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Protagonista de los últimos días de la guerra

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SANCTI SPÍRITUS.— Pablo Inolberto Gómez Brito retoca por última vez el cordón de sus zapatos. Mira de reojo el lazo apurado y sale como un torbellino por el medio de uno de los callejones del poblado de Cabaiguán. Muy cerca de la primera esquina tropieza con un automóvil. Dentro, acomoda sus huesos en el rígido asiento Eliseo Reyes Rodríguez, su jefe y amigo de guerrilla.

«Me vino a buscar para irme para Pinar del Río. Allá alistaban las tropas para cumplir una misión de vida o muerte. Fue la única información que me dio el Capitán San Luis».

La noticia toma por sorpresa al entonces joven de poco más de 20 años. Muy cerca de ahí Eneida Sanjul Pérez da los toques finales a su ajuar de bodas previsto a estrenar en las próximas horas.

«Solo le respondí “¡pero me caso! Ya todo está listo”. Creo que se dio cuenta de que si me insistía me iba. No habló mucho. Me felicitó y nos despedimos. Al tiempo supe que la misión era salir como parte de la tropa de Ernesto Che Guevara hacia Bolivia. Siempre digo que Eneida me salvó ese día la vida porque de no haber estado en esa fase hubiera partido junto a él y hoy, de seguro, no estuviera haciendo el cuento».

Para ese entonces, Pablo Inolberto Gómez Brito, el hijo de La Campana, un fragmento incrustado en las montañas de Fomento, le había visto el rostro cruel de la guerra. Con 16 años se une a una de las células del Movimiento 26 de Julio de su zona. Allí conoce de los grupos de hombres que en el año 1958 dan algún que otro dolor de cabeza por el corazón del histórico Escambray.

«Después de rodar por todas aquellas lomas, llegó el Che desde la Sierra Maestra. Ahí la cosa sí se puso buena. Fui del primer pelotón que se incorporó a su tropa en El Pedrero. Bajo sus órdenes participé en las tres ofensivas que se le hicieron al ejército de Batista en los últimos meses de 1958».

En los alrededores de Fomento hay un mayor ajetreo. Camilo Cienfuegos viene desde Yaguajay para precisar detalles con el Comandante Guevara. La orden desde la Comandancia de la Sierra Maestra no deja márgenes a las dudas: liberar la región central en el menor tiempo posible.

«Ahí tuve mi primer combate. Estaban Camilo y el Che. Le dimos muerte a la primera ofensiva. Luego, el enemigo tiró las otras dos. Entre una y otra no se dejó de combatir. La aviación nos golpeaba bastante».

Con el recuerdo, Pablo Inolberto, de 83 abriles, se estremece. Vuelve a la acción combativa, donde Eliseo Reyes Rodríguez lo envía bajo la metralla a buscar refuerzos. Un camión que encuentra mientras esquiva el tiroteo lo lleva hasta El Pedrero. Explica como puede la posición y el peligro que corre su pelotón.

«No sabía de mapas. Imagínate era un guajiro casi analfabeto, nacido en un hogar de 12 hijos». Sin tiempo que perder, regresa. De un lado y del otro parece que el enfrentamiento no tiene fin. Hasta que la victoria se celebra entre los rebeldes.

«El Che en persona vino hasta el lugar para analizar lo sucedido. Pidió que me felicitaran, a lo que le añadió: “San Luis la próxima vez no me mandes un recado con un gago”. En ese entonces era tartamudo. Con los estudios después de la Revolución pude corregirlo».

Como parte de la estrategia liderada por el Che, sus hombres, entre los que se encontraba Gómez Brito, poco a poco, bajan desde las estribaciones del histórico Escambray. Detrás quedan las huellas de la libertad en Fomento, Guayos, Cabaiguán, Sancti Spíritus…

Huellas del paso de la aviación en las afueras del perímetro de Jatibonico. Foto: Archivo del periódico Escambray

«Recuerdo que cuando llegamos a las afueras de la ciudad espirituana, se mandó a un grupito a reconocer el terreno. A su regreso nos informaron que los guardias se habían ido. Entramos el 23 de diciembre sin tener que tirar un tiro. El pueblo había ayudado. De ahí, nos dividimos. Unos tomaron el sur con destino a Trinidad y a mí me tocó enfilar hacia Jatibonico, donde se decía que estaban resistidos a entregar las armas».

No son habladurías. Ese territorio surcado por la carretera central de Cuba y entonces perteneciente a Camagüey transpira olor a pólvora hasta las primeras horas de 1959.

«Fueron días fajaos. El enemigo combatía y se retiraba. Recuerdo que por la radio escuchamos que Batista había huido y dudamos de la certeza de esa noticia. Hasta que Fidel Castro en sus declaraciones por Radio Rebelde lo confirmó y llamó a que no se dejara de combatir, donde aún se hiciera resistencia. Cumplimos con esa orden. El propio Primero de Enero a las cinco de la tarde dimos la estocada final».

El hambre y el cansancio, tras tantos días sin pegar prácticamente los ojos, llevan al puñado de jóvenes como Pablo Inolberto a darse un baño para luego encontrar un sitio donde estirar el cuerpo. Mas, una vi-
sita pone en pie todo su pelotón.

«Desde Ciego de Ávila llegaron un capitán batistiano y un sacerdote. Venían a entregar el cuartel de esa ciudad. Ramiro Valdés, que estaba de visita en Jatibonico y San Luis, me dicen que me vaya con ellos para organizar todo.

«Allá comenzamos a desactivar todas las armas y asegurar la vida de los soldados. El pueblo quería tomar la guarnición. A este gago le tocó hablar con la multitud y la calmé», refiere y deja escapar una carcajada que calma las emociones al volver sobre momentos decisivos.

Con la llegada de los jefes, este espirituano residente en los Olivos I, de la urbe del Yayabo, en el mismo apartamento que estrenó en la década de los 80, sale a las calles avileñas a celebrar finalmente el triunfo y la llegada de una nueva era para Cuba.

«Éramos jovencitos, las muchachas nos piropeaban. Para controlarnos nos metieron en una nave con candado porque al otro día salíamos directo a La Cabaña, en La Habana. Bajo el mando del Che recibimos la Caravana y vi de cerca por vez primera a Fidel Castro».

Luego, marca en su ruta de vida el regreso a Sancti Spíritus, estudios en el mundo militar, el cumplimiento de la misión Olivo en la República de Angola, obtener los grados de Mayor de la Fuerzas Armadas Revolucionarias… La jubilación toca sus puertas como jefe de batallón en el Campamento El Cacahual.

«A la vuelta de tantos años, te aseguro que me siento realizado. Sigo fiel a mis principios y convicciones. Quizá pude haber dado más, pero hice lo que le correspondía a mi generación».