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Francisco J. Orozco: ¿Seguros que queremos reducir la jornada laboral?

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Amigas y amigos lectores, el tema de la reducción de la jornada laboral en México está nuevamente en el centro del debate. La propuesta de disminuir el límite de 48 a 40 horas semanales y establecer dos días de descanso obligatorio ha despertado entusiasmo en algunos sectores, pero también ha generado preguntas fundamentales: ¿es realmente viable? ¿Estamos preparados para implementarlo? Por mi parte, podría decir que esta reforma parece más un deseo que una realidad alcanzable y espero explicarlo en las siguientes líneas.

Para calentar motores, la Ley Federal del Trabajo en México establece actualmente una jornada laboral máxima de 48 horas semanales. Reducirla a 40 horas no solo implicaría modificar esta ley, sino también reformular acuerdos colectivos, políticas internas de las empresas y, en muchos casos, sistemas de contratación.

La implementación de esta reforma exigiría claridad en varios puntos. Uno, ¿qué sucede con los contratos vigentes? Muchas empresas tendrían que renegociar términos, lo cual podría generar conflictos laborales y aumentos en los costos administrativos. Dos, ¿qué pasa con los horarios flexibles? Sectores como el retail, manufactura y servicios dependen de horarios extendidos para mantener su operación.

Desde el punto de vista legal, este cambio podría traducirse en una ola de litigios laborales, especialmente en empresas que no logren adaptarse al nuevo esquema rápidamente. El argumento más citado a favor de la reducción de la jornada laboral es que podría aumentar la productividad.

Sin embargo, este supuesto se enfrenta a una realidad distinta: no todas las empresas ni sectores tienen la misma capacidad para adaptarse. Por ejemplo, sí o sí habría un aumento en los costos laborales, esto significa que reducir las horas de trabajo sin disminuir el salario equivale a un aumento en el costo por hora laborada. Esto impactaría directamente a las pequeñas y medianas empresas (PYMES), que constituyen más del 90% del tejido empresarial en México.

Otro punto es la contratación adicional, en sectores que dependen de turnos extendidos, las empresas podrían verse obligadas a contratar más personal para cubrir las horas restantes, lo que incrementaría los costos laborales y las contribuciones fiscales. Por último, las empresas podrían buscar transferir estos costos al consumidor o incluso reducir sus plantillas.

La reducción de la jornada laboral no es un tema nuevo. Países como Dinamarca, Suecia y Alemania han experimentado con jornadas más cortas, pero es importante analizarlas. En estos países, la productividad laboral es significativamente mayor que en México. Según datos de la OCDE, mientras un trabajador danés genera alrededor de 80 dólares por hora trabajada, en México esta cifra apenas supera los 20 dólares

¿Qué es lo que estamos pasando por alto? Más del 50% de los trabajadores en México se encuentran en la informalidad, según el INEGI. ¿Cómo se beneficiaría este segmento de una reforma que no aplica a su realidad laboral?

Asimismo, existe desigualdad entre sectores, mientras que algunas industrias como las tecnológicas, pueden adaptarse fácilmente a una jornada reducida, sectores como la construcción, manufactura o agricultura enfrentarían enormes desafíos operativos. Para finalizar, Reducir la jornada laboral no garantiza automáticamente un aumento en la productividad.

En México la cultura del “presentismo” (estar más horas en el trabajo sin ser necesariamente más productivo) sigue siendo una barrera significativa.

¿Entonces es viable la reducción de la jornada laboral? A corto plazo, no lo parece. Aunque la idea de una jornada laboral más corta resulta atractiva, no podemos ignorar las profundas implicaciones económicas, fiscales y sociales que conlleva.

Sin un plan integral que incluya incentivos fiscales, apoyo a las PYMES y una estrategia para combatir la informalidad, esta reforma corre el riesgo de ser un arma de doble filo: una medida bien intencionada pero impráctica en su implementación.

Como país, debemos avanzar hacia mejores condiciones laborales, pero esto requiere más que un cambio en las horas trabajadas.

Necesitamos un enfoque sistémico que incluya mejoras en la educación, el fortalecimiento del estado de derecho y una cultura de innovación. Porque al final del día, no se trata solo de trabajar menos, sino de trabajar mejor.

¿Qué opinan ustedes, amigas y amigos lectores? ¿Es esta una jugada maestra o un tiro que podría salirnos por la culata?