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¿Cuidar u operar el legado?

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A días del llamado de Andrés Manuel López Beltrán a cuidar el legado de Andrés Manuel López Obrador y guardar la unidad del movimiento, la vertiente política de esa herencia asoma sus filos y plantea un reto al gobierno y a Morena.

Cada vez es más notorio el afán de pragmáticos, advenedizos y dogmáticos de la autollamada Cuarta Transformación por calar a las presidentas de la República y del partido para medir hasta dónde pueden llegar, al margen de ellas. Por conveniencia, interés o credo, así como por iniciativa propia o ajena esos cuadros quieren establecer una cuestión: una cosa es tener el bastón y otra el mando. Y aprovechando el lance, servirse una buena tajada de poder.

Es comprensible la intención de minimizar ese cale. Pero no puede ignorarse una realidad: el legado político del expresidente no requiere de cuidados, sino de cirugía. La posibilidad del gobierno se cifra en la capacidad de operar por sí, así como la fortaleza del movimiento depende de institucionalizarse y superar el liderazgo que lo guía o domina.

Si la pérdida de poder desarticuló a la oposición, el cúmulo de poder obtenido puede dislocar a Morena. Ese poderío comienza a despertar ambiciones, nostalgias, mezquindades, creencias y apetitos, capaces de descarrilar la pretensión de impulsar un proyecto de nación. La inanición causa daños como la indigestión.

...

Cuando, quizá, por atender a su padrino, el coordinador de los senadores de Morena, Adán Augusto López, acusa de corrupción al coordinador de los diputados del mismo partido, Ricardo Monreal, y éste no lo baja de falsario, no basta citarlos, sentarlos con la secretaria de Gobernación, tomarles una foto y presumir unidad.

Cuando el presidente del Senado, Gerardo Fernández Noroña, sube a redes una foto al lado de Miguel Ángel Yunes, manifestando solidaridad al expresunto delincuente y nuevo aliado con fuero, resulta increíble que el pragmatismo sin escrúpulos vaya tan lejos. ¿Esos son los nuevos camaradas? ¿Lo van a credencializar en cuanto se pueda?

Cuando Layda Sansores incorpora como secretario de Desarrollo Económico de su gabinete al expanista Jorge Luis Lavalle, quien luce como pulsera de oro el brazalete de localización, sorprende que la gobernadora de Campeche, en busca de colaboradores o colaboracionistas, sea capaz de trasladarlos del reclusorio al escritorio y Morena sostenga que si hay queja se acuda a la ventanilla correspondiente.

Cuando una ministra de justicia, como Yasmín Esquivel, ansiosa por postularse como candidata para seguir en el puesto y, de ser posible, presidir la Corte, consigue que un tribunal silencie a la Universidad Nacional y deje en la penumbra si escribió o plagió la tesis con que obtuvo el título de licenciada en derecho, asombra que nadie del gobierno o el movimiento le haga un llamado a la cordura política. ¿Será ella la abanderada del nuevo y depurado Poder Judicial?

Cuando un gobernador como Rutilio Escandón es premiado con un consulado por dejar hundido en una crisis de inseguridad a Chiapas; u otro, como Rubén Rocha, no asume que es parte del problema en Sinaloa y no de la solución; y uno más, como Cuitláhuac García, se truena los dedos por saber qué recompensa recibirá por su pésima gestión en Veracruz, no resta más que irse de espaldas, mientras otros se van de boca.

Cuando, otra vez, el jefe del Senado, Adán Augusto López, arroja a la basura el proceso de selección de la presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos y tira línea para ratificar a Rosario Piedra, pese a su descalificación, es preciso preguntar a quién responde ese legislador más brilloso que brillante que reta por lo bajo a la presidenta de la República.

Cuando un diario paraoficial le falta al respeto, una y otra vez, a la jefa de Estado porque no actúa conforme a sus intereses o caprichos, o cuando ataca grosera y reiteradamente a mujeres del movimiento para descargar el odio al padre de ellas, asombra que el gobierno lo privilegie. ¡Qué aguante o debilidad!

Cuando algunos colaboradores, por así llamarlos, de la Presidencia actúan bajo instrucciones de un lugar distinto a Palacio y socavan la autoridad de su jefa formal es evidente que su lealtad no es con ella.

Cuando eso sucede… no es refugio argüir “aquí no pasa nada” ni achacar a los adversarios la exageración del motín en ciernes. Cuando eso acontece es menester tomar decisiones y emprender acciones. Pintar rayas, como se ha hecho en otros campos. No bastan los exhortos, llamando a la unidad.

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El legado de Andrés Manuel López Obrador particularmente en el capítulo sucesorio fue –se advirtió en su momento– un ejercicio de doble filo: impulsaba y frenaba a quien hiciera suya la candidatura y, luego, la Presidencia de la República.

El despliegue del instinto y la audacia del exmandatario fue colosal. En su decir acabó con el dedazo, nomás designó competidores; subrayó reglas y método del concurso; estableció el objetivo (continuidad con cambio); y aseguró el reintegro a los derrotados. Quien resultara ganador(a) quedaría atenazado. Luego, tras el triunfo electoral acrecentado, puso cuñas, fijó tareas y lanzó iniciativas. Cuidar ese legado es apretar ataduras.

Lo absurdo de esa situación es que las condiciones y la circunstancia cambiaron. Son otras. La economía y las finanzas reclaman extremo cuidado. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca exige prudencia y firmeza. El asedio criminal urge a reivindicar al Estado… Ello obliga a tomar decisiones, soltar lastre y reconfigurar el gabinete del gobierno, las coordinaciones parlamentarias y la composición de la dirigencia del movimiento. No es una cuestión de voluntad, sino de necesidad.

El legado político del expresidente no reclama cuidados, sino cirugía.

(Con motivo de la temporada, Sobreaviso reaparecerá dentro de tres semanas, agradeciendo a sus seguidores el beneficio de su lectura y deseándoles parabienes.)