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Ноябрь
2024

¿Así pretenden derribar al Gobierno?

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El PP es un partido mucho más machacado internamente de lo que suele creerse. Crisis sucesivas le han hecho perder a cientos de dirigentes y cuadros con experiencia, carecen de 'cerebritos' que aconsejen a los jefes

Más de un dirigente del PP, si es que no son muchos, debe pensar que con su actual estrategia no van a derribar al Gobierno y que ya es bastante inevitable que las elecciones generales tengan lugar dentro de dos años o algo más. Es también muy probable que aún no haya terminado la sucesión de escándalos promovidos por la derecha, con la colaboración de jueces bien escogidos, y que los medios afines al PP, así como sus disciplinados tertulianos, terminarán dado todo el pábulo posible a los nuevos que lleguen a la actualidad. Eso es lo que nos espera, aunque sea cada vez más insoportable y más ridículo.

Cabe, sin embargo, preguntarse por qué la derecha insiste en una línea que no conduce a parte alguna, y si es que habrá alguna clave secreta para que un día ese acoso sin pausa termine dando frutos. Hay quien dice que el momento decisivo será cuando la amnistía para todos los implicados en el procés termine en el Tribunal Constitucional, tras su previsible rechazo por parte del Tribunal Supremo de Manuel Marchena al que, quien sabe, atribuye el papel de urdidor de la amplia trama judicial que combate contra el Gobierno. Y que en esa decisiva votación final sobre el asunto, Pedro Sánchez será derrotado. Porque alguno de los magistrados que forman la mayoría progresista del organismo, o hasta el propio presidente, se echará para atrás en el último minuto.

Ese rumor ha corrido y corre, pero no hay nada que indique que pueda tener visos de credibilidad. Todo lo contrario: después de no pocas dudas, parece que Carles Puigdemont y Junts han aceptado que al final habrá amnistía y que es mejor esperar sin aspavientos a que se produzca ese resultado. Y, mientras tanto, colaborar con Pedro Sánchez cuando su apoyo sea absolutamente imprescindible.

Otra hipótesis para entender la ofensiva de estas últimas semanas, aunque seguramente preparada desde tiempo atrás, es que el desgaste político y de imagen que esta provoca en el electorado potencial del PSOE y de la izquierda terminará por eclosionar obligando a Sánchez a tirar la toalla.

Puede perfectamente ocurrir lo contrario. Es decir, que la gente de todos los colores, incluidos algunos sectores de votantes del PP, terminen aburriéndose de escuchar cada día las profecías apocalípticas que hacen Alberto Núñez Feijóo, Miguel Tellado y Cuca Gamarra, cada vez menos originales, cada vez más cansinas, cada vez más insufribles por mucha tirria que se le tenga a Pedro Sánchez y a la izquierda. Los demagogos que han hecho historia, grande o pequeña, han tenido siempre algo de chispa, de originalidad, de capacidad de hacer espectáculo. Los del PP de hoy son unos pesados.

Además, el impacto real de los escándalos tiende a perder fuerza a medida que pasan los días por mucho que se esfuercen los corifeos mediáticos del PP en mantenerlos calientes. El de José Luis Ábalos y Koldo, sin dejar de ser una cosa seria, se perfila cada vez más como un asunto delimitado y de unas dimensiones incomparablemente más reducidas que los famosos casos de los tiempos pasados, los del PP y los del PSOE. Todo indica que el de la mujer del presidente terminará sin consecuencias mayores para ella. Entre quienes saben de estas cosas, empieza a crecer el consenso de que las acusaciones de Víctor de Aldama contra altos dirigentes del Gobierno y del PSOE van a quedar en poca cosa, salvo en lo que se refiere justamente a Ábalos y a Koldo. Y, por último, el caso contra el hermano de Pedro Sánchez parece estarse acabando antes casi de haber empezado.

¿Se volverán esos fracasos en contra del PP? Probablemente no todo lo que deberían y ello, gracias al trabajo incansable de los aliados mediáticos de la derecha, cuya desfachatez y falta de rigor, cuando no de respeto a la verdad supera cada día sus propios límites. Pero tanta inconsistencia de acusaciones tan graves algún efecto tendrá en la credibilidad de los dirigentes de la derecha. Feijóo está jugando con fuego y Vox está a la vuelta de la esquina, preparándose para aprovechar sus eventuales fallos.

¿Por qué siguen entonces dando caña? Probablemente, porque no tienen otra cosa con la que actuar en política. El PP es un partido mucho más machacado internamente de lo que suele creerse. Crisis sucesivas le han hecho perder a cientos de dirigentes y cuadros con experiencia, carecen de cerebritos que aconsejen a los jefes, el aumento de su poder territorial ha supuesto que alguna de su mejor gente se haya quedado en los gobiernos regionales. Y ahora ha llegado el desastre político del País Valencià, que por mucho que se estén esforzando en taparlo, les terminará estallando en la cara.

Aunque parezca lo contrario, Pedro Sánchez tiene en sus manos el control del tiempo político, también el de ese último asunto. Su actuación en el pleno del Congreso de este miércoles vino a demostrar que lo sabe y que los gritos y los numeritos que cada día montan el PP y la gente que está a su servicio le importan muy poco. Al menos hasta que lleguen las elecciones, que ahí las cosas pueden ser mucho más difíciles.