La economía rusa supera los 1.000 días de la invasión a Ucrania con graves dolencias
La resiliencia económica de Rusia comienza a dar signos de fatiga por los daños colaterales de las sanciones occidentales, pero también por una industria armamentística que opera a pleno rendimiento y ha sobrecalentado la actividad, creando distorsiones salariales y laborales y una espiral inflacionista
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La economía rusa empieza a emitir síntomas de agotamiento. Hasta ahora había estado catapultada por una industria armamentística que ha operado a toda máquina para atender los frentes bélicos en Ucrania, ha mostrado unas excepcionales dotes de resiliencia a las sanciones del G—7 y una incuestionable capacidad de elusión a los vetos sobre sus ventas de petróleo y gas, que ha reportado al Kremlin divisas y suficientes flujos de caja para sortear cualquier suspensión de pagos.
Así lo admite Elvira Nabiulina, gobernadora de su banco central ruso y la auténtica artífice de que el rublo haya sobrevivido a la prohibición expresa de la Administración Biden y del resto de aliados occidentales para que Moscú pudiera el billete verde como divisa de transacción internacional desde las primeras semanas de la invasión de Ucrania. Ahora, sin embargo, la economía “atraviesa por un punto de regresión” —admite Nabiulina— por los “shocks externos”. Pese a lo cual —dijo— mantiene una resistencia activa para contener la escalada de precios e intentar rebajar los tipos de interés.
En realidad, Rusia está inmersa en una espiral inflacionista. Los precios se encaramaron a su cota máxima en septiembre —un 9,8%— desde que descendiera de los dobles dígitos en marzo de 2023, aunque en octubre se redujo al 8,6%. “Creemos que nuestra política económica la rebajará hasta el 4,5% o el 5% en 2025” antes de que se estabilice en torno al 4%, dijo su autoridad monetaria. Si fuera así, “contemplaremos abaratar el precio del dinero”, para reactivar la concesión de créditos, que está ralentizando las industrias y que ha sumido en el pesimismo a empresarios al cumplirse los 1.000 días de la invasión de su vecino meridional.
El mes pasado, Nabiulina elevó los tipos al 21%, sin descartar nuevas alzas, también en niveles récord, en diciembre. Mientras el equipo económico de Vladimir Putin incrementaba los gastos de Defensa un 25% para el presupuesto de 2025, hasta rebasar los 145.000 millones de dólares, señal del interés del Kremlin por echar más leña a su maquinaria bélica, que alimenta cuatro de cada diez dólares de su PIB. En buena medida, la revalorización salarial del sector que sostiene la actividad ha generado una competencia retributiva con el resto de los segmentos productivos y ha precipitado a los precios, además de provocar una ruptura en el tránsito y la movilidad laboral entre empresas e industrias. La mantequilla o las patatas, por ejemplo, han subido más del 25% este año.
Este deterioro coyuntural ha llevado a Andrei Klepach, economista jefe del ente de desarrollo estatal VEB.RF, a rebajar medio punto, al 2%, el repunte del PIB para 2025 por el retroceso de la inversión en capital fijo —de nueve décimas, hasta el 1%—, debido a las restricciones crediticias. Algo que también preocupa a Alexander Shokhin, presidente de la patronal, que se queja de la relación directa entre tipos por las nubes y decisiones de retraso en la inversión empresarial.
El uso del dólar como arma monetaria podría agudizarse, además, con la descontada fortaleza que el billete verde tendrá, según el consenso del mercado, a lo largo del segundo mandato de Donald Trump, lo que no solo invita a pensar que el rublo —como la mayor parte de las divisas— tendrá serias dificultades para amortiguar futuras embestidas cambiarias de la divisa americana, sino que pone en entredicho cualquier contención de la aún galopante inflación o del urgente abaratamiento del dinero en Rusia.
Sin avances en el frente y con dudas en la economía
Camino del cuarto año de hostilidades entre Moscú y Kiev, ninguno de los contendientes puede cantar victoria. El cambio de inquilino en la Casa Blanca, el empleo de misiles de largo alcance por parte de Ucrania al que ha accedido Joe Biden, secundado por Reino Unido y Alemania, y la respuesta con amenaza nuclear de Putin y su prototipo balístico intercontinental —“que no puede derribar ningún sistema antiaéreo actual”, dijo—, han puesto sobre la mesa por primera vez intentos serios de negociación de alto el fuego.
Después de más de 200.000 muertos, entre 3 y 4 veces más de heridos, millones de desplazados, el territorio y la economía de Ucrania devastados y una bomba demográfica a punto de estallar por la distorsión entre población masculina y adulta —en situación precaria por fallecimientos en la contienda— y la femenina y joven.
Mientras las sanciones occidentales y las disrupciones laborales y productivas pasan factura a la economía y a la sociedad rusas, bajo una insaciable demanda de reclutamiento a la población por parte de Putin, que ha querido sufragar con combatientes de Corea del Norte.
