Profecía, un abrazo y la muralla vencida
De todo lo que se ha descrito sobre aquellos hechos posteriores al desembarco del yate Granma tal vez ninguno llame más la atención que la profecía soltada por Fidel bajo la luna del 18 de diciembre de 1956, cuando en la finca El Salvador, en Cinco Palmas, se juntaron apenas ocho hombres y siete fusiles.
Cómo pensar que el «¡Ahora sí ganamos la guerra!» podía convertirse, al cabo de dos años y 14 días, luego de vencer a un ejército muchas veces superior, en una contundente realidad. Debería decirse hoy, casi siete décadas después, con toda honestidad, que parecía un arrebato de exagerado optimismo, pero el tiempo terminaría por darle la razón al líder.
Hasta el propio Raúl, en 1996, en el mismísimo paraje de Cinco Palmas, nos comentó a un grupo de periodistas que al escuchar la frase de su hermano «pensamos que se había vuelto loco, entre ellos lo pensé yo, pero como buen Sancho Panza: detrás de mi Quijote, al igual que hoy, hasta la muerte».
Lo peor que nos pudiera pasar en una fecha como esta es simplificar el hecho a un abrazo o a la sentencia de Fidel. No deberíamos olvidar que antes, a raíz de la derrota del 5 de diciembre en Alegría de Pío, donde la bisoña tropa fue sorprendida por el ejército batistiano mientras descansaba, los 82 tripulantes del Granma se dispersaron en 28 grupos distintos.
Tampoco debería obviarse que se desató una feroz persecución, convertida en cacería, que incluyó el tiroteo desde aviones, un extenso cerco militar y presiones sobre los campesinos para que dieran cualquier información, entre otras tácticas con el fin de liquidar hasta el último expedicionario.
«Era la Muralla China que nos encontramos en el camino, pero no los equis metros que tiene de altura, sino desde una punta hasta la otra», dijo Raúl al respecto, hace 28 años.
Quizá al repasar este dato se pueda entender mejor la magnitud del suceso: se dice que desde Los Cayuelos (lugar del desembarco) hasta el sitio del reencuentro, aquellos ocho hombres caminaron durante 16 días una distancia cercana a cien kilómetros teniendo en cuenta el recorrido por montes, cañaverales y accidentes geográficos. Y, para colmo, la vencieron sedientos, agotados y con hambre.
Incluso, hubo un día, el 6 de diciembre, en que el cansancio hizo que el jefe de la expedición se durmiera bajo la paja de la caña durante tres horas, aun sabiéndose perseguido y acorralado.
Sumemos otro dato revelador: Fidel, Universo Sánchez y Faustino Pérez caminaron desde las ocho de la noche del 15 de diciembre hasta las siete de la mañana del 16 —fecha en que pisaron Cinco Palmas—, nada menos que 40 kilómetros.
También realcemos que el otro grupo, compuesto por Raúl, Ciro Redondo, Efigenio Ameijeiras, René Rodríguez y Armando Rodríguez, anduvo rumbo a la Sierra Maestra sin saber si el líder de la expedición estaba vivo. Eso prueba que no los detuvo la adversidad ni una posible noticia fatal.
Y aunque algunas de estas historias se hayan contado infinidad de veces, incluyendo las de los expedicionarios que fueron asesinados, nos hace falta seguir desempolvándolas, trayéndolas al presente sin teque y sin frialdad.
Ojalá algún día tengamos en nuestras aulas un recuento digital de lo acontecido antes, durante y después del reencuentro de Fidel y Raúl en Cinco Palmas. O podamos disfrutar de una herramienta interactiva, con mapas incluidos, sobre las adversidades vividas por aquel puñado de hombres.
A fin de cuentas, necesitamos que nuestra historia no se seque como la planta que no fue regada a tiempo; que palpite en el cuerpo de la nación y sea salvada de la plaga de la amnesia.