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El mensaje revolucionario del bien común

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Abc.es 
El Rey, como Jefe del Estado, no es súbdito de ningún Gobierno, sino de la Constitución y de la Nación a la que sirve. Y es la Constitución la que delimita los ámbitos en los que el Monarca y el Poder Político actúan con la correlación del refrendo gubernamental, sin menoscabo de la configuración representativa y arbitral que igualmente la Constitución atribuye al Monarca en su condición de primera magistratura del Estado. En esta condición propia que el orden constitucional de 1978 reconoce en el Rey, en cuanto Jefe del Estado, Felipe VI ha asumido compromisos públicos desde su acceso al Trono inherentes a esas funciones de representante del Estado - «símbolo de su unidad y permanencia»-, dice la Constitución- y árbitro y moderador de las instituciones del Estado. Es decir, el Rey tiene su propio espacio público, compatible con aquel en el que ha de aguardar al refrendo del Gobierno. Los discursos de Nochebuena de Felipe VI son, por fuerza de los acontecimientos que se viven desde 2014 sin solución de continuidad, una cita esperada para el ejercicio, siempre equilibrado y ponderado, de las funciones regias. El mensaje que ayer dirigió Su Majestad a los españoles ratificó de forma inequívoca la adhesión de Felipe VI a la Monarquía parlamentaria, entendida como la institución receptora de una legitimación fundacional, no ocasional ni perecedera, indisolublemente unida a la democracia española de 1978. Y con esa legitimación de origen, reforzada por el proceso de renovación y transparencia emprendido desde 2014, la Corona es hoy la única institución pública que merece ser creída cuando apela al bien común, como hizo ayer Felipe VI hasta en siete ocasiones en su mensaje de Nochebuena. La tragedia de la dana fue el hilo conductor de sus palabras, bien asentadas en el conocimiento directo y personal de los estragos causados por las riadas en las vidas y los patrimonios de los vecinos de Valencia y de otras zonas aledañas. Quienes niegan a los Reyes su derecho -que también es un deber- a estar con los vecinos de Catarroja cuando lo consideran necesario resultan ser los mismos que no tienen reparo en dejar solo al Monarca en compromisos internacionales de rango oficial. El Rey ocupó su espacio público y no precisamente para hacer una intervención de trámite, sino para dar sentido a su presencia en los hogares españoles en un momento difícil y complejo, dentro y fuera de nuestras fronteras. No fue condescendiente ni paternalista con la tragedia de la dana, porque fue portavoz de «la frustración, el dolor y la impaciencia» que demandan «coordinación mayor y más eficaz de las administraciones». En estas palabras estaba presente el barro de Paiporta, Catarroja y todas las localidades valencianas aún irritadas por la ineficacia del Estado en todos sus niveles para recuperar la normalidad. Y en este contexto de las riadas, Don Felipe reivindicó el bien común y lo hizo no como una palmadita en la espalda a los dirigentes del país, sino como un llamamiento a que «se refleje con claridad en cualquier discurso o cualquier decisión política». La neutralidad del Monarca no es sinónimo de ceguera o de indiferencia ante la realidad de nuestro país. No la hubo cuando accedió al Trono y fue consciente de que la Corona debía asumir imperativamente un programa de medidas regeneradoras para superar los ecos de los últimos tiempos del reinado de Juan Carlos I. Tampoco cuando el 3 de octubre de 2017, pronunció un discurso histórico, militante por la democracia, la ley y la convivencia frente al independentismo catalán. Y de nuevo Felipe VI ha dado la talla de su significado constitucional con la tragedia de la dana, marcando una agenda propia de encuentro personal con los ciudadanos, sin la más mínima rozadura con las responsabilidades del Poder Ejecutivo. También ha sido coherente al reivindicar una forma de hacer política que favorezca «espacios compartidos» y propicie «acuerdos en torno a lo esencial». Quien quiera darse por aludido, que lo haga, pero este es el sentimiento general de los ciudadanos, que quieren otra forma de hacer política. Don Felipe propuso algo tan sencillo -y tan revolucionario en la actualidad- como seguir el ejemplo del consenso que condujo a la Constitución de 1978 y defender la democracia liberal y el bienestar social, como pilares de nuestra sociedad. De forma serena y firme, el Rey ocupó de nuevo con acierto su espacio público en la España democrática.