En el subconsciente colectivo ruso empieza a germinar la idea de que sus soldados son carne de cañón, así como la intención de escapar al exilio, explica The Economist, que destaca la existencia de una tensa calma en la climatología social del país. Es un primer vector que induce a entablar conversaciones de paz. Junto al peligro de nuevas interrupciones de suministro en Europa que, además, empieza a mostrar deseos de expandir su producción armamentística ante la probable alteración del status quo de la OTAN por parte de Trump y su exigencia de superar con creces el 2% del PIB de cada aliado en gastos de Defensa. O a la admisión por parte de Kiev de que deberá ceder territorio. Probablemente, otro 11% adicional al 7% que tuvo que aceptar tras la invasión de Crimea y el Este del Donbas en 2014.
Rusia, Europa y Ucrania tienen, por intereses diversos y contrapuestos, un objetivo compartido en la búsqueda de un cese de las hostilidades. Quizás por primera vez desde febrero de 2022.
En este juego geoestratégico una de las claves es la situación socio—económica de Rusia. Decenas de miles de residentes próximos a la frontera con Ucrania han sido evacuados por las incursiones terrestres en suelo de la federación, y el Ejército ruso está tardando demasiado en responder a la resistencia de Kiev. Para colmo, el rublo actúa de termómetro para alertar de que la bacanal de gasto militar podría haber alcanzado su límite y que el sobrecalentamiento que registra el PIB podría ser la antesala de una debacle en ciernes.
Esencialmente, y aunque persista el pleno empleo en una economía industrial de guerra y Putin haya diversificado sus exportaciones de hidrocarburos desde Europa hacia Asia, la cotización del crudo ha disminuido en el último bienio y el valor de las ventas rusas en el primer semestre de 2024 se han recortado un 4% —medido en dólares— respecto al mismo periodo del pasado año y hasta una tercera parte en comparación a 2022.
La compleja coyuntura de 2025
La parte dinámica de la economía se explica por el abandono de la austeridad. En gran medida, para no irritar a su población, que dispone de rublos en los bolsillos. Aunque a costa de que el déficit empeore 2 puntos del PIB este año y de drenar las reservas acumuladas la pasada década. Esta doble estrategia ha sido el detonante del incremento medio de los desembolsos federales del 15% en los dos primeros ejercicios de la invasión y el motor del gasto militar que, según cifra el Banco de Finlandia, alcanzará el 60% en 2025. Es decir, un arsenal que emplear en armas, en rentas a hogares, inyectar entre 195.000 y 400.000 rublos al cheque a combatientes, elevar un 10% las pensiones o renovar infraestructuras rodadas, ferroviarias o portuarias esenciales para facilitar rutas comerciales y logísticas hacia Asia.
Todo ello ha creado un exceso de endeudamiento. De consumidores, que gastan el 11% de sus ingresos disponibles al pago de gastos contraídos a tipos de interés anormalmente altos y de las empresas, que están incrementando en más de un 20% anualmente sus deudas. Desde el inicio del conflicto armado, los consumidores han elevado sus compromisos crediticios por encima de sus excepcionales subidas salariales. Con un creciente malestar por el aumento del coste de la vida, los desequilibrios presupuestarios no pueden seguir sine die con el actual precio del dinero. Como tampoco acudir sin remedio a unas reservas financieras que se evaporarían, a este ritmo, en un lustro. Los analistas anticipan que el banco central dejará el año con unos tipos del 23%.
El economista sueco Anders Aslund cree que la etapa de dinamismo económico en rusa “tiene sus días contados” y que, contrariamente a lo que piensa el Kremlin, “los tiempos no le resultan favorables”. Aslund, autor de un ensayo sobre el capitalismo de amiguetes y la cleptocracia en Rusia, alerta en Project Syndicate de “costes ocultos” por la guerra. De cerca de 190.000 millones de dólares, el 10% del PIB, este año, que se suman a una segunda ola de sanciones financieras del G—7 —la congelación de activos soberanos rusos por valor de 300.000 millones de dólares y su traslado a las arcas de Kiev—, y que han llevado a sus finanzas y cuentas públicas rusas a un exceso de desembolsos. Frente a la factura de Ucrania, de 100.000 millones, que cubren en su mitad la cooperación internacional.
Torbjörn Becker, director del Instituto de Transiciones Económicas de Estocolmo, incide en una idea similar: “la narrativa oficial de que la economía funciona y que las sanciones de Occidente no han tenido efecto es propagandística”, como lo demuestra el hecho de que Nabiulina haya elevado tanto los tipos para corregir las secuelas inflacionistas de unos vastos estímulos fiscales. La presión exterior y el intervencionismo interno por la agresión a Ucrania son daños colaterales que revelan “el deterioro de la actividad rusa”, precisa.
Más aún si vence la propuesta de la UE de sancionar a firmas chinas que negocien con rusas. O si, a instancias de Washington, se multa al brazo bancario de Gazprom, para minar los beneficios energéticos del Kremlin en el exterior. Pese al riesgo de que Moscú vuelva a cerrar la espita del gas a la UE. “La economía rusa está sobrecalentada y Putin no podrá cambiar su rumbo”, anticipa Alexander Mertens, de Atlantic Council.