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De la incertidumbre laboral al sexo sin artificio: por qué muchos 'millennials' se identifican con 'Los años nuevos'

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La miniserie que dirige Rodrigo Sorogoyen y escriben Paula Fabra y Sara Cano cuenta la historia de una pareja a lo largo de una década, entre sus 30 y 40 años: "No es como esas series en las que no entiendes en qué trabajan para vivir así (...) La hemos visto con esa sensación de 'mierda, soy yo"

Sarah Jaffe: "Fomentar el amor al trabajo es una forma de hacernos seguir trabajando para que Bezos acumule dinero"

Chica conoce chico en una fiesta de fin de año. Así, con esa idea aparentemente sencilla, comienza Los años nuevos, la miniserie de Movistar+ que no solo está cosechando buenas respuestas de crítica y público: también es probable que ostente el récord de más “¡Esa soy yo!” entonados por capítulo de nuestros estrenos recientes. La historia de Ana y Óscar, que se desarrolla en diez nocheviejas consecutivas desde que ambos cumplen 30 años, ha hecho que muchas personas se sientan reflejadas en ella, ganándose el título de ficción generacional para quienes nacieron alrededor de los 80.

“Aunque no son mi generación –creo que son diez años más jóvenes–, me he sentido muy identificado en multitud de situaciones que nos han pasado a todos a lo largo de nuestras vidas: vivienda, economía en pareja, drogas, futuro, vejez, muerte, melancolía, sexo y sus problemas, hijos, viajes, trabajo, economía sumergida, relación de nuestras parejas con nuestros padres y amigos…”, explica a elDiario.es Gonzalo Payo, productor musical. 

“Me siento identificado con determinadas situaciones que viven (y sufren) los personajes: el momento ese en el que 'dejas de ser joven' y te preocupa la vivienda, el alquiler o el ganarte la vida con tu profesión, por ejemplo”, aporta, por su parte, Izan Guerrero, periodista.

La generación de la precariedad

Óscar es médico y, en 2014, año en el que se ambienta el primer capítulo, se puede permitir alquilar un piso en Madrid para él solo. Y eso, aunque reconoce que no cobra mucho (“he hecho las cuentas y me pagan diez euros la hora, incluso las extra”, dice). Ahora, diez años después, quizá no podría hacerlo: el precio de la vivienda de alquiler en la Comunidad se ha duplicado en una década, con una subida del 103% en diez años según el estudio Variación acumulativa de la vivienda en España en 2024 de Fotocasa.

Ana, por su parte, es camarera en un bar. Estudió periodismo, pero no encuentra nada de lo suyo. Es un caso habitual: según el Ministerio de Educación, en 2014, aproximadamente el 45% de los titulados universitarios tenía un trabajo por debajo de su cualificación cuatro años después de acabar la universidad mientras que, según el INE, un total de 14.901 egresados universitarios afirmaban no haber trabajado desde que se titularon en 2010. 

En periodismo, las circunstancias son aún más flagrantes, pues esta carrera y turismo son las que cuentan con más estudiantes arrepentidos cinco años después, según el INE. Así, incluso actualmente, más de una de cada tres personas que terminaron su grado en 2014 escogería otra especialidad si volviese a empezar, o directamente, no iría a la universidad. 

La búsqueda de un trabajo satisfactorio es una de las tramas principales de la protagonista, que en el piloto está a punto de irse a vivir a Vancouver para mejorar su situación laboral y vivir una experiencia en el extranjero. Es, también, un caso paradigmático, pues en 2014, seis de cada diez jóvenes españoles planeaban emigrar en busca de empleo, según una macroencuesta realizada por el Instituto para la Sociedad y las Comunicaciones de Vodafone.

Una de esas jóvenes era Paula Fabra, coguionista y cocreadora de la serie, que acabó, de hecho, marchándose a la ciudad canadiense en busca de las condiciones laborales que no encontraba en España. “Nunca tuvimos la intención de hacer una serie generacional. Es solo que hemos elegido unos personajes que tienen una edad concreta en un mundo que es este mundo. Y bueno, supongo que eso hace que se hayan enfrentado a los mismos problemas que se ha enfrentado nuestra generación”, cuenta Sara Cano, también coguionista y cocreadora. “Yo he sido médico y he vivido cómo funciona la sanidad. Creo que hemos conectado con la gente desde esa honestidad”.

