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Cabalgata de Reyes 2025: Sus Majestades solicitan 24 horas más para sentirse sevillanos

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Abc.es 
Entre carrozas, chiquillos y caramelos llegaron antes de tiempo los tres de Oriente al sur adoquinado de los cielos. Con un día de antelación, huyendo de las inclemencias meteorológicas, pidiéndole premura a los camellos, arribaron a una ciudad que los esperaba, como siempre, con los brazos abiertos, que ahogó cualquier rescoldo de polémica cuando la primera baqueta se hundió en la membrana de un tambor, cuando los primeros labios se posaron en la boquilla de una trompeta que llamaba a filas al ejército de la fe y salió una avanzadilla de pajes a eso de las 16:15 del Rectorado. Aquí solo hay dos cosas que se nos den mejor que porfiar. Una es disfrutar y la otra es creer. Discutimos porque hay que hacer cuerpo para la perfección. Nos peleamos con la intensidad de los críos porque vivimos con el espíritu de los críos , porque somos capaces de limpiar nuestros pesares, de adecentar el alma y llenarla de esperanza. El primer puñado se lanza hacia arriba, por los que faltan. Salió la Estrella, la de las mujeres lucero, y Sevilla era ya el país de Nunca Jamás, el jardín de infancia más grande del planeta. Sus tempraneras Majestades suspiraron aliviadas al comprobar que por cada luminosa mirada había dos cometas itinerantes centelleando en las pupilas. Los carritos se apostaban en la calzada, alrededor de ellos las familias se congregaban. Un día distinto, sí. Pero en el mismo sitio, a la misma hora, que dijo una señora a otra mientras se palpaba el visón. Sonaban silbatos frente a los Jardines de Murillo, se abrían las bolsas en las primeras filas. Los forcejeos, los coditos. Currito, no te muevas. Las madres marcando territorio, los primos haciéndose fuertes. El disloque. Las vidas empezaban a pender de los cordeles de los globos. Pocoyo, Dora y la Patrulla Canina gambeteaban mientras el astro dorado se derretía. Soy una taza, una tetera. El caballo, cómo camina el caballo. Pá'lante, pá'atrás. Se divertía una niña con caperuzo mientras aprendía la cadencia en los brazos de su padre. Hacía lo propio un nene, que en los hombros de su progenitor cerraba sus manos sobre la cabeza, desde esa cima vital en la que se otea el apogeo de la felicidad. En la Ronda de Capuchinos, el reino de un abuelo por una pelota de goma. Le reprendía con un manotazo su esposa que, minutos después, hacía un despliegue físico digno de Simone Biles para recoger del suelo uno de los 'blanditos'. Aquí nadie se salva de los calambres de la inocencia. Y una mano que se abre para dar, y una mano que se cierra para recoger. Y gritos que apelan al desfile, y palmas, y botes. Y sigue el debate en los corrillos, y se escuchan sentencias en las terrazas de Recaredo: «Un disparate, hombre, un disparate». Y rebosa la espuma de un tanque de cerveza cuando uno suelta la gracieta aprendida del Hermano Mayor de San Gonzalo. Y una mujer con gafas de Mr. Boho presume de un banquito plegable que se ha comprado por Amazon. «Muy práctico», asiente otra. Por la Macarena, ante la Basílica donde la que la claridad se frustra y se arquea en señal de respeto , se hincaban las rodillas , se vencían las coronas. Aprovechando un parón, un beduino decidió interrogar a un tímido retoño. «Cuéntame lo que has pedido. ¿El coche de Cars? Ya, ya me lo había contado el Heraldo. No digas nada, pero creo que te lo van a traer». Se largó dando saltos tras dejar en sus manos un llavero de peluche y pintarle en la cara la indescifrable expresión que le da sentido a esto. Qué te ha dicho, qué te ha dicho, repetía su madre tratando de sacarlo del embelesamiento. Al principio que si todo iba más rápido que de costumbre, luego que si había retraso por el Altozano. Mientras en Triana la noche se hacía puente, Los Remedios aguardaba sin poder contener la euforia. Hora y media antes la calle Asunción , la alfombra roja de esta celebración, ya era un hervidero. Un grupo de chavales callejeaba para intentar ponerse cerca 'de donde el oso', ese balcón que hace esquina con la calle Virgen de Regla y que se ha convertido en un punto de referencia de la alegría. Y llegó el apogeo. Será porque te amo, Sevilla. Será porque te haces río humano cuando decides ir a una. Niños grandes perdiendo la vergüenza, niños chicos entregados al hechizo viendo que los niños grandes andaban poseídos. Será porque eres la capital de la magia. Será porque nos vuelves locos cuando te vuelves loca, cuando eres una potra salvaje que se desboca. Comenzó a llover, pero dio igual porque también llovía confeti, que calaba el doble, porque todo el mundo tenía la certeza de que era nuestra gran noche, porque estaban al caer los Reyes. Creo que con lo que hemos narrado tienen motivos y argumentos suficientes para contarles a sus pequeños el verdadero motivo por el que hay que esperar un día más. No les vayan con esa patraña del agua. Díganles la verdad, explíquenles que todo ha sido una excusa barata, una farsa para quedarse 24 horas más camuflados entre la gente de esta tierra en la que se sienten como en casa. Que quieren comprobar que es cierto que aquí huele a incienso como en ningún otro sitio del mundo, que la mirra es el aroma de la pasión, que hay una Torre del Oro. Que sí, que les encanta el avituallamiento que les preparamos, pero que ya estaban hartos y que en vez de leche quieren tomarse un botellín, y que en vez de polvorones quieren catar nuestras tostaítas de jamón. Hagan el favor de dejarles claro que viven donde se pavonea la belleza, donde se rinden los Reyes. Díganles que han pedido asilo para coger fuerzas para la noche más larga y bonita del año. Después del Roscón, salgan con ellos a buscarlos. Y si no los encuentran, déjenles abiertas las ventanas. Vendrán, como todos los años .