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No me felicite el solsticio: tengamos la fiesta en paz

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Deberíamos incorporarlo a nuestras tradiciones navideñas, y junto al belén, los villancicos, el árbol, las reuniones familiares, los regalos y los mantecados, dar carta de naturaleza –como un elemento autóctono de estas fechas– al «tonto del solsticio de invierno» (Javier Caraballo dixit), al «felicitador de la no-Navidad», como lo llama Chapu Apaolaza. Yo incluso abogaría por ir un paso más allá y hacerle una figura propia para el pesebre: una suerte de caganer con boina a lo Che Guevara y pin de la Agenda 2030 que defecase sobre las costumbres católicas.

Y, es que, de un tiempo a esta parte no hay Navidad que se salve de algún episodio sonado protagonizado por uno de estos Grinch contemporáneos. Si el diciembre pasado fue el rector de la Universidad Complutense, Joaquín Goyache, felicitando las fiestas con una hoja seca acompañada de la leyenda «El fin del otoño abre paso al nuevo año con deseos de paz, renovación y prosperidad»; este año –¡y ni se han esperado a que entre diciembre!– la palma se la lleva un sospechoso habitual: el insigne Ayuntamiento de Barcelona, que ya con Ada Colau al frente dio la nota pascuas sí, pascuas también.

Resulta que, en aras de evitar la polémica suscitada anualmente en torno al nacimiento o pesebre barcelonés –que, como apunta el columnista de El Confidencial Josep Martí Blanch, «conceptual y metafórico, cuanto menos se pareciera a un belén navideño mucho mejor»–, el consistorio de la ciudad Condal, liderado por el socialista Jaume Collboni, y en connivencia con la Generalitat presidida por el católico confeso y practicante Salvador Illa, ha decidido sustituir el nacimiento de la plaza de Sant Jaume por –aguántense la carcajada– «Origen»: una estrella de veinte puntas para honrar al Big Bang cósmico.

"No te lo perdonaré jamás"

Dice Luis Benvenuty, periodista de La Vanguardia, no sin ironía, que «cuando las administraciones públicas están de por medio, sobre todo en Barcelona, ¡qué diantres tiene que ver la Navidad con la religión!», y que «en cierto modo, esta estrella nace con el objetivo de arrebatar a los barceloneses una de sus últimas tradiciones navideñas: poner de vuelta y media a los políticos».

Pero yendo hacia atrás en el tiempo encontramos otros capítulos sonados del «borrado de la Navidad», como lo llama Luis Ventoso en El Debate: de los Reyes Galácticos de Carmena y el «no te lo perdonaré jamás» de Cayetana Álvarez de Toledo, a las reinas magas republicanas del que fuera alcalde de Valencia Joan Ribó –el añorado David Gistau dijo de esta estampa, asomados al balcón, que parecían «las tres meretrices con las que ha pasado la noche el señor Ribó en la casa consistorial»–, pasando por la idea de primero de populismo del iluminado exprimer edil de Cádiz, Kichi, que en su primera Navidad en el cargo decidió dejar la ciudad completamente a oscuras porque ese dinero iría para comedores sociales y tal y cual. Por contraste, su sucesor en el cargo, el popular Bruno García, ha hecho que este año la capital gaditana sea la ciudad española que más gaste por habitante en iluminación navideña.

Volviendo al episodio genésico de la plaza de Santa Jaume, y sumándole los ya recordados, cabe recoger lo que el propio Josep Martí Blanch apunta audaz y certeramente sobre esta cancelación de nuestras costumbres: «Las tradiciones mueren cuando dejan de tener sentido para la comunidad que las celebra. Y el robo de la tradición cuando esta todavía está viva es expolio emocional».

Compañero de Blanch en la misma trinchera, el periodista Javier Caraballo se refiere a «la acomplejada modalidad de renegar del cristianismo»: ya que, dice este que «el bobo en cuestión es incapaz de distinguir entre religión y cultura, entre sacramentos y costumbres, y entre sotanas y principios». He ahí una clave: la defensa de nuestra cultura y nuestra tradición, dejando al margen las creencias. También recuerda que estas fiestas se celebran desde mucho antes de que existiera el cristianismo: la mayor celebración del año era la que marcaba el inicio de los días más largos; lo cuál no quita que «el cristianismo aprovechara un fenómeno meramente astronómico para darle un contenido espiritual y humanístico muy superior».

Es Chapu Apaolaza, quien fuera articulista en esta casa, partidario de hablar de «la no-Navidad», que dice que «necesita cualquier símbolo que no sea el nacimiento». Y abunda: «Los que desechan la Navidad van abrazando todo lo demás –hasta una ceremonia holístico-reiquiana en Bali– en una asimetría que nos divertiría si no lo motivara el deseo de joder». Ahí va otra clave: el resquemor, el odio hacia los propios símbolos, ¡el deseo de joder!

Oh, "woke" Navidad

Comenta el periodista Luis Ventoso que «España es un país que no se entiende sin su médula católica. Pero si seguimos a este ritmo acabaremos felicitando las fiestas del solsticio de invierno en nombre del clima, el feminismo y la lucha LGTB; los nuevos seudocredos de la izquierda».

En la misma línea, Martí Blanch apunta que de ahora en adelante «la Navidad pasa a ser la excusa para celebrar cualquier cosa. Desde la extinción de los dinosaurios al descubrimiento de la penicilina, pasando por el hundimiento del Titanic».

«Parece que pronunciar la palabra ‘Navidad’ o hacer referencia a la tradición de la que beben estas fiestas se ha convertido en un anatema. Unos rechazan las fiestas por cuanto tienen de cristiandad, otros por potenciar y visibilizar la familia clásica... Los belenes se vuelven laicos, los árboles se deconstruyen y las iluminaciones se vuelven abstractas», refuerza esta tesis la periodista y escritora Rebeca Argudo.

«Del pesebre, al que vive empachado de ideología, le molesta todo. Que sea un símbolo religioso cristiano, que remita a una tradición ya milenaria, que represente la alegría de un nacimiento, que los padres estén representados por un hombre y una mujer. También que los pastores rebosen de felicidad a pesar de su miseria y no estén pensando en la revolución o la intromisión monárquica con los tres reyes venidos de oriente. Pero sobre todo que actúe como una herramienta pedagógica y educativa para los más pequeños, fijando en ellos, ciudadanos del futuro, una visión arcaica, retrógrada y conservadora de los roles sociales», profundiza agudamente Blanch.

Asimismo, el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz señala la incompatibilidad entre las tradiciones católicas y lo woke, que quiere al hombre nuevo arrancado de sus raíces. Opina este que «lo woke supone una referencia al despertar religioso que ha habido en las sociedades anglosajonas. Ese despertar, como nueva religión que pretende constituir una nueva cultura, viene a sustituir el mundo religioso y cultural judeocristiano y grecolatino. Se aprovechan ciertas fallas de la civilización occidental desfigurando la tradición judeocristiana y apropiándose de ciertos elementos».

En definitiva, que cada cuál celebre lo que le de la gana mientras pueda uno seguir tomando por estas fechas el Machaco de Rute y esos mantecaíllos de Estepa que vienen en papel transparente y se comen de un bocado. Y, sobre todo, tengamos la fiesta en paz: ¡no nos feliciten el solsticio de invierno, por favor!