Conforme avanzan los capítulos, vemos que Ana y Óscar se van a vivir juntos a la casa de él, pues ella comparte piso con dos personas más. Esta decisión pesará, más tarde, en su relación: “Te dije que buscáramos algo juntos, pero no quisiste”, dice ella. “¡No tenías trabajo!”, responde él. “¡Pero si encontré curro dos meses después! Pensé que éramos un equipo”. 

Efectivamente, con el paso del tiempo, Ana consigue emplearse en su campo, pero siempre está buscando una mejora de sus condiciones, incluso en el extranjero. Sin embargo, no le resulta fácil que su pareja, con trabajo estable, la apoye en su decisión de irse juntos, lo que crea rencillas en la relación.

Él, además, quiere tener hijos, pero ella, como muchas mujeres universitarias en la treintena, está centrada en afianzarse laboralmente. “Ya habrá tiempo para pensar en eso”, dice en la Nochevieja en la que ambos tienen 35 años, en lo que vuelve a apuntar a retrato generacional: según el INE, la edad media a la que las mujeres españolas tienen su primer hijo fue de 32,6 años en 2023, siendo esta cifra aún mayor para aquellas con estudios superiores. Y más de la mitad (52%) de las mujeres de 30 a 34 años no ha tenido aún hijos (y quizá no lo hagan nunca).

El afán de mejora laboral de Ana tampoco gusta a su madre: “No puede ser: 'me aburro de este trabajo y pum, lo dejo. En la vida toca aguantar, uno no siempre hace lo que quiere”, le recrimina durante una cena. 

Esta visión estoica de la vida, ese inmovilismo, está evidentemente mediatizado por las circunstancias de una generación que podía conseguir con relativa facilidad un 'trabajo para toda la vida', y que, a la vez, no siempre concebía el empleo como una oportunidad de realización personal, sino como una obligación necesaria. El hecho de que los millennials prioricen el bienestar en el lugar de trabajo (en el que, a veces, se pasan más horas que en la propia casa) es, de hecho, una de las razones por las que se les ha etiquetado injustamente como 'la generación de cristal'

“No es como esas series en las que no entienden en qué trabajan para vivir así”, reflexiona María Fernández, comunicadora que se ha sentido completamente reflejada en la serie. “Los años nuevos ha sido un tema de conversación últimamente entre el grupo de amigas que tenemos entre 35 y 40 años. No puedes dejar de mirar la pantalla porque te estás viendo ahí, o te has visto ahí. Todas vimos la serie con esa sensación de: 'Mierda, soy yo'. Incluso nos sentimos identificadas a nivel grupal con el conjunto de amigos, con esa Nochevieja juntos en una casa, etcétera”.

Ha sido un tema de conversación últimamente entre el grupo de amigas que tenemos entre 35 y 40 años. No puedes dejar de mirar la pantalla porque te estás viendo ahí, o te has visto ahí

María Fernández espectadora de 'Los años nuevos'

La vida sin artificios

Efectivamente, si por algo se caracteriza la serie es por su abrumadora naturalidad, algo que se percibe tanto en el extraordinario trabajo de los actores protagonistas, Iria del Río y Francesco Carril, como por la brillantez de unos guiones escritos y reescritos hasta encontrar una fluidez que se parece más a la improvisación. Además, está plagada de momentos que en nada extrañan a quienes tenemos entre 30 y 40 años, pero que rara vez plasman en las ficciones. 

Nadie se extraña, por ejemplo, de que la mañana del 1 de enero, todos los coches de una calle del centro de Madrid amanezcan vandalizados, e incluso se toma con cierta normalidad que apuñalen a un chico en una fiesta de Nochevieja (todos hemos escuchado algún caso). También se ha vuelto habitual el ir a casa de un desconocido a comprar cosas de segunda mano, e incluso regalar un succionador de clítoris a tu pareja. 

“La serie refleja, de una manera tan realista que a veces es incómodo verlo, desde las conversaciones normales –que están plagadas de silencios, miradas, con las que te puedes reconocer muy fácilmente– hasta las relaciones sexuales: no he visto nunca una cosa tan realista y con tanta complicidad, con lo bueno, con lo malo, con la torpeza, con los nervios, con absolutamente todo”, indica María Fernández.

