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El marcapasos o cómo un 'error' transformó la cardiología

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Abc.es 
La ciencia no es un libro de instrucciones rígido. Es más bien un improvisador de jazz capaz de crear melodías increíbles a partir de notas aparentemente desafinadas. Cada error es una nota potencial, cada accidente un compás inesperado. Pensemos en nuestras propias vidas. ¿Cuántas veces hemos descartado algo por considerarlo un error? ¿Cuántas oportunidades hemos dejado escapar por no atrevernos a mirar más allá de lo establecido? Y esto es precisamente lo que sucedió con el marcapasos, un adminículo que nos habla de la resiliencia de los investigadores. Su historia nos recuerda que a veces los mayores descubrimientos no vienen envueltos en papel de regalo sino en el papel de traza, el que se utiliza para envolver los errores. Imaginemos por un momento la historia de la medicina como una gran obra de teatro. Un escenario donde los científicos son actores improvisados, donde un simple error puede convertirse en el giro argumental más inesperado . Y en esa obra maestra del destino nuestro protagonista no es otro que Wilson Greatbatch (1919-2011), un ingeniero eléctrico estadounidense que, por pura casualidad, se convirtió en un héroe silencioso de millones de corazones. Era un día como cualquier otro en un laboratorio de Buffalo (Estados Unidos). Allí Greatbatch, con la concentración de un cirujano y la curiosidad de un niño desmantelando un juguete, estaba trabajando en un dispositivo para grabar los sonidos cardíacos. Su misión parecía simple: crear un aparato capaz de escuchar el lenguaje secreto del corazón humano. La medicina de la época era como un detective sin linterna en una noche oscura. Los médicos sabían poco sobre cómo intervenir cuando el corazón decidía negarse a cumplir con su trabajo. En aquellos momentos las arritmias cardiacas eran como pequeños motines internos que podían acabar en tragedia en cuestión de minutos. Y entonces sucedió lo inesperable. Un momento tan nimio que en cualquier otra circunstancia hubiera pasado desapercibido. Greatbatch metió un resistor equivocado en su dispositivo. Para el observador casual, para cualquiera de nosotros, aquello era un simple error de principiante, pero para él fue el inicio de una revolución médica. El aparato comenzó a emitir unos pulsos eléctricos con un ritmo tan perfecto que parecía imitar los latidos cardíacos. No era un ruido aleatorio, era una especie de sinfonía electrónica que resonaba con una precisión matemática. En este punto de la obra es donde la magia de la serendipia entra en escena. Muchos habríamos visto ese error como un fracaso, un motivo de frustración. Pero Greatbatch no era como la mayoría, era uno de esos raros individuos capaces de ver más allá de lo evidente, de transformar un accidente en una oportunidad. Su mente comenzó a girar como un torbellino de posibilidades. ¿Y si en lugar de grabar los sonidos del corazón, pudiera producir los latidos? ¿Y si ese pequeño dispositivo pudiera ser un 'apuntador' para un corazón que se ha olvidado de su guion? De esta forma nació el primer marcapasos implantable. Un pequeño dispositivo capaz de susurrar electricidad y decirle al corazón enfermo: «Tranquilo, yo me hago cargo». La historia de Greatbatch va mucho más allá de un invento médico. Es una lección magistral sobre la importancia de mantener la mente abierta, de no descartar lo inesperado y de ver los errores no como obstáculos, sino como puertas abiertas a nuevas realidades. Hoy, décadas después, millones de personas llevan en su interior un pequeño homenaje al error creativo de Greatbatch. Cada marcapasos es un recordatorio de que la ciencia no es un templo de solemnidad, sino un espacio de juego, de asombro, de infinitas posibilidades. Nuestro protagonista falleció en el 2011 en Williamsville, Nueva York. En el momento de su muerte tenía registradas más de 220 patentes y hasta el último día de su vida tuvo la curiosidad propia de un niño de doce años, lo que llevó a interesarse e investigar por todo lo que le rodeaba. Nada le era ajeno, desde las naves espaciales cargadas con energía nuclear hasta las canoas henchidas de energía solar.