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La verdad sobre la comida de Mazón

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Ya puede tirar de la supuesta manta Aldama, ya puede la derecha enfangar a Ribera y ya puede Rusia empezar una guerra nuclear, que ni por esas nos olvidaremos del presidente valenciano y su tarde infame del 29

¿Qué estuvo haciendo realmente Carlos Mazón la tarde del 29 de noviembre durante cinco horas? ¿Comiendo en un restaurante para ofrecerle a una periodista amiga la dirección de una televisión pública? ¿O hay algo más que no nos ha contado? Si has venido hasta aquí es porque tú también quieres saber la verdad, así que sigue leyendo.

Si solo hubiera sido una comida de trabajo para controlar la tele, ya nos parecería una vergüenza. Pero es que además no nos lo creemos. Y lo poco que ha contado el propio Mazón contribuye a la desconfianza: sus silencios y mentiras previas, sus versiones cambiantes, la revelación por entregas. Y una vez sabido, todo lo posterior: las incongruencias de horarios, la factura que no enseña, las llamadas a alcaldes que casi ninguno recibió, las llamadas sin atender del gobierno central, el Cecopi inoperante, el retraso en la alerta, la pantalla en negro en las horas claves… No nos cuadra, debe de haber algo más. Sigue leyendo, que ya queda menos.

La secuencia horaria de aquel día tampoco ayuda a que creamos a Mazón. El detalle de lo que ocurría desde días antes y ya esa misma mañana temprano, la sucesión de avisos, las primeras medidas de otras instituciones, la UME movilizada, las imágenes de inundaciones tremendas ya en los telediarios de mediodía, las radios emitiendo en directo llamadas de socorro, los primeros rescates…, todo lo que tú y yo sabíamos en tiempo real sin estar en ningún Cecopi. ¿Y Mazón mientras en un restaurante en pleno centro de Valencia y a pocos minutos de su despacho, sin enterarse? No suena creíble, queremos saber la verdad. Venga, que ya estamos cerca.

Suma a todo ello las insinuaciones de periodistas y políticos que estos días dejan caer, como quien se le escapa, que no se lo creen, que no es verdad, que no fue una comida, que se acabará sabiendo y hasta aquí puedo leer. Añade los bulos y las versiones que circulan por las redes sociales, a cuál más retorcida, a cuál más escandalosa, y que aun así suenan más verosímiles que una comida de cuatro o cinco horas en plena catástrofe. Queremos saber la verdad. Paciencia, ya casi hemos llegado.

Si no hubiera 220 muertos, nos parecería cómico, un vodevil. Pero hay 220 al menos 220 muertos. Porque la destrucción se habría producido igualmente, e incluso un cierto número de muertos, pero no 220. Muchos se habrían salvado solo con ser avisados a tiempo para subir a sitios elevados, no bajar a los garajes, olvidarse de los coches. Les habrían bastado unos minutos en muchos casos. Nadie puede asegurar que, si Mazón hubiera estado en su sitio, no habrían sido otros los errores. Pero es que no estaba en su sitio. Es que estaba fuera de juego, desaparecido, dedicado a otras cosas, indiferente a la tragedia. Así que algo muy gordo debía de estar haciendo. Va, solo nos queda un párrafo.

Pues no. Siento decepcionarte pero yo no sé la verdad sobre la comida de Mazón. Perdón por el anzuelo. No lo sé, y además me da igual. No necesito añadir oprobio moral a su negligencia. De hecho, la rumorología desatada solo sirve para quitarle gravedad si al final se prueba que sí, que era “solo” una comida de trabajo. Hiciera lo que hiciera en esas horas, no estaba donde tenía que estar. Y hoy sigue sin estar donde debería estar: en su casa, dimitido. Y si como dicen algunos se acabará sabiendo la verdad, y no era una comida, para lo único que podría servir a estas alturas sería para que dimitiera. Porque a la infamia del 29 añade la de permanecer en el cargo, esperar a que pasen los días y nos olvidemos de él. Pero no va a pasar. Ya puede tirar de la supuesta manta Aldama, ya puede la derecha enfangar a Ribera y ya puede Rusia empezar una guerra nuclear, que ni por esas nos olvidaremos del presidente valenciano y su tarde infame del 29. Esa es la verdad sobre su comida: que no nos olvidaremos.