Arte de la fuga preventiva, por Mirko Lauer
Hacer un partido propio desde la Presidencia de la República, usando fondos públicos… ¡qué sueño tan dulce! Por lo general, eso se ha materializado recién cuando el presidente ha dejado el cargo. Algo así como un partido de la nostalgia activa, de los que hemos tenido varios. Pero el impaciente Nicanor Boluarte no deseaba esperar tanto.
Había que tener cuajo para intentar reclutar gente al partido de una figura política tan desaprobada como la hermana Dina, y hacerlo, además, con métodos clandestinos. El conato de partido en marcha le otorgó a Nicanor Boluarte influencia instantánea en Palacio, pero también selló su desgracia, al despertar celos políticos que ni siquiera imaginaba.
El modelo era sugerente en su redundancia: un partido de prefectos nombrados para formar un partido de prefectos. Todo esto, claro, con el mayor secretismo posible. ¿Alguien pensó que esa maquinaria sería útil para las próximas elecciones? Bueno, por lo pronto, el propio Nicanor Boluarte lo creyó. Para entonces, la teoría y práctica del partido de alquiler ya estaba bien establecida.
Pedro Castillo quiso algo similar, aunque en el terreno del sindicalismo magisterial, una de sus obsesiones. Sin embargo, lo que invirtió desde su presidencia terminó sirviéndole para no aparecer hoy completamente huérfano en el Congreso. La fantasmal bancada castillista no puede ser acusada de oportunista. Pero quizás Nicolás Boluarte estaba a punto de darles esa oportunidad.
La segunda parte de esta historia es la fuga, que acaba de comenzar. ¿Hay en el sistema policial peruano espacio para dos prófugos de tan alto nivel como Vladimiro Cerrón y el hermanísimo? Para Dina Boluarte se abre un dilema complicado. ¿Puede gobernar tranquila con su hermano en la clandestinidad? ¿Puede capturar a Nicolás y dejar suelto a Vladimiro?
Desde el punto de vista de la opinión pública, lo que más le convendría sería capturar a ambos. De lo contrario, podría desatarse una epidemia de fugas, algo similar a lo que ocurre con las extorsiones. Además, el debilitamiento de la Presidencia por esas dos fugas simultáneas empezaría a propiciar algo parecido a una revuelta en Palacio.
Pero si Dina Boluarte tuviera que elegir, le convendría más atrapar a Nicolás, con todas las comodidades del caso, y dejar a Vladimiro suelto en plaza, no solo como el prófugo N.° 1, sino también como uno de los grandes distractores políticos de estos tiempos.