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Ole tus doce uvas, Lalachus

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Los últimos días han ido apareciendo varios comentarios dirigidos hacia Lalachus por su físico después de saberse que va a presentar las campanadas de TVE junto a David Broncano. Tal vez esos acomplejados no son conscientes de que para reírse de alguien con efectividad el agravio debe de importarle

La comedia es, sobre el papel, algo simple. Una persona cuenta una broma y, como resultado de ello, otra persona se ríe. Pero simple no significa fácil, en absoluto. Un buen cómico ha de elegir con qué hace reír y por qué. Si recurre a chistes sobre personas más desfavorecidas, por ejemplo, el comediante está eligiendo que su humor sea facilón y manido. Me imagino que los cómicos se plantean constantemente ese dilema: ¿De qué quiero hacer humor? Que es lo mismo que preguntarse: ¿A qué poder me estoy enfrentando con mis bromas? ¿Para qué estoy utilizando mi altavoz?

Personalmente me encanta Lalachus como cómica porque es una narradora nata y apasionada que ha elegido su vida como tema principal de su repertorio cómico. Reírse de sus contradicciones, de lo mal que su novio le hace las fotos, de sus bailes mamarracheros, de cuando intenta ser romántica con su pareja y le queda cutre; reírse de sí misma, vaya. Convertir lo mundano, lo banal, lo poco extraordinario en algo eficazmente humorístico es un don que está a la altura de muy pocos.

Yo no creo que el humor tenga que ser necesariamente inofensivo ni dócil, creo en el humor ofensivo porque entiendo que la comedia es una válvula de escape, una liberación basada en el shock, la subversión y también en algo de transgresión. Reírse de un problema no significa evitarlo o menospreciarlo: al contrario, puede ser una de las formas más poderosas y efectivas de exponerlo y abordarlo. Creo, además, que la comedia hecha por mujeres nunca ha sido tan escatológicamente grosera o  sexualmente explícita, ni ha abordado temas tabúes con tanto entusiasmo, y me alegro por ello. Aunque en el caso de Lalachus no necesita ser grosera ni explícita para resultar hilarante.  

Los hombres llevan décadas riéndose de las mujeres en sketches, en monólogos, en medios de comunicación, en tertulias, en cualquier espacio que dominen. Sin ir más lejos, hace unos días el líder de Vox, Santi Abascal, participó en un popular podcast argentino en el que los presentadores se echaron unas risas mientras decían que Begoña Gómez “duerme con un marroquí y a Pedro Sánchez le gusta verlo”. Abascal no se sumó a las risas, pero tampoco les corrigió ni dijo nada al respecto. El podcast siguió como si nada después de la bravuconada y fue pertinentemente reproducido en los habituales canales de ultraderecha españoles. Los últimos días también han ido apareciendo varios comentarios dirigidos hacia Lalachus por su físico después de saberse que va a presentar las campanadas de TVE junto a David Broncano. Tal vez esos acomplejados no son conscientes de que para reírse de alguien con efectividad el agravio debe de importarle. Y seguramente tampoco saben todavía de que eso de reírse de una mujer por su físico o por quien o no se acuesta no solo es cutre, es que es tan poco original que dice mucho de la altura intelectual de los ejecutantes. 

Lalachús lleva tiempo demostrando que el humor funciona cuando se despoja de prejuicios y cuando nosotras mismas nos reímos de las expectativas que la sociedad tiene sobre nosotras: es la mejor forma de dejarlas (de dejarlos) en evidencia.