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El nieto 138, por José Ragas

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Cada cierto tiempo, la noticia se impone por sobre todas las demás: la identificación de un nuevo nieto, anunciado por Abuelas de Plaza de Mayo en Buenos Aires y desde el antiguo local del ESMA, un antiguo centro de tortura hoy convertido en lugar de memoria. Esta vez ha sido el nieto n° 138 a quien se ha logrado identificar, extendiendo una búsqueda que se remonta a 1978, cuando consiguieron restituir la identidad del primer “nieto”. Desde entonces, las Abuelas y quienes colaboran con ellas iniciaron un recorrido que ha permitido devolver algo de la humanidad perdida durante los años de dictadura militar, un periodo de tortura y asesinato de militantes de izquierda y opositores con el consiguiente tráfico y ocultamiento de sus hijos e hijas nacidos en cautiverio.

El secuestro de recién nacidos por parte de los militares era una práctica muy común durante esos años. En vez de entregarlos a sus familias, los militares (en confabulación con doctores y servidores civiles) decidieron quedárselos o dárselos a otras familias, como una forma de “reeducar” a una nueva generación bajo valores que consideraban propios del patriotismo y la religión, pero que no era sino una forma inhumana de extender la violencia hacia inocentes y negarles su identidad, impidiendo el derecho de los deudos de conocer a estos niños. El secuestro de recién nacidos fue también una práctica que se extendió al Chile de la dictadura militar de Pinochet y donde se estima que veinte mil niños fueron adoptados por parejas extranjeras.

Al poner en práctica esta operación por la Junta Militar, una generación de argentinos quedó con una identidad cambiada, ignorando que sus padres biológicos habían sido asesinados y sin un vínculo directo con quienes los habían criado. Los procesos de restitución de identidad crearon escenarios complejos de dudas personales entre quienes tenían una cierta edad o sospechaban que quizás no eran hijos de quienes creían. Cada uno de los casos reveló la tragedia detrás de la eliminación sistemática de opositores y militantes y el destino de sus descendientes. Algunos recibieron la noticia de su identidad original con alegría, otros con confusión debido a lo abrumador de la información entregada.

La ciencia ha jugado un rol muy importante en el proceso de restitución de identidad de los nietos encontrados. Argentina siempre tuvo un rol pionero en técnicas de identificación, y la necesidad por ubicar e identificar a desaparecidos y a sus descendientes motivó no solo la creación en 1984 del Equipo Argentino de Antropología Forense sino también a incorporar el ADN y la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos. Esta combinación de tecnología y búsqueda de justicia ha sido crucial para que en otros países de la región, asolados por dictaduras y regímenes autoritarios como el nuestro, puedan tener un modelo de cómo identificar a las víctimas y desaparecidos y ayudar a las familias a lidiar con la angustia y la incertidumbre.

Uno de los casos más simbólicos fue el de Ignacio Hurbán, el nieto 114. Su duda en torno a su propia identidad lo llevó a tomar (a los 36 años) una prueba de ADN, que, al ser comparada con la base de datos, arrojó que sus padres no eran Clemente y Juana, sino Walmir Puño Montoya y Laura Carlotto, y que su abuela era Estela Carlotto, nada menos que la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Se supo también que Ignacio había sido entregado a sus padres adoptivos por el dueño de la hacienda donde trabajaban, quien les brindó además los papeles falsos. Hoy, Ignacio ha incorporado los apellidos Montoya Carlotto a su nombre y si bien su madre tenía pensado llamarlo Guido, prefirió mantener su nombre original mientras busca rehacer su vida.

El trabajo que hacen las Abuelas y el equipo que las acompañan es de por sí impresionante. Y lo es más aún en un escenario como el actual, con un gobierno libertario, negacionista y abiertamente opuesto a temas de derechos humanos. Basta decir que la vicepresidenta Victoria Villarruel es hija, nieta y sobrina de militares vinculados con la dictadura. Desde antes de la campaña electoral, ella ha buscado crear un falso discurso de “empate”, asimilando el peronismo con los crímenes cometidos por la Junta Militar desde que tomaron el poder en 1976. Así, ha llamado “terrorismo” a los actos cometidos por la izquierda sin que esto signifique reconocer los de su bando.

Con todo, las Abuelas no han cesado en su empeño por devolver cada niño secuestrado (hoy adultos) a su familia original. Cada nuevo nieto o nieta encontrado es una buena noticia, pero como lo saben muy bien las Abuelas, la tarea es aún larga. Con varias de ellas habiendo fallecido sin saber el paradero de sus nietos e incluso de sus hijos, la misión de restituir la identidad de cada uno de ellos se hace más urgente y a su vez más importante. Ocurre que las dictaduras militares que gobernaron Argentina y otros países durante la Guerra Fría no terminaron cuando los uniformados volvieron a sus cuarteles y se convocaron elecciones y fueron llevados ante la justicia. El legado de estos regímenes sigue presente hoy en día, agravado por un pacto infame de silencio y cobardía, que ha impedido conocer dónde fueron enterrados los restos de los ciudadanos eliminados y qué pasó con los recién nacidos.

Por lo pronto, los ciento treinta y ocho nietos recuperados representan una victoria contra quienes buscaron desaparecer a una generación entera, eliminando a algunos y negando la identidad de otros. Se estima que hay aún más de trescientas personas o “nietos” por identificar, y si bien el número puede parecer muy alto, cada vez que se restituye la identidad de uno de ellos, es ganarles un poco a quienes causaron este dolor.