Los despachos entre Felipe II y Álvaro de Bazán sobre la Gran Armada
Las diferencias entre los deseos del rey y la realidad de los hechos constatados por Bazán ocasionaron una amplia correspondencia en donde se conmina con vehemencia al almirante a dar la vela hacia Inglaterra con independencia del estado de la flota. De haberse seguido estas órdenes, la Gran Armada, con sus graves deficiencias, no hubiera podido presentar combate a la flota inglesa u holandesa. Y desde luego se hubiera frustrado la estrategia última de la Empresa de Inglaterra consistente en transportar las tropas de Alejandro Farnesio acuarteladas en Flandes al cabo Margate, en Kent (Inglaterra).
El intercambio de despachos entre Felipe II y Bazán es un elemento de estudio importante en el contexto de la Gran Armada. El tono severo, incluso áspero, que empleó Felipe II con su almirante debió causarle una cierta impresión. Un tono desapacible, que también usó el marqués con el rey, en su justa y correcta medida.
Las insuficiencias en la artillería, en los bastimentos, en pilotos experimentados para la navegación en el canal de la Mancha, evidencian una deficiente logística por muchas y variadas razones entre las que se encontraba, como causa principal, preparar una flota que aun sin llegar a ser “invencible”, sí era extraordinaria. Dos grandes personajes y dos grandes caracteres, es lógico que brotaran desencuentros, pero todos guiados por el bien de la empresa: la sinceridad constructiva siempre es preferible a la indolencia por pleitesía.
Cabe justificar la urgencia de Felipe II por el hecho de haber modificado la estrategia del ataque a Inglaterra. Lo prioritario no era ya la ofensiva naval, como diseñó Bazán en su primer plan presentado al rey en 1586, sino solo el transporte de los tercios de infantería española desde Flandes a Inglaterra. Pero este hecho no impide que la flota debía de estar perfectamente dotada.
Como dato anecdótico observamos una modificación relevante en la voluntad de estos dos prohombres. Si en 1583 era el marqués de Santa Cruz quien invitaba a un indeciso Felipe II a invadir Inglaterra, en 1587 estos roles mutan. Es el propio rey quien incita con vehemencia al marqués a hacerse a la mar desde Lisboa, mientras Bazán adopta una actitud más cautelosa y reticente. Ciertamente, las circunstancias son muy distintas y diferente es el ánimo, en consecuencia.
En el fondo de toda esta nutrida comunicación epistolar hallamos un problema muy complejo, incluso en los tiempos actuales. Hablamos de la táctica de armas combinadas, la integración de diferentes armas militares para lograr efectos mutuamente complementarios. Una táctica en donde cada comandante debe basar sus criterios de actuación en factores como el tiempo, el clima, las tropas, el enemigo, la presencia civil. Datos que deben ser secuenciados de modo inmediato para lograr el fin propuesto. En el siglo XVI fue una idea muy brillante, pero la tecnología existente en aquella época no ofrecía garantías para una correcta ejecución.
En el texto de los correos entre Felipe II y el marqués de Santa Cruz que expongo a continuación, quedan plasmadas las divergencias entre ambos, que abarcan el periodo mayo de 1587 a enero de 1588.
En mayo de 1587 el rey inquietaba a Bazán con la siguiente nota:
«Para salir con brevedad os encargo que os déis la prisa posible, que acá se hace lo mismo en procurarse que os llegue presto todo lo que de fuera ha de ir, así de Castilla como del Andalucía, y también lo que viene de Italia […]».
A mediados de septiembre, cuando Parma toma La Inclusa, en Flandes, el rey inquiere a Bazán que se dirija al canal de la Mancha para limpiarlo de naves inglesas y permitir el paso de los tercios de Farnesio. La orden era estricta:
«[…] el Marqués no se divierta a más que asegurarle el paso […]».
En octubre, el rey se lo ordena a Bazán a través del cardenal virrey:
«[…] Que S.M. quiere ver que le desea servir en que haga de manera que a los veinte o veinte y cinco déste, sin tardar un día más, salga del río de Lisboa […]».
