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Декабрь
2024

Carlincatura de hoy lunes 30 de diciembre de 2024

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A la luz del último reporte de la Superintendencia de Migraciones, el inicio del famoso poema de Rubén Darío, que citamos en el título de esta columna, calza bien con la realidad de nuestra juventud, no la nuestra (que ya quedó atrás), sino la de los jóvenes entre 15 y 29 años. La emigración es un fenómeno que ha cobrado un particular impulso desde 2021. Según la citada fuente, desde 2021 hasta setiembre 2024, un total de 233.224 jóvenes dejaron el país y no regresaron, representando un 29,7% del total acumulado de los que se fueron desde 2010. Potencialmente, son muchos más los que desean salir del país, pues estamos hablando únicamente de los que sí pudieron concretar sus planes de irse. Según Ipsos, en 2024, más de la mitad (58%) de los entrevistados manifestó que si pudiese se iría vivir al extranjero, en alza de 6 pts. respecto al año 2001 (52%). Es dentro del grupo de 18 a 25 años que el deseo de emigrar es el más alto. Tres de cada cuatro jóvenes (76%) están dispuestos a irse del país y uno de cada cuatro (26%) tiene planes concretos para hacerlo.

¿Qué razones empujan a los jóvenes a emigrar? “Búsqueda de mejores oportunidades económicas”, responde al unísono el 61% de ellos, mientras que 27% lo haría por sus estudios. En todos los casos, se trata de encontrar allende nuestras fronteras lo que el país no les ofrece. Nótese que ni siquiera están hablando de las condiciones laborales ni de las remuneraciones, sino de sus oportunidades laborales. Lo que motiva principalmente a los jóvenes a irse es la percepción de que no tienen un lugar y un futuro en el país. Se dice que lo último que se pierde es la esperanza y eso parece ser el caso de buena parte de la juventud. Las invocaciones del papa Francisco para que se conviertan en “sembradores de esperanza” encuentran aquí sin duda una tierra poco fértil a los ojos de los jóvenes. Para entender esa voluntad de emigrar y la percepción de un horizonte laboral cerrado, es necesario interrogarnos sobre cuál es la situación que enfrentan los jóvenes en su inserción laboral y condiciones de trabajo.

Si examinamos la situación ocupacional en 2023 de los jóvenes urbanos tenemos, según la Encuesta Permanente Nacional de Empleo (EPEN), que el 10,5% se encuentra desempleado, más del doble que el resto de la población urbana (4,7%). Los trabajadores desalentados son aquellos que están dispuestos a trabajar, pero que han dejado de buscar empleo porque no lo encuentran. Si los añadimos al contingente de desempleados, entonces la tasa de desempleo de los jóvenes pasa a 13,1% y la del resto de trabajadores urbanos pasa a 7,4% en 2023. La búsqueda infructuosa de un empleo afecta en mayor medida a los jóvenes que a los trabajadores de mayor edad. Para los jóvenes urbanos, la obtención de un empleo adecuado es una carrera de obstáculos.

Sin embargo, aun aquellos que ya tienen un empleo deben enfrentar difíciles condiciones laborales. Los empleos que consiguen son principalmente empleos precarios, sin contrato ni beneficios sociales en empresas formales; como asalariados en microempresas informales o empleos que han tenido que crear ellos mismos en tanto que trabajadores independientes. Si la tasa de informalidad para el conjunto de los trabajadores urbanos es de 65,5%, para los jóvenes dicha tasa es de 72,4%. Es decir, siete de cada diez jóvenes trabajan en condiciones precarias, fuera del marco regulatorio laboral. Al no cotizar a ningún sistema de pensiones, tampoco podrán beneficiarse de ingresos una vez jubilados. La informalidad en el empleo tiene dos componentes: la informalidad de las microempresas no registradas y la informalidad de los asalariados en las empresas formales. Si nos referimos a esta última, es interesante notar que el no respeto de los derechos laborales afecta al 28,5% de los jóvenes, más del doble respecto al resto de los ocupados (13%). En 2023, cuatro de cada diez (39,4%) jóvenes trabajadores urbanos son trabajadores pobres, 8.6 pts. por encima del resto de trabajadores urbanos.

Esta situación es vivida como injusta en la medida que los jóvenes ingresan al mercado de trabajo con mayores calificaciones que las generaciones anteriores. Considerando la población ocupada urbana, en 2023, la mitad (51,9%) de los jóvenes ocupados tiene educación superior, mientras que solo 41,4% del resto de ocupados mayores de 30 años cuenta con educación superior. Sin embargo, los jóvenes con estudios superiores ganan en promedio 41,9% menos que los de 30 años y más (29,1% en el caso de aquellos con la secundaria). No sorprende que un 16,2% de los jóvenes que ya tienen un empleo estén buscando uno mejor, cifra que contrasta con el 12,4% para el resto de la población ocupada. Además de los bajos ingresos y malas condiciones laborales, un motivo de insatisfacción es el hecho de que muchos están ocupando empleos que requieren menor calificación que la que ellos tienen. Casi uno de cada cinco (19,3%) de los jóvenes con estudios superiores que quieren cambiar de empleo lo haría porque desea trabajar en la carrera y oficio aprendido. Esto es lo que se califica de subempleo profesional, que conlleva a la descalificación de la formación superior recibida. En suma, conseguir un empleo formal, con un nivel de remuneración por lo menos por encima del costo de la canasta básica de consumo y que corresponda a la formación y calificaciones adquiridas, es casi como sacarse la lotería. Algunos dirán que las malas condiciones laborales de los jóvenes se explican por el “derecho de piso” que deben pagar al ingresar al mercado laboral. Otros argumentarán que el mercado sanciona la falta de experiencia o la mala calidad de la educación de las universidades bamba. La verdad se sitúa sin duda entre ambas posiciones.

Finalmente, los jóvenes que no estudian ni trabajan (los llamados nini) son percibidos como aquellos que han renunciado a insertarse en la sociedad o más bien hacerlo de manera disfuncional, integrando las pandillas o malgastando su tiempo con los amigos del barrio, etc. Pues bien, esa imagen no corresponde a la realidad. Según nuestras estimaciones con base en la Enaho, en 2023, uno de cada cinco (20,9%) de los jóvenes de entre 15 y 29 años no estudia ni trabaja, de los cuales el 61,2% son mujeres. Los datos desmienten el estereotipo alrededor de los nini. El 19,5% está dispuesto a trabajar, pero no encuentra empleo. Por otra parte, las mujeres nini contribuyen con su trabajo a sostener casi enteramente la economía doméstica (cuidado de los niños y ancianos, tareas domésticas). Varios estudios muestran que la desigual distribución de la carga de trabajo doméstico es un importante factor que explica la menor participación de la mujer en el mercado de trabajo, así como la mala calidad de sus empleos, a menudo a tiempo parcial, informales y por debajo de la remuneración mínima.

La juventud no es solamente un divino tesoro para quienes aún la disfrutan, pero lo es igualmente para la sociedad en su conjunto. Frenar las aspiraciones y limitar las oportunidades de conseguir un empleo de calidad a una nueva generación más calificada es fuente de frustración y desesperanza, que motiva a muchos a salir del país en búsqueda de un futuro mejor, lo que priva así a la sociedad de su valioso aporte, el cual redunda en beneficio de todos. No dilapidemos ese preciado tesoro.