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Vienen tensiones, no catástrofe

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Va a cumplirse un mes del abrumador triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos.

Antes de conocer el resultado de los comicios, dominaba la percepción de que en caso de ganar Trump nos íbamos a enfrentar a una situación de absoluta incertidumbre que nos iba a arrastrar a la inestabilidad financiera y quizás incluso a la recesión.

Se auguraba que, tras el triunfo de Trump, el dólar se iría a las nubes, basados en la experiencia de lo que sucedió en 2016.

Hay que recordar que, en aquel año, en la víspera de la elección norteamericana, el dólar se cotizaba a 18.90 pesos, y para el 1 de diciembre ya había llegado a 20.72.

Es decir, tuvimos una depreciación de 9.6 por ciento en el mes siguiente a la elección.

Si ese patrón se hubiera repetido en esta ocasión, tendríamos en este momento una cotización de 21.95 pesos por dólar.

¿Por qué no se presentó una circunstancia semejante a la del primer triunfo de Trump? ¿Por qué el viernes pasado el dólar sólo se había encarecido en 1.3 por ciento respecto a la paridad que teníamos antes de la elección de Trump?

La explicación es que la experiencia nos ha mostrado que, aunque las declaraciones del próximo presidente norteamericano pueden ser muy explosivas, la realidad tiende a mitigar sus efectos.

Lo que comenzó en 2017 como un repudio al TLCAN se convirtió en su renegociación de la cual resultó el TMEC, porque Trump no quería que el nombre del nuevo tratado fuera parecido al anterior, aunque en realidad fue el mismo con algunas revisiones y agregados.

Claro que la renegociación generó incertidumbre y se frenó la economía mexicana.

Desde enero de 2017 hasta enero de 2019, el Indicador Global de Actividad Económica (IGAE) creció a una tasa anual media de 0.5 por ciento.

En ese mismo lapso, la inversión productiva en el país permaneció virtualmente estancada.

No solo fue la renegociación del Tratado sino la incertidumbre derivada del previsible cambio del partido en el gobierno, lo que propició el freno, pero la formulación de un nuevo Tratado hizo su parte para propiciar un freno en las inversiones.

Aunque en la coyuntura actual, Trump no se ha planteado el repudio al TMEC, sí se visualiza una política activa en materia de aranceles, una agresiva política para contener la migración y la búsqueda de medidas para frenar el tráfico de fentanilo a Estados Unidos.

Como le comentaba el viernes pasado, es poco probable que Trump opte por una aplicación generalizada de aranceles a México, pero no debe descartarse que sí proponga tarifas en sectores específicos, con lo que se pueden anticipar conflictos comerciales y se puede anticipar una revisión del Tratado en 2025-26, que va a ser muy compleja y llena de tensiones.

Una diferencia respecto a la situación de 2017, cuando comenzó Trump su primer mandato es que ha aumentado la integración productiva de las dos economías y si -como en la primera presidencia de Trump- la economía norteamericana mantiene tasas elevadas de crecimiento, entonces puede arrastrar a la de México, por lo menos a su sector exportador.

Los años que tenemos frente a nosotros seguramente van a ser caracterizados por un alto grado de tensión y una dosis nada despreciable de incertidumbre, pero por lo pronto no se ve en el horizonte una catástrofe económica o financiera, como tampoco se percibe un panorama que permita un crecimiento elevado de la economía.

Creo que los mayores riesgos que vamos a enfrentar residen más bien en la propia dinámica de sus finanzas públicas y de la desconfianza interna, más que en el impacto de la elección de Trump.

Ya lo veremos.