Pero Bazán no se da a la vela. El rey, entonces, se irrita y lo expresa del siguiente modo:
«Que se le hace cosa nueva, porque nunca lo esperó del Marqués, que cuando había de venir el aviso del día cierto de la partida, según se le tiene encargada, lo más de sus cartas sean dificultad y dilaciones[…]».
Ante la tardanza en partir de puerto, a través del cardenal virrey en Lisboa, intenta conminar a Bazán empleando otros recursos más psicológicos, apela al duque de Parma y a la lealtad de Santa Cruz:
«Que le advierta si se encarga de salir luego (muy pronto), cuán de veras conviene que lo haga, sin dar lugar a que se diga que muestra tibieza ninguna, y con cuanta conformidad y buena correspondencia con el duque de Parma […]».
La voluntad de Bazán se mantuvo firme, pues era muy peligroso enviar sus naves contra las grandes mareas que imposibilitaban la navegación hacia el canal de la Mancha, y así contestó a Felipe II en el mes de octubre de 1587:
«Quanto a la brevedad con que V.M. manda que salga el armada, como estamos ya en invierno, no puedo prometer cosa cierta […]»
Pero vuelve el rey a insistirle a los 6 días:
«Mirad de que en esto no haya falta ni dilación […] porque no se sufre poner en la partida un día más de dilación de hasta 2 ó 3 de noviembre».
Sigue el intercambio de despachos hasta el punto de que Bazán envía otro, citando otras circunstancias también esenciales para la expedición: la enfermedad que pudiera declararse a los marineros y el deterioro de las vituallas o provisiones.
«Sólo os acuerdo aquí el peligro que se corre de que a poco más que se tarde, enferme toda la gente de mar y guerra y pegue la mala salud a la gente de la tierra y consuma la vitualla en el puerto y falte para el viaje y que se acabe el dinero, con qué pasaría todo con tan grave daño y vergüenza intolerable […]».
El rey había ordenado que la marinería y las tropas estuvieran embarcadas hasta la partida de la flota. Este hecho favorecía las enfermedades por el hacinamiento de tantas personas, hecho que se agravaba por los continuos retrasos.
Pero algo fortuito ocurrió. Una tempestad asoló Lisboa el 21 de noviembre de 1587. Varios galeones y embarcaciones atracados en el estuario del río resultaron dañados:
El galeón San Martín, quebró la baranda y los corredores; el bótalo, palo que está debajo del espolón para amurar el trinquete, resultó dañado; algunas cadenas de la jarcia se rompieron, el batel se perdió.
El galeón San Juan, rompió el corredor de popa y baranda: se destrozaron las mesas de guarnición; seis portañolas o troneras se dañaron; el mástil de la mesana, dos anclas y sus cables se perdieron. Roto el mástil de la mesana principal y el botalón. Rotas las cadenas de la jarcia mayor.
El galeón San Mateo, desgarró todo el espolón de una banda; el corredor se rompió por algunas de las partes; el mástil de la contramesana y el mastelero del bauprés quebraron y cuatro cadenas de la jarcia se rompieron.
El galeón Santiago, quebró la baranda y toda la banda de babor resultó muy dañada. En el galeón San Luis, se rompieron las obras muertas del alcázar de popa. Se perdió el ancla.
En el galeón San Francisco, se quebraron las mesas de guarnición de estribor. Despedazó la mitad del espolón. Rompió las serviolas y cadenas de la jarcia.
En el galeón San Bernardo, el bauprés se rompió, la tempestad destrozó el espolón de una parte y la baranda y las mesas de guarnición de la banda de babor.
El galeón San Rafael, rompió el espolón, las mesas de guarnición y perdió un ancla con su cable. La zabra Augusta, perdió dos anclas con sus cables.
La zabra Julia, perdió un áncora o ancla y su cable.
