Centenario del 'reinado relámpago'
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A lo largo del año que está a punto de concluir me ha venido al pensamiento en alguna ocasión la figura del Rey Luis I , el más efímero monarca español, el de más corto reinado de toda nuestra historia, pues comenzó con su proclamación el 15 de enero de 1724 y concluyó, por muerte del titular, el 31 de agosto del mismo año. El motivo de la recordación era el cumplimiento del tercer centenario, del que estas líneas, antes de que concluya 2024, quieren dejar leve testimonio. Luis I es algo así como el rey fantasma, nuestro monarca desconocido por fuerza. No hace mucho, conversando con una pareja de personas de un nivel cultural relativamente alto, me sorprendió constatar que no sabían de su existencia, no tenían la menor idea de que en el trono de España se hubiera sentado nunca, entre el sucederse de Alfonsos y Felipes, un monarca llamado Luis (nombre tan prodigado, en cambio, en la historia del reino de Francia). No digo que la información monárquica sea pieza relevante de la formación cultural, pero que el ciudadano de un país conozca la identidad de quienes se han sucedido a lo largo de los años en la cabeza y Jefatura del Estado tampoco parece deba merecer la consideración de nimia superfluidad. En la planta de los Borbones de la magnífica Galería de las Colecciones Reales inaugurada no hace mucho se pasa sin más de la colección de Felipe V a la de Fernando VI. Es natural. No hay olvidos ni saltos en la cronología, desde luego. Hay, tan solo, que el muy joven Luis –hijo del primero y hermano mayor del segundo–, fallecido pocos días después de cumplir los diecisiete años víctima de la viruela, no tuvo tiempo para formar colección. La moderna historiografía arrumbó sin contemplaciones, y con motivos, la antigua historia 'evenemencial' –no me disculpo por el galicismo, lo encuentro útil– concebida como sucesión de reyes y rosario de batallas, que en la figura del diplomático Alfonso Danvila tuvo a uno de sus cultivadores más conspicuos. (Apenas se recuerda hoy el ambicioso fresco histórico en diez volúmenes que con el título 'Las guerras fratricidas en España' sacó adelante con éxito de público: una suerte de 'episodios nacionales' de tiempos de la guerra de Sucesión). Pues bien, una de las primeras obras de Danvila, aparecida en 1902, estuvo dedicada, como su título reza, a la pareja real, 'Luisa Isabel de Orleans y Luis I', y ese libro es el embrión del que, medio siglo exacto después, tituló 'El reinado relámpago'. Es sabido que la llegada al trono de Luis fue, como la del actual Rey, consecuencia de una abdicación, la de Felipe V al poco de iniciarse el año 1724. Se ha especulado bastante tanto sobre los motivos de su renuncia –hoy se descarta que fuera por dejar abierta la posibilidad de acceder al trono de Francia– como sobre su vuelta al trono. El paréntesis de menos de ocho meses en que reinó Luis ¿reforzó al llamado 'Partido Español', que presuntamente querría contrarrestar la excesiva dependencia española de Francia en política internacional? Téngase en cuenta que Luis había sido el primer Borbón nacido en España –en Madrid–, lo mismo que su hermano Fernando (el futuro Fernando VI). Frente a la reasunción de la Corona por el padre (que es lo que finalmente se produjo), ¿no era más legítimo que pasara ya a Fernando, aunque este solo tuviera entonces diez años? El progenitor podría haber asumido la función de regente... Gravita sobre la cuestión la precaria salud mental de Felipe V, llamado un día 'El Animoso' y luego progresivamente aquejado por frecuentes episodios depresivos –seguramente padecía un trastorno bipolar– en el contexto de una religiosidad torturante. Añádase, desde luego, el papel que correspondería en todo ello a Isabel Farnesio, y su escasa simpatía por sus hijastros. En fin que, como he dicho, el asunto es complejo, está lleno de aristas. A cuya dilucidación contribuirá notablemente el libro, aparecido este mismo año, 'Luis I, un reinado breve y un debate constitucional', de don Luis Núñez Boluda. Difícilmente podrá hacerse un análisis más meticuloso y completo que el que dicha obra ofrece. Era propósito de estas líneas rememorar de modo sencillo al rey de más corto reinado de nuestra historia, pero también añadir una curiosidad erudita vinculada con su breve paso por el mundo y procedente de la información que custodia la Real Academia Española. El 17 de abril del año aquí tantas veces evocado, 1724, se representó en el coliseo del Buen Retiro una adaptación con música de la comedia calderoniana 'Fieras afemina amor', para celebrar la exaltación al trono de Luis I. Este dato nos era conocido. No así, en cambio, el que suministra una anotación que hallo para la fecha referida en las actas de la Docta Casa. Su benemérito primer secretario, don Vincencio Squarzafigo, deja constancia en ellas de que, habiéndole sido asignado a la Academia para la dicha representación teatral «el balcón número 37 del tercer suelo» del mentado coliseo –esto es, un palco de él–, «fuimos a ocuparle el señor don Adrián Connink y yo». Estos dos admirables miembros de aquella Academia de la primera hora, ambos con apellido extranjero, Squarzafigo y Conink, eran sin embargo españolísimos, nacido el primero en el Puerto de Santa María en una familia de origen genovés y el segundo –sobrino, por cierto, de Nicolás Antonio– en Sevilla. Y fueron dos de los académicos que más intensa y asiduamente trabajaron en la redacción del 'Diccionario de autoridades'. Don Vincencio pudo escribir de su puño y letra, según ha calculado Emilio Bomant en su tesis doctoral, cuatrocientas setenta y siete páginas de las cuatro mil ciento ochenta y tres de que consta la obra; es decir, un diez por ciento del total. A Conink, también activísimo en las tareas diccionariles, se debe por su parte la redacción del 'Discurso proemial de la Orthographía de la Lengua Castellana' que está al frente del primer tomo. El caso es que en abril de 1724, centro exacto del brevísimo 'reinado relámpago' del infortunado Luis I , cuando los pliegos del primer tomo de la magna catedral lexicográfica se estaban componiendo, a aquellos dos caballeros aún les quedó tiempo una tarde para ir a solazarse al teatro. Es esto solo lo que trescientos años después quería aquí recordar, a escasos días de que termine este.