¡Qué clase de pueblo!
Cae el atardecer martiano en el Malecón habanero. Un padre, entre la multitud, lleva a la hija cargada sobre sus hombros, le habla y señala por un instante al Martí acusador esculpido en bronce que indica hacia la embajada imperial. En las manos del hombre va también un fidelísimo cartel con una frase y la silueta impregnada del líder histórico de la Revolución Cubana.
No, no se trata de una secuencia fílmica del pasado ni una historia sacada de los libros para contar, en pocas líneas, las epopeyas de este pueblo. Fue el viernes, sí, cuando mis ojos captaron esa instantánea en medio de la marcha combativa contra el bloqueo y por la eliminación de Cuba de la infame lista de Estados supuestamente patrocinadores del terrorismo.
Hay mucha gente así en esta tierra, digan lo que digan. Hombres y mujeres a los que solo los mueve la razón, la Patria. Personas que caminan sin percatarse del simbolismo real que dejan en cada paso.
Por ese Malecón, marchando frente a la embajada de Estados Unidos, como tantas veces, pasaron abuelos, madres con sus niños en coches, pioneros, jóvenes, combatientes... Y pasó Cuba encarnada en más de 500 000 almas para exigir con dignidad nuestros legítimos derechos.
Siempre me habían contado de las marchas intensas que daba este pueblo junto a Fidel con la prontitud de los hechos y la verdad. Pero una cosa es lo que te cuentan y otra diferente es vivirla, sentirla y hacerla propia.
Hacía años esta Isla de intrínseco sentido del deber, digna, no protagonizaba una marcha así. Tal vez desde aquellos años heroicos a principios de siglo, cuando el Comandante en Jefe encabezaba la batalla por las ideas y el regreso del niño Elián González Brotons.
Me atrevo a decir que necesitábamos una inyección así, de golpe, de pueblo, aún en las más difíciles circunstancias. Sencillamente porque en este país la moral, el apoyo y la resistencia se han elevado a su expresión máxima en las calles. Fuimos educados por Fidel en las avenidas, en las plazas, o en cualquier tribuna improvisada. Y ahí siempre estuvo, como ahora en el Malecón habanero, el llamado oportuno y la gente en masas.
La epopeya de la Revolución no pudiera ser lo que es sin la movilización popular, sin la irreverencia que nace en las calles. En ocasiones resulta imprescindible despertar todas las reservas posibles para recordarles a quienes esperan vernos hincados de rodillas, por qué hemos luchado tanto y qué estamos dispuestos a seguir defendiendo.
En la Tribuna Antimperialista José Martí este viernes alguien dijo una expresión que lo resume todo: ¡Qué clase de pueblo este! Y sí, ciertamente la mística de David sigue habitando con el mismo simbolismo de lucha con el que hemos enfrentado siempre a Goliat.
Foto: Roberto Súarez
Foto: Roberto Súarez
Foto: Roberto Súarez