A este respecto, Fabra, guionista, explica: “Recuerdo una conversación muy divertida que tuvimos los tres [las guionistas y creadoras junto con Rodrigo Sorogoyen] sobre qué método anticonceptivo usaban los protagonistas, porque queríamos ser muy realistas”, explica Cano. “No queríamos dejarnos los detalles reales de cuando te acuestas con alguien por primera vez, que además es muy probable que no salga bien. Y luego, el mero hecho de que usen condón ya es una decisión importante, que te dice cosas de los protagonistas”.

Así, con decisiones pequeñas, con comentarios aparentemente insignificantes, con miradas y gestos, se va dibujando despacio, sin obviedades, la relación entre Ana y Óscar, su mundo, que es el nuestro. Un espectador les dijo que la serie “te obliga a escuchar”, y es un comentario que a Fabra se le quedó grabado. “Creo que en él hay algo real”.

No queríamos dejarnos los detalles reales de cuando te acuestas con alguien por primera vez, que además es muy probable que no salga bien. Y luego, el mero hecho de que usen condón ya es una decisión importante, que te dice cosas de los protagonistas

Paula Fabra coguionista y cocreadora de 'Los años nuevos'

Personajes sin grandes tormentos

Ana y Óscar no tienen obsesiones, ni extravagancias ni grandes traumas, que suelen ser algunas de las características que atraviesan a los personajes principales en las ficciones. “Está muy buscado”, reconocen las guionistas. “Uno de nuestras principales referentes al principio era Normal People, que nos gusta muchísimo” cuentan, refiriéndose a la ficción surgida del bestseller de Sally Rooney, Gente normal (Random House, 2019). “Pero en esa serie, aunque todo es como muy naturalista y tal, si te fijas, los personajes están atormentadísimos”.

Sin embargo, Fabra y Cano quisieron trazar unos caracteres que no estuvieran mediatizados por grandes traumas. “Los padres de Óscar, por ejemplo, están separados. Me acuerdo de que al principio pensamos como en algo un poco más duro para él, pero es que no hace falta. Pusimos mucha energía en normalizar a los protagonistas, dentro de que, evidentemente, tienen sus taras, pero son cosas 'pequeñas”, reflexiona Fabra. De hecho, para ella, el 'trauma' de Ana es que no tiene claro qué hacer con su vida en términos laborales.

Que esta ausencia de extravagancias de los protagonistas haga que sintamos una alta conexión con ellos tiene su explicación: “La identificación y la proyección son dos mecanismos de defensa que poseemos todos los seres humanos y como mecanismos de defensa que son, nos ayudan a separarnos, en parte, de la angustia que nos pueden generar ciertas situaciones de la vida. Con algunos personajes de series o películas es muy probable que nos sucedan, máxime si estos personajes son 'asequibles', es decir, si tienen rasgos considerados comunes o normales”, explica la psicóloga clínica Alicia Escaño. 

Según la profesional, este tipo de ficciones tienen la característica de hacer que sintamos que “no somos unos bichos raros”, mitigando así nuestra sensación de soledad, e incluso nos da la posibilidad de proyectar nuestras ansiedades, afectos y expectativas en los protagonistas. “En realidad, lo que nos pasa con ficciones como esta o como This is us, por poner otro ejemplo, es muy parecido al efecto que suele darse en las terapias de grupo, inclusive con su duelo correspondiente una vez finaliza la serie”.

Pero volviendo a Ana y Óscar, tanto ellos como sus amigos se mueven en ambientes que gran parte de quienes hemos sido universitarios a finales de la primera década de los 2000 reconocemos fácilmente: la fiesta de Nochevieja en el bar, el misterioso club de Berlín, el circuito de conciertos indie… Ana, de hecho, tiene un póster de Mujeres y Biznaga en su habitación, en un guiño al estilo de la banda sonora que recorre toda la serie. Incluso es fácil sentirse reflejado en las escenas de toma de drogas en los baños y en el taxi, pues, como sucedía con el sexo, se muestran con total naturalidad, sin ninguna 'oscuridad'.