No obstante, la voluntad real estaba ya tomada muchos meses atrás, y se le ordena al marqués que cuando llegase el enviado del rey, el conde de Fuentes, debería salir al mar sin más excusa.
Y el conde de Fuentes llegó y encontró algo inesperado: estaba el marqués en cama, con grave enfermedad y postrado, dirigía los preparativos de la armada. El tifus lo contrajo cuando visitó las embarcaciones de la escuadra de Oquendo. Solía Bazán interesarse en la situación de sus marineros enfermos a quienes visitaba en un gesto cristiano y humano que le honraba como persona y como gran militar.
A pesar de las órdenes recibidas por el conde, Bazán puso excusas a la salida, pues debía esperarse a las urcas que se encontraban en Sevilla. Fuentes le replicó:
«Mirad mi instrucción y veréis que aun de las urcas habéis de dejar las que no fueren muy a propósito, por no aguardar a poner las demás a punto. Volvió a pasar los ojos tres veces por el remate de mi comisión, no sé a qué fin: hállele en la cama […]».
La enfermedad le costó la vida. Rindió su alma a Dios el día 9 de febrero de 1588. Su cuerpo fue depositado en su palacio de Viso del Marqués (Ciudad Real).
La muerte del más distinguido marino de todos los tiempos sumió la expedición en algo errático, como puede comprobarse con un estudio conjunto de los acontecimientos que sucedieron. El rey pareció no darle importancia, quizás porque no había tiempo para acongojarse, ya que motivos tenía para rendirle, con creces, tributos de elogio y gratitud.
Obligado estaba a escribir a su familia y lo hace remitiendo carta el día 15 de febrero de 1588, con las siguientes palabras:
«Por vuestra carta de 9 de éste he entendido el fallecimiento del marqués vuestro padre. Que lo he sentido mucho por las causas que para ello hay. Sus servicios tengo muy presentes y de vos quiero creer que habéis de procurar parecerle y que corresponderéis a vuestras obligaciones. De mí podéis esperar que en lo que se ofreciere tendré con vos y vuestros hermanos y las cosas que os tocaren la cuenta y memoria que merecen los servicios de vuestro padre. De Madrid, 15 de febrero de 1588. Yo, el rey, a Álvaro de Bazán».
Muchos autores han estimado injustas las críticas a Santa Cruz por estos retrasos. Se le acusaba de no tener capacidades logísticas. Martínez-Valverde opina, sin embargo, que no cabe responsabilizarle, pues luchaba contra una penuria, contra una escasez de medios insuperables.
Efectivamente, Bazán escribe al rey varias cartas exponiendo las carencias de la flota, entre ellas, que las embarcaciones entregadas no se encontraban artilladas. Lo comprobamos en carta enviada por Bazán en diciembre de 1587:
«Toda la Armada está falta de artillería, como vuestra majestad verá por las relaciones. Y a los galeones deste Reyno (los portugueses) les faltan 80 pieças, que hay fundidas parte dellas…, otras se van fundiendo; y para las naos de Oquendo seria menester otras 70 piezas que han de ser de las que va fundiendo don Juan de Acuña, que de las que han de salir en esta primera armada no digo nada, pues no hay tiempo para proveerlas de más artillería de la que tienen […]».
Sirva el contenido de la carta, para justificar los retrasos de una enorme flota que no estaba preparada.
De hecho, fue en enero de 1588 cuando Felipe II comunicó a sus autoridades en Galicia la búsqueda de pilotos con experiencia para navegar por el canal de la Mancha. Solo se le proporciona uno. En Vizcaya, el corregidor Ordoño de Zamudio, le suministra 9 de Laredo y de Castro Urdiales junto a 100 marineros con experiencia de mar en ese canal. Se enrolan en la Armada cuando el marqués de Santa Cruz había fallecido.
Todavía en 5 de febrero de 1588, el rey escribía al conde Gelves para que no se olvide de suministrar la leva de 100 marineros para los galeones de Sevilla.
Juan B. Lorenzo de Membiela