tras el final de la Guerra Fría. Pero hoy la economía de mercado, incluso a pesar de sus adaptaciones, se enfrenta a un serio riesgo de implosión, pues adolece de los mismos males que aquejan a la democracia: agotamiento, deficiencia de liderazgo (aunque en mucha menor medida que la clase política) y falta de previsión de los profundos cambios, cuasi revolucionarios, que estamos experimentando en estos convulsos tiempos.
No podemos olvidar las causas de algunos de estos males. En las economías más prósperas mientras las clases medias están inmersas en un proceso de fragilización y empobrecimiento que está desandando, en parte, el progreso social y económico de los años 60, 70 y 80, la clase media-baja está ya al borde de la pobreza convirtiendo su vulnerabilidad en la raíz de su desapego profundo del sistema y sus instituciones. De hecho, una parte importante de las opiniones públicas del mundo más avanzado se mueve entre el conformismo y la indiferencia ante las cuestiones más esenciales, incluso aquéllas que afectan a sus libertades y seguridad. Y mientras la rabia, la indignación o la irritación de quienes se sienten olvidados y abandonados por un sistema que les ha decepcionado son utilizadas por algunos movimientos populistas radicales (de derecha e izquierda) para justificar un supuesto -quizás cierto en no pocos casos- «rechazo a las élites» y convertirlo en el combustible altamente inflamable que, rociado con las mangueras de las redes sociales, alimenta las salvajes hogueras del populismo y el totalitarismo.
Hemos pasado del mundo ideal del libre comercio y el gran mercado planetario vigilado, no muy eficazmente todo sea dicho, por la Organización Mundial del Comercio, a un escenario dominado por la guerra híbrida y las guerras grises que incluyen la guerra comercial, inversora, arancelaria y de competencia desleal como armas esenciales de las más perversas estrategias. China, Rusia, Irán y otros actores igualmente hostiles a Occidente están en un agresivo proceso de búsqueda y perfeccionamiento de armas (militares y de otra naturaleza) y estrategias para desestabilizarnos, debilitarnos y eventualmente derrotarnos. Cuando Occidente entra en el juego de la subasta de barreras arancelarias y no-arancelarias, que es un peligroso círculo vicioso autopropulsado, cae en la trampa de sus más acérrimos competidores, que no es exagerado considerar más bien adversarios y, ciertamente, enemigos.
Por último, la proliferación ha entrado en una etapa escalofriante. No es solo el más que probable final de la contención nuclear, cada vez más desmentida. Todas las guerras, la química, biológica, la ciberguerra e incluso la convencional están en una escalada desaforada. Baste como terrible ejemplo el desarrollo de misiles hipersónicos o los misiles balísticos armados con carga convencional, contra los que los sistemas de defensa conocidos son prácticamente inútiles. La tentación de un primer ataque está más presente que nunca. Con nuevos e impredecibles miembros del club nuclear (siete que se sepa y si Arabia Saudí e Irán acaban armándose serían nueve potencias nucleares), la doctrina de la destrucción mutua asegurada ha sido desbordada por la proliferación y la posibilidad real de guerras nucleares regionales. Por ejemplo, en la Cachemira India tres potencias nucleares tienen fronteras terrestres que se tocan, Pakistán, China e India, y este es solo un ejemplo entre muchos.
La democracia y la economía de mercado, defensoras de los derechos y libertades fundamentales deben reaccionar, adaptarse y reinventarse si quieren responder con garantías de éxito a los retos y amenazas de estos tiempos de peligro y riesgo extremo. Sólo así podrá evitarse el apocalipsis que preveía la doctrina VUCA (Volatilidad, Incertidumbre, Complejidad y Ambigüedad) y transformarlo, como dictan las escuelas de negocio en su teoría VUCA 2.0, es decir: Visión, Entendimiento, Claridad y Agilidad, en su nuevo acrónimo en inglés.