Robert Eggers: el horror anacrónico
Hace casi una década se estrenó The Witch (2015), la película que marcó el debut de dos talentos extraordinarios: el director y guionista estadunidense Robert Eggers (1983) y la actriz argentino-británica Anya Taylor-Joy (1996), que se convirtió en toda una sensación luego de su magnífico desempeño como ajedrecista obsesiva en la miniserie The Queen’s Gambit (2020).Depurado ejercicio narrativo sobre el pavor primigenio y el despliegue de potencias ancestrales vinculadas a lo mágico y lo telúrico, The Witch se desarrolla en la primera mitad del siglo diecisiete para sentar las bases de una mirada estética plenamente identificable mediante la que Eggers apela a la anacronía y el impulso mitológico que le permiten construir tramas sólidas ambientadas en el pasado como confirman sus largometrajes posteriores: The Lighthouse (2019), que se ubica en el siglo diecinueve, y The Northman (2022), que se desplaza hasta la Islandia del siglo diez para crear un relato de venganza de la mano del escritor Sjón.El apego a la tradición gótica es otro de los rasgos esenciales en la reducida pero espléndida filmografía de Eggers, y en The Witch queda patente gracias a la manera en que el bosque cercano al que se establece la familia de colonos expulsada de su comunidad en Nueva Inglaterra se transforma tanto en la materialización de miedos y pulsiones reprimidas como en el marco de un doble despertar —a la feminidad y a la sexualidad— que posibilita la irrupción de una maldad primordial, manifestada marcadamente a través de animales trocados en emisarios de las tinieblas como ocurre en Antichrist (Lars von Trier, 2009). Obra en verdad magistral, la incursión inaugural de Eggers en el cine de horror y la reconstrucción histórica es una de las evidencias más palmarias de todo lo que un género desgastado por los clichés todavía es capaz de dar en nuestra época, siempre y cuando sea practicado con inteligencia y sensibilidad. La secuencia final de The Witch quedará como una de las más memorables dentro del terror: el homenaje a Francisco de Goya y su Vuelo de brujas (1798) muestra a un cineasta empapado de una amplia cultura visual.En The Lighthouse, su segundo largometraje, Eggers regresa a Nueva Inglaterra, el locus geográfico de The Witch, pero a finales del siglo diecinueve. En esta ocasión el director plantea una espeluznante exploración de la locura y las fracturas de la identidad que revela una maestría fílmica en deuda lo mismo con Carl Theodor Dreyer que con Ingmar Bergman, creadores de una visualidad capaz de adentrarse en los recovecos del alma humana que Eggers y su director de fotografía Jarin Blaschke retoman con sagacidad.La trama de The Lighthouse es de una transparencia engañosa: un farero veterano y su joven asistente (Willem Dafoe y Robert Pattinson en actuaciones de antología) viajan a una isla remota para cuidar el faro que la domina durante cuatro semanas. Bajo esa transparencia argumental en deuda entre otros escritores con Joseph Conrad y Robert Louis Stevenson se agitan corrientes oscuras que salen a flote lentamente, construyendo una atmósfera enfermiza y enrarecida que se cuela como una infección en el ánimo del espectador. Pocas veces en el cine de horror reciente se ha visto una puesta en escena de este calado estético y psicológico, y la elección del blanco y negro contribuye a darle un aura de leyenda perversa afianzada por el sustrato mitológico del guión a cargo de Eggers y su hermano Max. Neptuno y los tritones, sirenas macabras y almas de marineros muertos representadas por gaviotas en las que pulsa una permanente amenaza hitchcockiana: el pasado profundo y el presente signado por la culpa existencial conviven en un ambiente claustrofóbico y tormentoso donde la ingesta excesiva de alcohol detona estados alterados que conducen al arrebato de bordes místicos y a la violencia extrema. Cinta mayor de un director que desde el inicio de su carrera patentizó una gran madurez, The Lighthouse tiene todo el aire de un clásico contemporáneo cargado de momentos tan bellos como siniestros que ya forman parte del panteón del terror.Cada determinado tiempo lo épico y lo mitológico fincan una alianza poderosa para generar una obra de arte que trascenderá. Justo eso sucede con The Northman, el tercer largometraje de Eggers, prueba fiel no sólo de su enorme destreza fílmica sino de la vigencia del relato de venganza. No es poca cosa lo que el director y su coguionista Sjón, uno de los autores más relevantes de la literatura islandesa de hoy día, han hecho en esta película: lograr que el aparato de leyendas nórdicas se fusione con William Shakespeare para engendrar un Hamlet alucinado y sediento de sangre. Ser o no ser venganza: esa, se nos sugiere, es la cuestión en tierras islandesas.En The Northman está el elenco de Hamlet siglos antes de la obra shakespeareana: el rey asesinado por el hermano que reclama a la reina, el príncipe alentado por la venganza, el bufón cuyo cráneo deviene talismán, la Ofelia vestida de valquiria. Los clásicos son retroactivos y responden a la noción de Italo Calvino: “Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.” Además de proponer un relato soberbio, firmemente anclado en la mitología vikinga, The Northman constituye un nuevo testimonio de que la herencia gótica goza de estupenda salud. Paisaje exterior y paisaje interior conviven en admirable simbiosis gracias a Robert Eggers, que a finales de diciembre de 2024 estrenará su cuarto largometraje: una revitalización de Nosferatu, eine Symphonie des Grauens (1922), el clásico vampírico de Friedrich Wilhelm Murnau que ya tuvo un remake a cargo de Werner Herzog (1979) y que se ubica en la Alemania del siglo diecinueve para seguir abonando a la anacronía que tanto fascina al cineasta estadunidense.AQ