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Entre la impaciencia funcional y la paciencia recomendable

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Lo confieso. Nada es más difícil para mí que mostrarme paciente cuando en el cuerpo me recorre el desacuerdo, la molestia o la desesperación de estar frente a un interlocutor o circunstancia que me lleva a los límites de la dosis de tolerancia que la vida me dio.

La edad y las horas vuelo han ayudado, pero disto muchísimo de haber llegado al nivel óptimo que observo en quienes llegaron temprano a la repartición de esa virtud. La dosis de paciencia situacional que hoy puedo poner al servicio de mi actual profesional ha sido trabajada y no pocas veces aprendida por las piedras.

En su definición más simple, la paciencia es la capacidad para esperar que algo suceda o tenga su desenlace, sin perder el nivel de calma, silencio o serenidad que la situación exija.

“Siendo un impaciente imprudente de joven, ¿cómo has aprendido a manejar tu impaciencia en los momentos críticos de los negocios?”, me preguntó un viejo amigo hace poco saliendo de una junta. Aquí parte de las reflexiones que pensé en voz alta frente a él:

1)Todo tiene una explicación, pero hay que encontrarla.- Y todo comentario, acción u omisión, en el fondo es un detonador, un interés o incentivo y , a veces, un trauma o una carencia atrás. Y lejos de reaccionar al efecto (el acto o el comentario), me concentro en entender las causas del dicho, el modo o la acción.

Mucha de la impaciencia se nutre por desear que los individuos piensen lo que tú piensas, hablen como tú lo dirías o actúen como tú lo esperarías. Nada más equivocado en la vida. Las personas hacen lo que hacen porque son como son.

2) Se puede ser firme con el tema, sin ser irrespetuoso con la persona.- En el estilo que resulte característico de cada quien, incluso el firme o directo. El secreto es concentrarse en el asunto y no en la descalificación o juicio hacia el individuo (que siempre es tentador).

“Dejemos que cada quién se haga cargo de su emoción”, me suelen escuchar no pocas veces mis cercanos. Y entre que los adultos en el cuarto lo asimilen, con la prudencia que el caso requiera, el talento debe ser puesto al servicio del propósito, no del arranque irreflexivo o del ego ensordecedor.

3) Pueden coexistir la paciencia con el ser y la impaciencia corporativa.- El ser humano requiere respeto, la ineficiencia no. Los individuos necesitan comprensión situacional; los problemas no. Esto obligan a la acción asertiva.

Hay que aprender a ser paciente, pero nunca con los resultados incorrectos. Y sí. Cuesta trabajo aprender que las personas son personas y los asuntos son asuntos. Pero desde la perspectiva de la paciencia, mezclarlos es mala idea.

El accionamiento inteligente en los negocios y en muchas fases de la vida cotidiana requieren de dominio de circunstancia. Un dominio que se nutre de la paciencia activa e intencionada con quienes son afectos a la necedad, la arrogancia o a las formas altaneras que resultan alejadas de la idoneidad que los más de los momentos agradecen.

El paciente no se subyuga. No concede por evitar el conflicto. No es ajeno a la fricción o la incomodidad que normalmente detona el desacuerdo o los intereses contrapuestos. El paciente sólo domina su propio ser: su reacción, su silencio y su compás de espera. Sabe dosificar su actuar táctico con destreza en la administración de los tiempos del caso.

Y hay más, pero si me apuran, una sola cosa es la más relevante. Quien desea nutrir la siempre recomendable paciencia, se enfoca en que una modificación abrupta de su estado de ánimo nunca le provoque efectos contraproducentes. Y eso, jóvenes ilustres, es lo más difícil de lograr en el mundo mundial.