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Hayao Miyazaki, un solitario que se construyó un mundo a la medida

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El documental Hayao Miyazaki y la garza (disponible en Netflix) es una declaración de principios que desmarca a la animación japonesa de los dibujos animados que se producen en el resto del mundo. La pone al nivel de gran arte.Hayao Miyazaki y la garza retrata la vida cotidiana de un director y guionista que charla con todos sus vecinos. Lo hace con sencillez a pesar de que todos saben que este hombre de aspecto venerable escribió y dirigió El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke o El niño y la garza, obra que sirve, en este documental, para explorar las manías del director. Pero, lo más importante de la película es que puede cambiar nuestro punto de vista. Por más que Hayao Miyazaki sea considerado un autor para niños, si uno se mete en sus obras encontrará portales que llevan a lugares cada vez más profundos. Puede que sea que, en el pasado, Disney simplificó tanto los mitos de Europa que los transformó en melodramas que no carecen de crueldad, la verdad es que muchos cinéfilos no le entran al cine de animación porque lo consideran pueril. A ellos, especialmente hay que invitarlos a ver este hermoso documental.El viaje de Chihiro, por ejemplo, tiene la poesía de Tarkovski. En Solaris hay esta escena: un par de niños juega en un jardín soleado. De pronto, auténticamente sin porqué, comienza a llover. Así sucede en El viaje de Chihiro, la protagonista tiene que bañar a un río y la idea parece graciosa, pero si uno va más allá de las obviedades verá que la película denuncia a la sociedad de consumo, a la industrialización del Japón moderno, ese que destruye los paisajes exquisitos de esta isla; una naturaleza que ha inspirado tanto a Miyazaki como a los poetas que escriben haikus.El cine en tres actos propio de todo aquello que se nos vende como comida rápida en cartelera explica demasiado, no hay lugar para la maravilla del sin porqué. Ahora bien, ¿dónde encuentra Miyazaki, el artista zen, su inspiración? En la naturaleza, por supuesto, pero también conversando con sus vecinos. La aventura que puede significar para un hombre con semejante imaginación el paseo que implica comprar unos cigarros o visitar a un vecino le regala la inspiración para imaginar películas cada vez más extravagantes, más llenas de sin porqué y eso es justo lo que les da el carácter onírico que las vuelve deliciosas e intrigantes; hermosas e inabarcables en su significado. A diferencia de los artistas consagrados de Occidente, Miyazaki vive con la simplicidad de quien encuentra que en su barrio hay suficientes aventuras como para hacer mil películas. Sólo hay que aprender a ver. A ese niño con cara redonda, a aquel otro de nariz afilada. Héroes y antihéroes pueblan la vigilia del maestro, porque llegada la noche, él cierra los ojos. Al principio, según dice, no mira nada, pero estira los brazos y comienza a imaginar. Poco a poco van apareciendo los personajes y él ha comenzado a crear. Esta es la realidad. La que construye con fragmentos de todas las aventuras que ha vivido a lo largo del día, la historia que adquiere sitio en el infinito de estos ojos cerrados. Ahí aparece de pronto una niña triste porque ha dejado a sus amigos de la escuela, un científico que busca la inmortalidad o un muchacho que está huérfano, como en El niño y la garza. Y es que al igual que este muchacho, Miyazaki es un huérfano; un solitario que ha debido construirse un mundo a su medida sin negar por ello la realidad.AQ