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Conocí a un soldado

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El viernes conocí y conversé, por primera vez en mi vida, con un soldado. Un momento memorable, dado que nací, crecí y viví gran parte de mi vida en un país sin ejército. El soldado pertenece a la Fuerza Aérea británica y regresaba de estar varios meses en las bases militares en Chipre.

Su prioridad, al pasar unos días en su tierra, era disfrutar una pinta de cerveza en un pub tradicional de Oxford, donde yo resido.

Como es costumbre en el Reino Unido, el pub estaba repleto de gente alegre que cantaba al unísono el fin de la semana laboral. Fue así como el destino quiso que un par de costarricenses terminaran compartiendo una mesa con un soldado.

Nos contó que se unió al Ejército después de enlistarse como policía y que recibe una serie de beneficios del Estado británico, entre estos, subsidios para transporte y alojamiento.

En confianza y entre bromas, aseveró: “Estoy seguro de que los soldados en Costa Rica ganan mejor que nosotros”. En ese momento enmudecí, y no pude decirle que vengo del primer país en el mundo que hace 76 años decidió abolir el ejército. Nuestra conversación me quedó resonando toda la noche y hasta el sábado.

En el mundo polarizado y convulso en que vivimos, me aferro a esa visión que tuvieron nuestros antepasados por dos razones. Primero, porque me recuerda que, aun en los tiempos más oscuros de la humanidad, somos capaces de tomar decisiones valientes, radicales y llenas de esperanza por el futuro. Segundo, por esa simple pero maravillosa idea de renunciar a las armas para invertir más recursos en educación y salud.

La abolición del ejército es probablemente el hito más importante que debemos celebrar cada año. “Se proscribe el Ejército como institución permanente”: siete palabras que adornan el artículo 12 de la Constitución Política y que marcaron nuestro destino como nación en una región que fue azotada por dictaduras y golpes de Estado durante el siglo XX.

No me queda duda de que esa decisión brindó la estabilidad política excepcional que ha contribuido a que hayamos celebrado 18 elecciones nacionales consecutivas en paz y libertad desde 1953.

Debemos recordar que a la decisión de derogar nuestras fuerzas militares contribuyeron decenas de personas y fue algo que no sucedió de la noche a la mañana, ya que incluso desde comienzos del siglo XX se discutía el papel del ejército en nuestro país, y en la década de los veinte se le hicieron cuantiosos recortes presupuestarios a nuestro difunto cuerpo militar.

José Figueres Ferrer, quien abolió el Ejército el 1.º de diciembre de 1948, comentó años después que leer al autor inglés H. G. Wells fue una gran fuente de inspiración.

Mi conversación con el soldado británico me transportó a otra ocasión en que viví en un país con Ejército, hace diez años: Colombia.

En ese entonces, enseñaba inglés en una escuela pública de Bogotá como parte de un programa de intercambio en el que participamos jóvenes de más de 45 países.

Mis estudiantes eran niñas de 11 años, a las cuales les tocaría adivinar en mi primera sesión cuál era mi país de origen. Brindé algunas pistas, entre ellas, los colores de mi bandera y que mi país no tenía ejército.

Unos días después, una niña colombiana se me acercó y me hizo una pregunta dificilísima, que entendí días después: “Pero, entonces, ¿quién los defiende a ustedes?”. Solo pude sonreír y responderle sin entender mucho: “¿De quién?”.

mariaestelijarquin@gmail.com

María Estelí Jarquín Solís es experta en diplomacia científica.