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Fe, familia y educación como fuentes de cultura y prosperidad

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Desde que la Paz de Westfalia consolidó el Estado moderno, la respuesta a la pregunta “¿por qué prosperan las naciones?" concentra la vida intelectual.

A lo largo de la historia, múltiples teorías del desarrollo han aspirado a descifrar el acertijo, y fue en razón de esta interrogante que este año los economistas Daron Acemoglu y James Robinson fueron premiados por la Real Academia Sueca de las Ciencias con el Nobel de Economía.

Su obra más popular, titulada Por qué fracasan los países, propone una tesis que, según mi criterio, es parcial, pues, aunque ellos sostienen que el fundamento para el desarrollo está en las instituciones políticas democráticas, estoy convencido de que la propuesta de establecer instituciones democráticas e inclusivas no basta para alcanzar la prosperidad de las naciones.

Lo aseguro sustentado en la prueba histórica: aun por la vía forzosa se han establecido instituciones democráticas con aspiración de inclusividad, pero si la fundación de esa institucionalidad no la respalda una cultura social, es imposible que esas instituciones, por sí solas, creen condiciones para el desarrollo.

El secreto de la prosperidad no está en las instituciones como tales, sino en la cultura de la sociedad.

Vuelvo al punto de partida: ¿por qué prosperan las naciones? No por otra cosa sino por la cultura que abrazan, por su coeficiente cultural.

La cultura es el conjunto de convicciones comunes que condicionan el comportamiento social. Por cultura entiendo el código o sistema de valores y principios forjado gracias a la experiencia de vida de las generaciones que nos antecedieron.

Tanto la cultura como el coeficiente cultural de una sociedad son el conjunto de convicciones y principios que una sociedad practica al momento de tomar decisiones morales.

Como la cultura es una vocación espiritual que dirige y orienta la conducta y los pensamientos de los ciudadanos, las sociedades con alto coeficiente cultural son aquellas en las que la gran mayoría de sus habitantes tienen como vocación la toma de decisiones morales correctas, o donde la suma de esas decisiones es alta.

En otras palabras, cuantas más decisiones morales certeras toman individualmente los ciudadanos, más prosperidad habrá en dicha sociedad.

Cabe aclarar que, aunque la prosperidad implica capacidad económica, el poderío económico, por sí solo, no garantiza prosperidad, sino el coeficiente cultural.

Si bien es cierto que la cultura está condicionada por convicciones, y estas se alimentan de la información que recibimos, la cultura no depende exclusivamente de la información ni de la capacidad económica, sino que se forja como una vocación del espíritu.

Por ello, la cultura se deriva de tres fuentes primarias: la fe, la familia y la educación. Y es también la razón que provoca que la cultura la determinen básicamente los valores, como por ejemplo el sentido que tengamos sobre lo que para nosotros es bondad, orden, honor, honradez, lealtad, belleza, temor de Dios, trato personal o “urbanidad”, tal como en el pasado se denominaba a los buenos modales.

Por eso, en gran medida, la cultura de las sociedades está influida por el sustrato de fe o el modelo de espiritualidad que ha sustentado la cultura nacional.

Hay otras respuestas que pretenden explicar por qué se logra la prosperidad, pero sin duda son insuficientes. La teoría marxista-leninista afirmaba que el desarrollo se logra a partir de la concentración en el Estado de todos los factores de producción en una economía de planificación centralizada, lo que es posible cuando la clase trabajadora toma forzosamente el poder político e instaura un régimen proletario.

Sabemos que los colapsos que han sufrido los intentos de poner esta teoría en práctica la han desacreditado.

En el extremo contrario, se halla el liberalismo clásico, que se sustentaba en la tesis de que la prosperidad era resultado de una combinación de libertad y especialización de la actividad económica capitalista.

Los críticos que han opuesto objeciones sobre la inviabilidad de esta teoría alegan que, si para desarrollarse bastara únicamente la libertad económica capitalista y la ausencia de regulaciones y restricciones, entonces países como Haití, una de las economías capitalistas menos reguladas, serían prósperos y no miserables.

Lo que resulta claro es que, por más libertad económica que se posea, si la sociedad carece de cultura —algo indispensable para prosperar—, no basta solamente la libertad económica y comercial.

Al margen de esos dos grandes planteamientos que dominaron la vida política e intelectual de los siglos XIX y XX, han surgido una infinidad de tesis alternativas que pretenden contestar la interrogante “¿por qué prosperan las naciones?“.

Por ejemplo, la teoría de la dependencia es uno de esos enunciados alternativos, la cual sostenía la necesidad de desembarazarse del vasallaje comercial que provocaba que los países subdesarrollados del sur se limitaran a suministrar materia prima a las naciones ricas del norte, las cuales nos devolvían manufacturada la materia prima a un costo mucho mayor.

Con el surgimiento multipolar de nuevas potencias como Corea del Sur, que antes fue una nación subdesarrollada, y la demostración de que la desigualdad en la división del trabajo es un problema que también afecta las economías domésticas del norte desarrollado, esta última tesis perdió crédito.

Existen múltiples teorías más. Por ejemplo, en su obra Armas, gérmenes y acero, Jared Diamond sostiene que lo que provocó un mayor poderío de unas naciones sobre otras fue la combinación de factores geográficos y ambientales, amén de la actividad militar conjugada con el uso de las herramientas de acero y la propagación de gérmenes, afectando algunas sociedades, como ocurrió en la conquista americana.

Esta teoría también ha sido descartada por carecer de rigor académico en muchas de sus afirmaciones.

En fin, reafirmo que la prosperidad y el desarrollo no son sino resultado de la cultura social.

fzamora@abogados.or.cr

Fernando Zamora Castellanos es abogado constitucionalista.