Para los de las relaciones estables y largas

“Tengo una amiga que acaba de dejarlo con la pareja después de 17 años, y ella ha transitado esta serie agarrándose a la televisión, llorando. Se ha visto reflejada, ha visto en ella momentos de su relación… Verla ha sido, en su caso, algo poco más que revelador. Si has tenido una pareja durante un tiempo más o menos largos, vas a sentir que has vivido esas idas y venidas”, dice María Fernández.  

“Es verdad que una parte de mí dice: ¿otra historia de amor hetero, sin más? Hay algo como muy clásico en ellos que no me interesa mucho. Son como demasiado normales. Echo en falta rarezas, desviaciones”, reflexiona, por su parte, Sara Martín, escritora, a quien, a pesar de todo, le ha encantado la ficción, que considera “bellísima”. 

Su vínculo es, además, monógamo, cosa que quizá no sería igual si hubiese comenzado en 2024. Ahora, las situationships (esas relaciones que se encuentran a medio camino entre la amistad y las de pareja), y el poliamor y las relaciones abiertas (abrazado por un 60% de la generación Z, según un estudio de Ashley Madison y YouGov) están a la orden del día. Además, casi el 20% de los jóvenes se describe como LGTBIQ+, según un estudio de Ipsos realizado en 26 países, entre ellos España.

Es verdad que una parte de mí dice: ¿otra historia de amor hetero, sin más? Hay algo como muy clásico en ellos que no me interesa mucho

Sara Martín espectadora de 'Los años nuevos'

¿Y qué es eso de conocerse en una fiesta? Quienes tienen 30 años hoy no solo salen menos, sino que, según recogen varios informes (como el llevado a cabo por Gallup) dicen no beber nunca o prácticamente nunca. “A lo mejor esta serie a un veinteañero ni fú ni fá, a lo mejor no le llega mucho, pero si tienes entre 30 y 40, has estado ahí, te ves en alguno de esos momentos, reconoces la verdad que tiene. Muchas veces, se busca que las series sean muy grandilocuentes, pero esta, dejándonos mirar por una ventanita cómo se desarrolla la vida de estas dos personas, es redonda”, explica Mónica López, que trabaja en el equipo de un festival de cine.

Un equilibrio buscado

Ocurre una cosa curiosa en Los años nuevos: a primera vista, no hay grandes clichés de género. Por ejemplo, ambos se reparten equitativamente las tareas de la casa (“¡Todo se negocia ahora! Que se parta todo al milímetro quita el misterio”, exclama la madre de la protagonista en el capítulo de la cena familiar).

Sí, hay un momento en el que Óscar siente celos de Ana (en el plano secuencia de la pelea del quinto capítulo, una auténtica obra maestra), pero es solo porque el personaje de ella es mucho más extrovertido y confiado que él. Realmente, las tramas y motivaciones entre ambos podrían ser intercambiables.

“Alguien nos dijo que Óscar tenía una masculinidad líquida, que era un tío muy femenino. Pero mis amigos no son machirulos. Los hombres a los que más quiero son tipo Óscar”, explica al respecto Paula Fabra. Y Cano añade: “Teníamos claro que no queríamos heredar esa especie de guerra de sexos que te cae como una losa de generaciones anteriores”. Es un extremo que se pone de manifiesto repetidamente en la mencionada cena con los padres, que parecen comunicarse solo con clichés: “¡Que no te vea yo mear sentado, que eres un hombre!”, le espeta la madre de Ana a su marido. 

Tal es el equilibrio entre los personajes que es difícil ponerse 'de parte' de Ana u Óscar, algo que las guionistas han conseguido a base de trabajo duro: “Nosotras somos mujeres, él [Sorogoyen] es hombre, entonces había veces que de repente escribíamos algo y él como que no lo veía. Ha habido discusión en este aspecto. Y al final ha jugado mucho el equilibrio. A lo mejor nosotras, al principio, le dábamos un poco más de motivación en una discusión a Ana, y de repente Rui [Sorogoyen] ponía la balanza. Ha habido mucho trabajo de intentar entender a los dos personajes. Al final, cuando los cargas de razones, hay un equilibrio”, explican las creadoras. 

Así, con la titánica tarea de empatía y honestidad que lleva detrás, Los años nuevos demuestra algo que la gran literatura ya nos explicó hace tiempo: que para que una experiencia individual resuene en lo colectivo solo hay que contarla con la mayor verdad posible.