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Exposición de Guillermo Simón en la Galería “Malvin Gallery” de Madrid

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Con esta muestra se cierra una serie dedicada a los peregrinos y su particular odisea camino de Santiago, verdadera Ítaca del caminante.

Negros, azules turquesa y ultramar, óxidos y tierras, grises de carretera y asfalto vibran en una pincelada única, creando una sinfonía de sonoridades plásticas. Todos evocan la poética del camino y son una fuente de inspiración donde se fusionan, fieles a la tradición romántica, la naturaleza con las figuras de los caminantes. El paisaje exterior se convierte, así, en espejo y ventana del paisaje interior.

La exposición “Los trazos del camino” busca explorar, a través de la pintura, la transformación espiritual que acompaña a los peregrinos en su travesía hacia Santiago. Una serie de obras inspiradas en el viaje milenario que recorre Europa y que invita al espectador a sumergirse en la experiencia del peregrino: su sacrificio, su esperanza, su encuentro consigo mismo y con los otros.

En este viaje iniciático, el caminante se enfrenta a sí mismo y a la vastedad de los paisajes hasta acabar fundiéndose con ellos. A través de estos viajeros anónimos llegamos a sentirnos como ellos, un elemento insignificante ante el gran espectáculo de la naturaleza.

Las pinturas se centran en los momentos de agotamiento y reflexión del peregrino. Ahí donde tienen cabida la lucha interna, el cansancio físico, las dudas, pero también los momentos de introspección profunda. Las sombras y luces juegan un papel importante para mostrar el contraste entra la desesperanza que llega y la fe que le mantienen en marcha.

Los fondos atmosféricos plasmados en un lenguaje abstracto persiguen representar la fragilidad de esos momentos introspectivos y a la vez fugaces en los que se ve envuelto el peregrino, como los amaneceres, la lluvia fina o las sombras del atardecer.

“Los trazos del camino” quieren invitarnos a reflexionar sobre nuestro propio camino en la vida, los sacrificios que acompañan a nuestras decisiones y los momentos de duda y zozobra que todos enfrentamos. Así, cada espectador, al mirar las obras, se convierte en un trasunto de peregrino que encuentra su propio camino en el trayecto plástico que encierra cada cuadro.

Los colores se mezclan en una danza fluida, sugiriendo tanto la apertura de la mente del peregrino como la vastedad del camino que se despliega ante él. La abstracción no solo refleja la amplitud del paisaje físico, sino también el vacío existencial que muchos sienten al embarcarse en un viaje tan trascendental.

Los fondos abstractos, más estructurados y detallados, muestran en algunos casos fragmentaciones verticales que se superponen y se conectan, sugiriendo las interacciones humanas, así como las diversas fases del día que convergen en el Camino. El contraste cromático que va desde los tonos fríos como los azules y turquesas hasta los cálidos como los óxidos y tonos terrosos, intenta reflejar tanto el reto físico del camino como la serenidad que proporciona el encuentro casual con otros peregrinos.

A través de ellos el espectador puede sentir el peso emocional y físico que acompaña al viaje, al tiempo que percibe el coraje que emerge de las adversidades.

En algunas de las obras expuestas el juego entre el blanco y el negro asume un papel fundamental, no solo como soporte visual del fondo pictórico, sino como símbolo profundo de la oposición entre la luz y la oscuridad, el esfuerzo y la recompensa. Estos fondos en tonalidades monocromáticas representan la dualidad jánica del Camino de Santiago: la lucha interna del peregrino, que como Jacob a orillas del Yaboc, se debate entre la esperanza y la duda, la claridad y la confusión, lo material y lo espiritual.

El negro evoca el misterio, el sufrimiento y la incertidumbre que acompaña a todo peregrino en las etapas más difíciles del camino. En los momentos de agotamiento, duda y agonía, los fondos en negro sugieren un tiempo de ensimismamiento, donde los límites entre lo real y lo imaginado se difuminan. De este modo, la oscuridad no es solo la ausencia de luz, sino un espacio cargado de emoción, de incertidumbre y de lucha interior.

La creación de una atmósfera pictórica intensa busca que el espectador pueda experimentar, a través del contraste visual, el combate y la transformación interior que sufre el peregrino en su viaje hacia Santiago.