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Merci, madame

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Durante más de una década, Gisèle Pelicot fue drogada por su esposo Dominique, para someterla y agredirla sexualmente. No conforme con eso, él invitaba a docenas de hombres a su hogar para, de igual forma, violentar sexualmente a su esposa. Estos abusos causaron graves problemas de salud física, mental y emocional a Gisèle, quien manifiesta pérdida de memoria y un profundo daño físico y psicológico. Años de vida le fueron arrebatados debido a la confusión y el sufrimiento en el que estuvo sumida. Finalmente, hace algunos días, un tribunal de Avignon condenó a Dominique a 20 años de prisión, y sus 50 coacusados recibieron penas de entre 3 y 15 años de prisión.

Gisèle decidió descubrir su rostro y exigir que todo el proceso judicial fuera transparente, guiada por la convicción de que la vergüenza por estos crímenes debe recaer únicamente en los perpetradores y nunca en las víctimas. La valentía y la dignidad con las que enfrentó a sus agresores convirtieron su caso en un parteaguas en la lucha por la igualdad y la protección de los derechos humanos de las mujeres y, sin duda, esta proeza representa a nivel mundial un momento emblemático del año.

La violencia sexual en contra de las mujeres es un tema que ha sido reclamado cada vez con mayor fuerza, pero este caso nos lleva, además, a reconocer la necesidad de señalar la violación sexual en cualquier contexto, sin importar la relación entre las personas involucradas. No debemos olvidar que fue apenas en 2005 que la Suprema Corte mexicana revirtió la jurisprudencia que desestimaba el delito de violación entre cónyuges. Antes de esa fecha, este acto violento era considerado simplemente como “el ejercicio indebido de un derecho”. En este mismo sentido, en 2021 se declaró inválida una disposición del Código Penal de Coahuila que establecía una pena menor para el delito de violación entre cónyuges. Esto demuestra la persistencia de nociones sexistas en la ley y, por lo tanto, en el imaginario social.

Además, la diversidad de perfiles de los abusadores de Gisèle desmantela el mito de que los agresores son ‘monstruos’ o ‘anomalías’ en la sociedad. En realidad, todavía debemos enfrentar la existencia de un sistema patriarcal que fomenta la complicidad entre hombres para ejercer violencia y someter a las mujeres.

La valentía de Gisèle generó fuertes lazos de sororidad a nivel mundial. Muchas mujeres vieron sus propias historias reflejadas en este caso y, a pesar de la distancia, ofrecieron su apoyo. Ya fuera a través de las redes sociales o reuniéndose frente al tribunal, miles de mujeres se unieron para respaldarla, cerrando filas para que pudiera sentirse segura y acompañada, dándole fuerzas en su camino hacia la justicia.

El valor y la entereza de Gisèle también conmovieron a México, y nos llevan a reflexionar sobre nuestra situación en este país. Este año, elegimos a nuestra primera mujer presidenta y se incorporaron disposiciones clave a nuestra Constitución General en materia de igualdad de género sustantiva y el derecho a vivir una vida libre de violencia. Sin embargo, estos avances normativos corren el riesgo de quedarse sólo en el papel si no confrontamos y denunciamos cualquier tipo de desigualdad de género y si no seguimos exigiendo justicia para erradicar todas las formas de violencia en contra de las mujeres.

Así, debemos unirnos y decir fuerte y claro: merci, madame; gracias, señora. Gracias por convertirte en el rostro del movimiento por la dignidad de las víctimas y sobrevivientes de violencia sexual, y por forjar el camino hacia un mundo en el que las mujeres puedan vivir libres y sin miedo. Gisèle nos ha enseñado que la justicia es un derecho, no un favor, y que cada paso que damos hacia adelante es esencial. Su ejemplo se ha convertido en un punto de encuentro que nos inspira a seguir transformando el dolor en fuerza colectiva e impulsándonos a permanecer firmes en nuestra convicción de que un futuro sin violencia es posible.