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Las juntas militares del Sahel cierran el año con nuevas acusaciones contra Francia

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Los países gobernados por juntas militares en el Sahel (Mali, Níger y Burkina Faso), reunidos en la Confederación de Estados del Sahel, sobreviven con un miedo permanente: una invasión de sus territorios por parte de naciones extranjeras. Y no se trata este de un temor infundado. Tras el golpe de Estado ocurrido en Níger en verano de 2023, las naciones integrantes de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental amenazaron con una intervención militar en suelo nigerino para restablecer el orden constitucional. Desde entonces, el temor persiste, sumado a los obstáculos promovidos por la expansión del terrorismo yihadista y de los diferentes grupos armados de origen tuareg y árabe en Mali y Níger. Y tampoco debería obviarse el creciente número de ataques ejecutados contra los oleoductos de Níger, que desgastan en cierta medida su economía y dificultan sus exportaciones.

En fechas recientes, las juntas militares han multiplicado sus denuncias contra agentes externos que supuestamente trabajan por desestabilizar sus países. El presidente nigerino, Abderramán Tchiani, aseguró esta semana en un discurso a la nación que Francia había ofrecido dinero a las autoridades nigerianas para la instalación de una base militar en el estado de Borno, con el fin de colaborar con grupos terroristas que atenten contra la integridad territorial nigerina. Aunque esta afirmación es preocupante, el mandamás nigerino no fue capaz de ofrecer pruebas que sostengan su versión, como ya lleva ocurriendo de forma habitual en sus acusaciones periódicas contra Francia u Occidente.

Otra acusación reciente tuvo lugar el pasado domingo, en este caso por medio de una declaración conjunta de los gobiernos maliense, burkinés y nigerino, que comenzaba diciendo: “Preocupados por defender la dignidad de su pueblo y preservar la integridad de su territorio contra los deseos imperialistas y neocolonialistas…”. Más adelante, se señala que “la junta imperialista francesa siente amenazados sus intereses, apoyados por ciertos jefes de Estado de la subregión, y está intentando desesperadamente poner fin a la dinámica emancipadora iniciada por la AES”. Tras felicitarse por sus victorias en la lucha contra los actores que desestabilizan sus naciones (pese a ser hoy Burkina Faso el país con más muertes provocadas por el yihadismo y pese a haberse multiplicado el número de acciones terroristas en Mali y Níger), los golpistas aseguran “seguir con gran atención las maniobras de engaño iniciadas por la junta francesa”.

Pese a que los grupos terroristas de la región llevan operando desde diez años antes del primer golpe de Estado de los tres países citados, sus líderes consideran ahora que la financiación de los grupos armados está “destinada a desestabilizar la AES” y toman las siguientes medidas con carácter inmediato: poner a sus fuerzas de seguridad en alerta máxima, crear un teatro de operaciones conjunto y solicitar a la población que “redoble su vigilancia y denuncie sistemáticamente cualquier hecho sospechoso”.

Tampoco aportan pruebas. Ninguna. Cero. Y, pese a todo, la paranoia de las poblaciones locales dirigidas contra cualquier extranjero a la vista (sea europeo o africano), aumenta, como aumentan las detenciones arbitrarias de periodistas y disidentes de las paranoias de los regímenes militares. El último ejemplo puede encontrarse en el periodista maliense Issa Kaou N'Djim, que puso en duda la veracidad de estas acusaciones continuas en un programa del medio maliense Joliba TV. Dudó de las denuncias de desestabilización expresadas por la junta militar burkinesa, que exigió a sus homólogos malienses un castigo contra el periodista; NDjim fue arrestado y atraviesa ahora un juicio donde la fiscalía reclama un año de prisión “por ofender a las autoridades de Burkina Faso”. Joliba TV, por otro lado, ha visto su licencia de transmisión suspendida durante los próximos seis meses.

Cualquier voz que ose probar la versión impuesta por los militares es acallada. Cualquier duda es castigada por los mismos que se autodenominan libertadores. No deja de ser tampoco relevante que, pese a las constantes denuncias de futuros y posibles ataques a su integridad territorial, son las juntas militares las que han atacado sistemáticamente a las naciones vecinas. En el caso de Mali, se suceden los ataques a pueblos mauritanos en colaboración con operativos del Grupo Wagner, donde son habituales las ejecuciones de pastores o el secuestro de ciudadanos mauritanos a los que acusan de “colaborar con el terrorismo”. El último caso registrado tuvo lugar en la localidad mauritana de Lagzaf, el pasado 10 de diciembre. Quince hombres fueron apresados, varios vehículos fueron requisados y varias tiendas fueron saqueadas, según fuentes locales, por los malienses. Dos días después de esta pequeña campaña de terror, los mauritanos fueron liberados.

También ocurrieron enfrentamientos entre fuerzas burkinesas y marfileñas el pasado 29 de marzo, cuando tropas burkinesas realizaron una incursión en Costa de Marfil. Los burkineses entraron armados en un mercado local, tratándose del tercer incidente de este tipo que se originó en apenas seis meses. Un militar burkinés y un miliciano fueron arrestados tras un breve intercambio de disparos que involucró a un helicóptero de las fuerzas de seguridad marfileñas.

Cero veces han penetrado en Mali, Níger o Burkina Faso militares de naciones limítrofes. Al menos doce veces en el último año han entrado militares de Mali o de Burkina Faso en naciones limítrofes. Que sean los primeros quienes denuncian agresiones externas no deja de ser curioso, y más aún cuando han aportado hasta la fecha cero (0) pruebas que sostengan sus afirmaciones. Pero quien lo dude será detenido y encarcelado. Este periodista lo sabe bien porque fue detenido y encarcelado el pasado mes de abril (acusado de espionaje y de terrorismo, para más inri) por su postura crítica con las juntas militares y por tener un color de piel demasiado claro para ser considerado legal en sus territorios.

Las juntas del Sahel se alimentan de la paranoia que despiertan sus acusaciones. Las poblaciones locales, en especial en las capitales, aún confían en la capacidad de los militares de derrotar a los grupos terroristas, aunque esto se está probando como un reto más difícil de lo que hicieron suponer tras su toma del poder. Ante sus fracasos (especialmente en Níger y Mali), acusar a Francia de sus errores se ha mostrado hasta el momento como una salida útil que les evita aceptar responsabilidades.