Trump, un mandato por definir
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Una crisis política innecesaria, resuelta con tres proyectos de ley elaborados contra el reloj en el Congreso para evitar el cierre del Gobierno de Estados Unidos, ha dejado en evidencia que el segundo mandato de Donald Trump no será como el primero. La principal diferencia se llama Elon Musk. El hombre más rico del mundo ha empleado todo su poder en la red social X para desacreditar a los legisladores y sus acuerdos bipartidistas. Musk lanzó un centenar de tuits ridiculizando el primer pacto, de 1.547 páginas, y exigiendo que se redujera el gasto público. Su ofensiva logró que los congresistas se echaran atrás. Se presentó entonces un segundo acuerdo de 116 páginas, ya con su bendición, pero rechazado cuando una treintena de legisladores republicanos le dieron la espalda. Finalmente, y fuera de plazo, se aprobó un tercer acuerdo de 118 páginas. El episodio deja varias lecciones. Una es que, a pesar de que cuando Trump asuma la presidencia tendrá más poder que el promedio de sus antecesores, porque contará con mayoría en las dos cámaras del Congreso y con una Corte Suprema donde sus nombramientos le han dado forma de manera decisiva, el sistema de frenos y contrapesos de la democracia americana funciona bien. Trump no logró imponer a su candidato a portavoz en el Senado y tampoco parece que los congresistas sean un rebaño obediente, precisamente porque dependen más de los votos de su circunscripción que de la lista de un partido. Es cierto que el nuevo presidente se ha adueñado de la estructura partidista, que en Estados Unidos es bastante ligera, pero eso no significa que tenga el control del grupo parlamentario. Es esta tensión la que ha expuesto una contradicción que puede marcar su mandato. Los congresistas que votaron contra el segundo proyecto, que incluyó el deseo del presidente electo de mantener suspendido el límite de deuda, lo hicieron porque esto es anatema para su noción de disciplina fiscal. Trump cambió de opinión, lo que permitió el acuerdo final, pero su actitud sembró la duda sobre sus convicciones y refuerza la idea de que algo sí será igual que en el primer mandato: seguirá improvisando con las ideas de la última persona que le hable al oído y se apoyará en las redes sociales para exponer su pensamiento ruidosamente. Esta cuestión del límite de deuda, que Trump necesita para empezar a cumplir sus promesas de bajar impuestos, también lo distancia de Musk, al que ha asignado la misión de reducir en dos billones de dólares el gasto en cuatro años. Aún no conocemos con exactitud qué importancia da Trump a Musk. Aprecia su contribución económica a la victoria electoral, pero su decisión de nombrarlo junto a Vivek Ramaswamy al frente del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) no acaba de entenderse. ¿Quién pone al mando de un organismo que debe reducir el Gobierno a dos personas? El papel de Musk introduce mucho ruido en este nuevo mandato. Los demócratas intentan meter una cuña contra Trump al llamarlo «presidente Musk», e incluso algunos senadores republicanos han propuesto que el magnate sea elegido presidente de la Cámara de Representantes, puesto para el que no se requiere ser congresista. Sus anuncios respaldando a partidos tan extremistas como Reform UK y Alternativa por Alemania, prometiéndoles financiación, han despertado inquietud porque suponen una intromisión abierta en la política de otros países de un funcionario de la Casa Blanca. Su gran activismo en redes estos días se debe a que su verdadero papel en la Administración aún está por cerrar. Y esta semana, Trump ha pagado el precio de esa indefinición .