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La cena de Nochebuena

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Abc.es 
En los postres hemos hecho una guerra de arroz con leche. Hemos terminado empapaos. Los ocho niños. La ropa y la cara llenas de una pasta blanca que olía a canela y limón: mmm, qué rico. Como la enfermera, el celador y don Julián se han ido a visitar a sus familias, no queda nadie en el orfanato para regañarnos. Si nos llegan a ver nos mandan directos a la cama. Con un azote y merecido en el cuelo. Y nada de regalos de Reyes, qué os creéis. Aunque ya me conocía yo esos regalos: una birria para cada dos niños y con suerte. Hace frío y por mucho que miro y miro por la ventana no nieva. En esta tierra seca roja rodeada de cuatro arbustos y unas pocas colinas nunca nieva. Frío sí hace. Mucho frío. Se escuchan los vientos del desierto contra las paredes del orfanato. Sobre todo por las noches. Aunque esta noche, en que ha nacido el Niño Dios, todos tenemos un poquito más de calor. Nos habían dejado a solas toda la Navidad con Víctor , al que nosotros llamábamos el Moriarti. El nombre se lo puso el Rubico, que era un niño al que le encantaba leer y al que no volvimos a ver el pelo después de una noche entera tosiendo. Fue después de que el Moriarti le gastara una de sus bromas pesadas y le tirara un cubo de agua helada por encima. El Moriarti era de algún sitio del norte. No sabíamos de dónde. Su padre lo dejó aquí abandonao cuando el orfanato aún estaba medio en obras. Tenía la voz fuerte de viejo aunque solo era seis o siete años mayor que nosotros. Llevaba un pañuelo al cuello. El pelo todo engominao. Le gustaba darnos coscorrones y collejas. Nos pegaba fuerte con una toalla o metiendo una pastilla de jabón en un calcetín. Nos quitaba la comida y ojo si decíamos algo a don Julián. Todo el rato teníamos hambre por su culpa. Si alguna monjita nos traía ropa, él se quedaba la que parecía de mejor calidad. A veces nos traían soldaditos de plomo y también se los quedaba. Nos robaba las canicas. Nos robaba los tebeos y las noveluchas que nos regalaba don Julián y que el Moriarti le vendía a los fruteros y los carniceros, pa sus niños. No le gustaba que leyéramos, «tanto leer no es bueno», decía. Con las pesetas que sacaba con nuestras cosas, con robarle cigarros y aguardiente al viejo y con lo que le daban por cuidarnos, se largaba al pueblo. Le gustaba ir al cine con una novia que tenía allí. Cuando había puentes largos y, como en Navidad, todos se iban, a él le daba por sacarnos en pelotas al patio solo para reírse mientras se metía entre pecho y espalda una botella birlada del mueble bar. La nochebuena es para estar juntos, le gritamos. A cada grito un coscorrón. Un pellizco. Moriarti dice que no vamos a cenar juntos esta noche. Sabemos que le dieron un sobre con dinero. Tenía que comprarnos un pollo y entonces lo asaríamos con tomate. O a lo mejor prefería ir a la lonja y comprar unos chicharros. A mí me apetecía eso porque no comíamos mucho pescado. Él dijo que nanai. Os apañáis con una ensalada de col y un poco de lentejas de las que han dejado hechas, sin jamón ni chorizo. Nos dijo que cenáramos papas cocidas, que es lo que cenábamos siempre. Y le gritamos que es Nochebuena. La Nochebuena no es para vosotros. No os quiere nadie, no le importáis a nadie. Y algo de razón llevaba Moriarti cuando dice eso. Se ha vestido para ir al cine con su novia. A la sesión de tarde. Antes va a comprar un billete de lotería. Si le toca, dice, no vamos a verle el pelo más. Ojalá le toque. Luego va a cenar con los padres de la zagala. A lo mejor de vuelta nos trae unos mazapanes, nos dice. Se le escucha silbar mientras se afeita. Está en su cuarto, porque es el único que tiene su propio cuarto. Con un lavabo. Huele a colonia. Se la ha quitado a don Julián seguro. Yo me acerco a mirarlo. Me pregunta qué hago, mientras pasa la navaja por la mejilla. No le contesto. Yo solo pienso en que tiene nuestro dinero en el bolsillo. Nuestra cena de nochebuena. Me encantaría quitárselo. Irme al pueblo a comprar pollo. Aunque no llegaría muy lejos porque por la tarde refresca y como es nochebuena no habrá nadie por los caminos. Y a nosotros no nos van a vender nada si aparecemos solos por el mercado. Ni en la lonja. Dónde está el Moriarti, nos habrían preguntado. Dónde está el Moriarti, querría saber don Julián. Se ríe y me dice que me pire. Yo no me muevo. Detrás de mí se ponen otros dos zagales. Lo miramos serio. Me encantaría lanzarme a por él. Somos más que él. Podríamos quitarle la navaja. O empujarlo por las escaleras cuando esté desprevenido. Si se cae por esas escaleras tan empinás seguro que no lo cuenta. Y sé dónde podemos esconderlo para que nunca lo encuentren. Hemos sacado ocho platos de una vajilla que estaba guardá en un armario. También unas copas de cristal fino. Se nos han roto dos. Hemos puesto un mantel de paño fino en la mesa. La cubertería, que está un poco ennegrecía. El salón tiene muebles de madera grandes. Aquí es donde don Julián cena cuando vienen a verlo, aunque casi nadie viene a verlo. Al lado de esa ventana, en esa butaca forrada de verde, es donde se fuma los puros que le gusta fumar. Los mismos que le quita el Moriarti. Hay paisajes en las paredes. Retratos viejos. Y un cuadro pequeño en el que se ve cómo unos juegan a la gallinita ciega y nos dijeron que el cuadro es una copia de uno famoso de Goya. Nosotros somos unos catetos del sur y no sabemos nada ni de cuadros ni de Goyas ni de nada, nos dice Moriarti aunque yo creo que él es igual de cateto y sabe todavía menos. Primero hemos comido banderillas de una lata que había en la cocina. Estaban picantes. Se me han saltado las lágrimas. Hemos bebido anís. Eso sí que hubiera enfadado a don Julián. Hemos cantado algunos villancicos. Uno de los más pequeños se ha meado de la risa. Hemos guisado un poco de cardo con almendras para acompañar la carne que hemos asado. Estaba un poco dura pero tenía una capa tostada que estaba rica. Esta es la primera Nochebuena en que casi ninguno de nosotros ha llorado pensando en que le gustaría tener un papá o una mamá. Algunos se han ido a la cama sin cambiarse, con el arroz con leche pegao a la ropa y a la cara. Yo he calentado un poco de agua y me he lavado. Y me he echado la colonia de don Julián por encima. Huele como a limón. Miro por la ventana. No tengo sueño y quiero ver aparecer el sol al otro lado del campo. Ya casi es Navidad.